Thursday, March 31, 2016

Budapest, 1944: busquen al judío

Tropas del Partido de la Cruz Flechada, en Budapest, en 1944.

El Gobierno de Hungría, aliado del Reich, protegió a sus ciudadanos hasta que Alemania invadió sus fronteras. Y entonces, el pánico

JULIO MARTÍN ALARCÓN
@Julio_M_Alarcon
31/03/2016 15:57

La historia dicta que los nazis fueron responsables del mayor genocidio de la historia, pero a menudo obvia que lo hicieron con la inestimable colaboración de aliados y gobiernos títeres en los países de Europa que ocuparon entre 1939 y 1944. Entre ellos, la Francia del Gobierno de Vichy del mariscal Pétain.

La muerte de Imre Kertész, uno de los testigos de aquella tragedia, devuelve a la memoria la historia de su país durante aquellos años. Hungría, aunque aliado de Alemania desde 1941, fue uno de los gobiernos que menos colaboró para la Solución Final nazi. Bajo la figura del general Miklós Horthy, que ejercía de jefe de estado del país desde 1920 como regente de Hungría (heredó la legitimidad del Imperio Astro-Húngaro tras su derrota en la Primera Guerra Mundial y su desmembramiento en diferentes naciones), las autoridades húngaras preservaron el grado de autonomía necesario para eludir la persecución y deportación de los judíos a los campos de exterminio. El Gobierno de Horthy -que nunca promovió la persecución- resistió la presión, especialmente a partir del 20 de enero de 1942, cuando el Tercer Reich sentenció a todos los judíos de Europa a las cámaras de gas tras adoptar la denominada Solución Final en la conferencia de Wannsee.

Antes de esa fecha el régimen nazi no sólo permitió, sino que alentó a los países bajo su esfera de influencia a solucionar el "problema judío" por medio de la expulsión de sus fronteras. Sin embargo, a partir de Wannsee, la furia asesina del Reich se extendió a todos los rincones de Europa y se tradujo en continuas presiones para que sus aliados se implicaran de forma efectiva en el judenrein -estado "libre de judíos"- y por tanto, el asesinato masivo.

Horthy se resistió entonces a las demandas nazis al igual que había hecho Mussolini en Italia -que eludió con evasivas a sus aliados-, hasta que la paciencia de Hitler se agotó. En marzo de 1944, las tropas de la Wehrmacht entraron en Hungría forzando al regente a nombrar a un ministro pro alemán. La comunidad judía húngara, que había permanecido prácticamente a salvo del horror con el que se alimentaban ya los campos de exterminio de Auschwitz, Treblinka o Sobibor, corrió la misma suerte que en el resto de países ocupados. Fue entonces cuando comenzó la crucial labor de los diplomáticos de Suecia, Raoul Wallengberg, España, Ángel Sanz-Briz, Suiza, Carl Lutz, y la decisiva ayuda del Nuncio Apostólico de Roma, Angelo Rota, que salvaron miles de vidas.

Las protestas lograron que Horthy rectificara su política y suspendiese las deportaciones de judíos a los campos del este hacia julio. Sin embargo, en octubre de 1944, tan sólo seis meses antes de que el Tercer Reich fuera definitivamente aplastado por los aliados, y cuando el Ejército Rojo se encontraba ya a en la frontera húngara, los nazis derrocaron el gobierno de Horthy -que había intentado firmar un armisticio con los aliados- e impusieron el del partido nazi húngaro, la Cruz Flechada de Ferenc Szálasi, que tomó el poder en noviembre.

A partir de entonces comenzaron las deportaciones en masa y los asesinatos cometidos por los nyilash húngaros, que llegaron a ejecutar a unos 10.000 judíos hasta febrero, cuando el ejército de la URSS tomó Budapest. En total, se estima que más de 430.000 judíos fueron deportados en esos pocos meses, de los cuales la inmensa mayoría fueron llevados a Auschwitz-Birkenau donde fueron asesinados en las cámaras de gas.

Source: El Mundo (Spain)
http://www.elmundo.es/cultura/2016/03/31/56fd2cd3e2704eab638b45c1.html

Tuesday, March 29, 2016

La edición crítica de ‘Mi lucha’ es objeto de deseo en todo el mundo

Una treintena de sellos internacionales, también españoles, tratan de publicar la versión comentada del libro de Hitler, agotado en Alemania. De momento, sólo saldrá en inglés

Luis Doncel
Berlín 26 FEB 2016 - 16:48 BRT

Un ejemplar de la edición crítica de 'Mi lucha', en una librería de Múnich.
El mundo editorial alemán sufrió una pequeña revolución el año pasado. El anuncio de que Mein Kampf (Mi lucha)—el libro maldito que había permanecido durante 70 años fuera del circuito comercial— estaba a punto de ser reeditado generó un apasionado debate. A un lado estaban los que defendían el proyecto de presentar de una forma crítica las tesis que Adolf Hitler comenzó a escribir desde su cautiverio en Múnich en 1924. Al otro lado, los que temían que sirviera de inspiración a los nuevos cachorros de la ultraderecha. La polémica llegó hasta los servicios secretos alemanes, que concluyeron que el interés en los círculos ultras por la obra fundacional del nacionalsocialismo había caído en las últimas décadas.

Lo que nadie podía anticipar era cómo iban a reaccionar los lectores y editoriales internacionales. Pasados casi dos meses de su salida a la venta por 59 euros, se puede decir que los resultados son espectaculares.


No se trata solo de que Hitler, Mein Kampf. Eine kritische Edition se haya encaramado esta semana al segundo puesto en la lista de libros más vendidos de la revista Der Spiegel. El Instituto de Historia Contemporánea de Múnich-Berlín —el centro de investigación responsable de la minuciosa edición con 3.500 notas que explican, matizan o simplemente desmienten las tesis del líder nazi— ha recibido en las últimas semanas una avalancha de peticiones de editoriales internacionales deseosas de publicar la obra en sus países.

Varias españolas lo han intentado también, según confirman a EL PAÍS en el organismo alemán. Pero tras recibir una treintena de peticiones —algunas de países tan lejanos como Corea, China o Japón— el instituto prefiere por ahora permitir tan solo una edición en inglés.

“No podemos asumir el trabajo que supondría asegurar que todas las traducciones se hicieran con nuestros estándares científicos. Cada país, además, tiene sus particularidades. No son las mismas explicaciones necesarias para un lector coreano que para uno europeo, por ejemplo” asegura una portavoz del instituto. Dada la complejidad del proyecto, los historiadores alemanes prefieren centrarse por ahora tan solo en la versión inglesa. No hay nada cerrado aún con las editoriales interesadas, pero los investigadores del instituto creen que el trabajo podría alargarse durante este año; para que la nueva versión llegara al mercado anglosajón en 2017.

El libro del que hasta 1945 se imprimieron 12 millones de ejemplares ha sobrevivido en los últimos años gracias a ediciones antiguas, a Internet o a su sorprendente popularidad en países como India. Es ahora, tras vencer los derechos de autor que estaban en manos del Estado alemán de Baviera, cuando se hace evidente el interés en Europa.

Además del proyecto alemán, la editorial francesa Fayard anunció el año pasado su propia versión de Mi lucha, que, al igual que la del otro lado del Rin, contara con anotaciones que contextualicen un texto que en Francia se publicó en 1934. Esta edición, acompañada por un breve aviso del contenido de las páginas, era la única disponible hasta ahora en el mercado francés.
Perfil del comprador

Al mismo tiempo, muchos se preguntan en Alemania por el éxito del libro que sirvió para prender la llama del odio y la violencia por todo el mundo. Tras subir en las listas de ventas, el mamotreto de 2.000 páginas se ha agotado en todas las tiendas. Pero el perfil del comprador no responde al del simpatizante hitleriano, sino a investigadores o a personas interesadas en la historia, dicen los responsables de la edición. Tras distribuir a las librerías 24.000 ejemplares, ya han encargado nuevas impresiones.

“El gran interés que suscita Mein Kampf está relacionado con su aura de misterio, especialmente después de que Baviera hiciera todo lo posible para evitar su reproducción. Y este gran interés ha hecho que los editores no hagan una obra destinada solo a los especialistas, sino que hayan buscado un público más amplio”, señalaba hace unas semanas a la radio pública alemana el historiador y biógrafo de Hitler Peter Longerich.
Historia de un libro maldito
  • El 18 de julio de 1925 se publica el primer volumen de Mi lucha, escrito por Adolf Hitler en la cárcel en Múnich. Un año más tarde aparece el segundo.
  • Durante la dictadura nacionalsocialista (1933-1945) se convierte en libro de culto, de estudio en las escuelas y que incluso regalan las administraciones públicas a las parejas de recién casados. Hasta 1945 se llegarán a imprimir 12 millones de ejemplares.
  • Tras la derrota alemana y la muerte de Hitler, el Estado de Baviera se queda con los derechos de autor. Pese a que el libro no está oficialmente prohibido, las autoridades no conceden permiso para su publicación, pero es fácil de conseguir en librerías de segunda mano, y más tarde en Internet.
  • Los derechos de autor vencen en 2016. El Instituto de Historia Contemporánea de Múnich-Berlín edita una versión crítica, que cuenta con 3.500 notas que contextualizan el texto que sirvió de base ideológica para el nazismo.
Source: El País (Spain)
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/02/26/actualidad/1456508623_592314.html

Monday, March 28, 2016

Prohibiciones, vetos, censuras

No hay nada como prohibir un libro para convertirlo en fetiche: miren el éxito de la edición crítica de 'Mein ­Kampf', publicada en enero

Manuel Rodríguez Rivero
24 MAR 2016 - 19:52 BRT

Adolf Hitler revisa una edición de 'Mein Kampf' en una fotografía sin datar. Afp
No hay nada como prohibir un libro para convertirlo en fetiche: ¡la de bodrios del Instituto de Marxismo-Leninismo de la URSS y de malas traducciones de novelas “con sexo” que leyó mi generación, atraída por el veto de la censura franquista y por el misterio de las trastiendas de las librerías más audaces durante el franquismo, imaginadas como auténticas cuevas de Alí Babá repletas de pretendidos tesoros bibliográficos! El amante de Lady Chatterley (D. H. Lawrence) o Sexus (Henry Miller), por ejemplo, dos de las joyas más cotizadas en el apartado de ficción prohibida, no sólo nos abrían los ojos a otras literaturas, sino que realizaban una función consoladora bastante más imaginativa que la que hoy cumplen los videoclips de la exuberante rapera Ni­cki Minaj entre los varones adolescentes con hormonas disparadas. En todo caso, el éxito espectacular de la edición crítica de Mein ­Kampf —2.000 páginas de texto con 3.500 notas que lo contextualizan, discuten o contradicen— confirma, a pesar de su disuasorio precio (59 euros), que su eventual prohibición constituye uno de los más poderosos reclamos de cualquier libro. Desde que se publicó en enero, ya se han vendido decenas de miles de ejemplares de este nuevo y muy rentable best seller (beneficiario del copyright: el land de Baviera), que ha conseguido encaramarse en la lista de más vendidos de Alemania, al tiempo que se multiplican las peticiones para traducirlo (hasta la fecha denegadas, excepto al inglés). Tras 70 años de prohibición, el libro que más difusión ha tenido en la historia de la edición alemana puede volver a leerse. El morbo respecto a la obra “cumbre” de Hitler —una mezcla estúpida y siniestra de autobiografía reinventada, feroz antisemitismo, prejuicios raciales y machistas, delirios imperialistas irredentos y letales mensajes de incitación al odio— tardará en disiparse al menos hasta que Mein Kampf pueda ser leído y discutido abiertamente por las generaciones posteriores a la guerra y el Holocausto. Hasta entonces, las ediciones primitivas seguirán alcanzando precios fabulosos, como esos 20.655 euros obtenidos recientemente por un ejemplar encuadernado que perteneció a su autor (es decir, que fue tocado por Hitler). En todo caso, las nuevas camadas de nazis, grupos afines y movimientos antimigrantes y antirrefugiados (como los cada día más rampantes Pegida o Alternativa por Alemania) no han necesitado leerlo para trufar de odio su discurso xenófobo. Mi lucha, la historia del libro que marcó el siglo XX, de Sven Felix Kellerhoff, publicado por Crítica, es el mejor y más asequible vademécum para entender los orígenes, la historia editorial y la difusión del libro, así como una buena introducción a la mediocre inteligencia de quien lo imaginó y escribió. Si se desea leer un complemento de ficción al libro de Kellerhoff, puede recurrirse a Su lucha (editorial Adriana Hidalgo), primera novela del argentino Patricio Lenard, de reciente distribución en España. Utilizando el viejo artificio narrativo del “manuscrito encontrado”, Lenard transcribe el imaginario diario de Rudolf Hess, confinado en la cárcel de Landsberg con Hitler, para ofrecer una perspectiva inédita de las relaciones entre el futuro Führer y su fanático discípulo durante el periodo en que, entre los dos, fueron componiendo el maldito libro maldito.

Clandestino

De entre las obras prohibidas adquiridas en las trastiendas de las librerías, todavía conservo la Historia de España del estupendo periodista socialista Antonio Ramos Oliveira (1907-1973). Comenzado en Londres, donde ARM permaneció exiliado hasta 1950 tras haber trabajado durante la Guerra Civil como agregado de prensa en la embajada dirigida por Pablo de Azcárate, el libro —tres pequeños pero compactos volúmenes en tapa dura de color rojo— fue publicado en México en 1952 por la Compañía General de Ediciones. Visto con perspectiva, no se trataba de un trabajo historiográfico excepcional (se basaba sobre todo en fuentes secundarias y carecía de aparato bibliográfico), pero constituía una tentativa honesta, desde una perspectiva socialista, de contar el devenir peninsular desde la prehistoria al desastre de 1939. Y para muchos de nosotros fue, junto con la brevísima Histoire de l’Espagne (1947), de Pierre Vilar (1906-2003), una herramienta para contrarrestar, aunque fuese débilmente, el relato de la peripecia histórica española que contaban la mayoría de los manuales y que enseñaban algunos profesores aún firmemente anclados en el nacionalcatolicismo (recuerdo, por ejemplo, que Vicente Palacio Atard, también preceptor real, dedicó media docena de clases universitarias a contar a sus adormecidos alumnos los entresijos del Manifiesto de los Persas —1814—, probablemente porque viera en aquel reaccionario apoyo al regreso del absolutismo un posible modelo para combatir la temida evolución “liberal” del régimen de Franco). La historia de Ramos Oliveira dedicaba amplio espacio a las estructuras económicas y sociales y a la descripción de los diversos nacionalismos españoles. Y, aunque sólo sea porque fue en su libro donde leí por vez primera (y completos) la Constitución de 1931 y los Estatutos de Cataluña y el País Vasco, le sigo estando agradecido. He pensado estos días en ARM a propósito de su libro Controversia sobre España (Renacimiento; prólogo de Ángel Viñas), que reúne, además de una interesante y breve correspondencia con el director del ultraconservador The Morning Post —hostil a la República, como buena parte de la prensa británica de la época—, otros dos escritos de tono pedagógico acerca de asuntos españoles, que fueron escritos durante su etapa de agregado en la embajada del Gobierno de la República en Londres. Me ha parecido particularmente interesante el dedicado a demostrar al —en general— pacato y escasamente solidario público inglés de clase media que no todos los católicos españoles iban tras el Caudillo botafumeiro en ristre.

Nuevos

Pasan volando mis sillones de orejas sin tiempo para ocuparme de tantas cosas. Por ejemplo, de que siguen surgiendo, inasequibles al desánimo digital y corsario, pequeñas editoriales independientes. De entre las últimas selecciono dos dignas de tener en cuenta. Arpa es la última (por ahora) aventura de Joaquim Palau (antes en RBA —allí llegó a mandar mucho—, y aún antes en Planeta, Destino, Edicions 62 y qué se yo dónde más) y de su hijo Álvaro: explican que su sello se especializa en “humanidades, ciencias sociales, y pensamiento crítico”. De su catálogo me fijo particularmente en De cómo tratar con las personas, de Adolph Freiherr Knigge, una especie de manual de filosofía moral orientada a la vida social que tuvo enorme influencia en Europa Central durante el Siglo de las Luces. Más nueva aún es Ultramarinos, otro sello barcelonés, dirigida por Julia Echevarría y Unai Velasco, que se inicia con sendas atractivas recuperaciones poéticas, Los eróticos y otros poemas (1976), del mexicano Efraín Huerta (1914-1982), y Mi más hermoso texto, de Alberto Cardín (1948-1992), que recoge los poemarios compuestos entre 1977 y 1982 por el ya casi olvidado antropólogo, escritor y feroz polemista y provocador que brilló fugazmente en la vida cultural barcelonesa durante la Transición. Qué tiempos.

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Source: El País (Spain)
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/24/babelia/1458818554_641918.html?id_externo_rsoc=TW_CC

Thursday, March 24, 2016

Nazi Medicine: Select Readings from the Collections of the Health Sciences Library: Nazi Medicine Bibliography

The Health Sciences Library's concurrent "Nazi Medicine: Selected Readings form the Collections of the Health Sciences Library" exhibit will be available in the Skyline Library during the Deadly Medicine exhibit area. Scanned and emailed copies of articles are available by request. If interested in obtaining an article please send an email to hsl_nymc@nymc.edu with your email address and article number(s). Books can not be copied. Below you will find a printable PDF version as well as links into a RefShare database which will allow for full-text access for NYMC users.

Nazi Medicine: Selected Readings from the Collections of the
Health Sciences Library, New York Medical College


This bibliography is a selected list of resources available through the Health Sciences Library of New York Medical College on the topic of Nazi medicine and eugenics. The purpose of the list is to encourage further understanding of the topic. It is not intended to be a comprehensive list.

We encourage your suggestions, donations, or short term loans.

Click here to see the list:
http://guides.library.nymc.edu/c.php?g=117981&p=767637

Page in PDF:
Link

Wednesday, March 16, 2016

[OFF] Attention! Coup Attempt in Brazil!


Don’t be mistaken, what is in course in Brazil is a coup attempt.

As a private conversation between President Dilma Rousseff and former President Lula is illegally tapped by the Federal Police following a decision by a first instance judge and selectively disclosed by the press, we must express our deepest concern with the erosion of the rule of law in Brazil. Today’s event is extremely serious and have a real potential to escalate into social unrest and bloodshed.

On 31st March 1964 a military coup was trigged against the legally constituted government of João Goulart. This was a day that lasted 21 years. It was not until 1988 that a new Constitution was drafted and Brazil began its democratization process. Similarly to 1964, the current coup attempt has the backing of the biggest Brazilian broadcaster- Rede Globo. Differently to 1964, the coup is enforced by an ideologically-driven judiciary that has three purposes: overthrown a democratically elected President, prevent former President Lula to run for the 2018 elections and ultimately blocks the Brazilian Workers Party’ license to exist.

There is no doubt that Brazil is undergoing extremely serious political instability. President Dilma Rousseff was re-elected for her second term in 2014. Right at the beginning her government Petrobras, the Brazilian state-owned oil giant, was emerged in corruption scandals. Indeed, only a naïve person would believe that the Brazilian Worker’s Party has invented corruption. As Fernando Henrique Cardoso noted on his own memoirs, he was told that a huge corruption scheme taking place at Petrobras during his term as President. Differently to Dilma, Cardoso didn’t have the courage to initiate any investigation.

While the Cardoso administration undertook 48 federal police investigations in 8 years, the Brazilian Worker’s Party conduced 250. Concomitantly to a significant increase in federal police operations that aimed to tackle corruption, both the Lula and Rousseff administrations strengthened and devolved more powers to judiciary. Prior to 2003 most investigations were filed by the government.

Despite the fact that over the past several months the Federal Police has purposely, and illegally, leaked information regarding ongoing investigations involving people linked to the Brazilian Worker’s Party, last week events escalated with the kidnaping for a few hours of former President Lula. There is no exaggeration in employing the term “kidnapped” as the Brazilian legislation doesn’t allow such event to occur on those terms.

Following the above event, President Dilma decided to invite Lula to became the government’s main minister as an effort to reestablish governability. Members of the opposition accused Dilma to offer this position so Lula would enjoy an immunity granted to ministers. Nothing more misleading… Those who make such claim forget that Lula would still respond at the Supreme Court if needed, a significant disadvantage as if he was responding as any other citizen he would enjoy the benefits of surfing between different court instances…

For those who couldn’t see the coup coming, now it is more than evident. On the same day as Lula assumes as Minister, the Federal Police backed by a first instance judge, decides to publicize conversations between Lula and Dilma to stimulate a social convulsion that could potentially lead to the removal of Dilma as President.

Brazilians must ensure that the rule of law is reestablished and that the democratically elected government can continue its mandate. Tomorrow we will go to the streets to defend the democratically elected president and demand respect to our constitution and to the rule of law! Não Passarão!

By Diego

Source: O Cafezinho
http://www.ocafezinho.com/2016/03/17/attention-coup-attempt-in-brazil/

See more:
The draining agenda of Brazil’s pathetic pro-coup opposition
Ex-President of Brazil, Luiz Inácio Lula da Silva, Faces Charges

Monday, March 14, 2016

[OFF] The photo that’s become the emblem of Brazil’s political turmoil

STEPHANIE NOLEN. RIO DE JANEIRO — The Globe and Mail
Published Monday, Mar. 14, 2016 7:48PM EDT

Last updated Monday, Mar. 14, 2016 9:46PM EDT

On a day when every Brazilian, or so it seemed, was sharing protest pictures on social media, there was one picture that became the picture, the one everyone was talking about – a sort of Rorschach test for the country.

On Sunday, nearly two million people took to the streets in 121 cities across Brazil to protest government corruption and to demand the impeachment or resignation of President Dilma Rousseff, whose government is enmeshed in a massive graft scandal.

Among the people who went to march were Claudio Pracownik and Carolina Maia Pracownik, a white couple who live on a leafy street in Ipanema. They brought with them their little white dog, on a colour co-ordinated leash, and their two toddler daughters, who rode in a stroller pushed by a black maid wearing the all-white uniform that some wealthy Brazilians prefer their domestic employees to wear.

Joao Valadares, a photographer with the newspaper Correio Braziliense, snapped their picture on the street in Copacabana, and before the protest was even over, it had been shared thousands of times – millions, by nightfall, here in this country that has the second-largest number of daily Facebook users.

Some Brazilians looked at the picture and saw a patriotic family, fed up with a seemingly unending series of revelations about politicians and kickbacks, on their way to make their voices heard – accompanied by a woman who has “an honest job”, as a great many commentators put it, at a time when millions of Brazilians are unemployed.

Others saw the poster-couple for elite Brazil. “I look at this photo and I see primarily the repetition of a scene going back to the time of slavery,” Deborah Thome, a Rio writer and political scientist, wrote on her Facebook page Sunday night. “I am disgusted by the sight of a nanny dressed in a slave-maid’s clothes.”

And that, she said, is emblematic of everything that’s troubling about the current protests.

Polling suggests that Brazilians across all social classes and ethnicities are extremely frustrated with corruption and with the crisis currently paralyzing government. But they differ in where they apportion blame. The half-dozen large anti-corruption demonstrations in the past year have been dominated by white and upper-middle-class protesters, who tend to be supporters of the opposition Brazilian Social Democratic Party (PSDB), and to have little love for Ms. Rousseff’s left-leaning Workers’ Party, which has won four successive elections, the last one with a narrow defeat of the PSDB in 2014. Rousseff supporters say they are using the corruption scandal – in which politicians from virtually every party have been named – to try to unseat a democratically elected government.

The research institute Datafolha said that 77 per cent of participants at the demonstration in Sao Paulo, which was the largest in the country, were university graduates, versus the overall rate of 28 per cent in the city. Half of participants said they earned “between five and 20 times minimum wage,” versus 23 per cent of people in the overall population who earn in this range; 77 per cent self-identify as white although the last census showed just 45 per cent of Brazilians are white.

It’s a troubling moment for the country, Ms. Thome said. “The debate now –nothing will convince me otherwise – is between different and conflicting political visions. I don’t support the protests, but like many friends who went to the street, I want a better country. But the paths we want to take to get there are very different. And, in most cases, those paths will not meet.”

But Joana Gryner, a Rio clinical psychologist who marched on Sunday, said she is frustrated by the suggestion that the Pracowniks have less right to protest than anyone else in this democracy.

“It’s too harsh to say that a particular social group cannot protest,” she said. “We have to stop churning out rules and dictating what is the correct way to protest. They were not hurting anyone, and plenty have done harm to them.”

Ms. Maia Pracownik and Mr. Pracownik did not return calls from The Globe and Mail. But in a Facebook post of his own, he expressed disgust at what he called the violation of his privacy, saying a photo without context was being used as a “distraction” from the country’s political and economic crisis. And he made a pointed reference to Lava Jato, the investigation into an alleged $2-billion (U.S.) contracts-for-kickbacks scheme at the state energy company Petrobras, in which many senior political figures, including former president Luiz Inacio Lula da Silva, are now implicated.

“I earn my money honestly,” wrote Mr. Pracownik, who is the vice-president for finance at the Rio football club Flamengo. “My assets are in my own name, I don’t get gifts from construction companies, I pay taxes (not bribes), I employ hundreds of people in my business and four more in my home. … Everyone gets paid on time. And everyone has a registered employment card and I pay social benefits for every one of them.”

He said the nanny in the picture only works for them on weekends, and is paid extra because of it. “She is free to resign if she would prefer other work or another employer,” he said. “I don’t treat her like a victim, or as if she is a member of my family. I treat with respect and with the dignity that any employee deserves.”

But in the furious debate about the photo, many have expressed scorn – at Ms. Maia Pracownik in particular – that she wasn’t pushing the stroller herself, that she has a nanny even on Sunday. “You don’t know enough to handle a baby carriage, but you think you can give your opinion on how to run a country,” sniped an engineer named Francielle Soares in Sao Paulo.

Others expressed disapproval that employers would take their nanny to a political demonstration. But that part came as no surprise to the nannies watching over toddlers in a childrens’ park near the family’s apartment on Monday. “She’s working, right?” said one of the women – none was willing to be quoted by name talking about their jobs. “She’s obliged to go – she’s earning, so it’s her responsibility to accompany the parents wherever they want to go.”

Brazilians, who are deft and fast with memes, reposted the picture with a thousand snarky captions, such as “Speed it up, there, Maria [the generic ‘maid name’], we have to get out to protest against this government that made us pay you minimum wage.”

Brazil’s economic crisis has seen a huge spike in unemployment – 1.5 million jobs were shed in 2015 and another 2.2 million are expected to be lost as the contraction continues this year. For many women who had new pink-collar positions in the economy that boomed under Mr. da Silva, that has meant a reluctant return to domestic work, traditionally the chief occupational sector for women of colour in Brazil.

When the picture began to be shared with scornful comments, some domestic workers wrote their own comments, pointing out they would be glad to have the job. “What’s the problem?” wrote Marcela Margiotta on the popular Facebeook site Humans of the Protest. “I’m going crazy looking for a job to work on weekends. … Thank god there are nanny jobs out there, because these days you graduate and then, surprise: there are no jobs!”

Source: The Globe and Mail (Canada)
http://www.theglobeandmail.com/news/world/the-photograph-thats-become-the-emblem-of-brazils-political-turmoil/article29230399/

Sunday, March 6, 2016

[OFF] Television in Brazil. Globo domination

This post is a Off-Topic, bit I think it has connection with the issue of Media manipulation and authoritarianism.

The article below describes the behavior of TV Globo (Brazil), a TV station that rose in Brazil in 1964, year of the dictatorship, and it behaves like a Totalitarian TV, even in a democracy (the dictatorship ended in 1985 in Brazil, but the Globe has been attacking Democracy until today).

Even a liberal publication (The Economist) shows their shock chronicling the social control exercised by this TV Station in Brazil and the danger that it represents for any country (in case of some Country to copy this model of Globo TV for social control). Worth reading this matter for those who don't know the control model of this TV station in Brazil (Globo is one of the largest TV in the world, a big power, despite the loss of increasing power to the internet who Globo fears), which is "affectionately" nicknamed in Brazil, for popular sectors, as 'Goebbels TV' (Rede Goebbels) (a deserved name, in true).
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Globo’s not so little piece of the ratings
Brazil’s biggest media firm is flourishing with an old-fashioned business model
Jun 7th 2014 | RIO DE JANEIRO | From the print edition

WHEN the football World Cup begins on June 12th in Brazil, tens of millions of Brazilians will watch the festivities on TV Globo, the country’s largest broadcast network. But for Globo it will be just another day of vast audiences. No fewer than 91m people, just under half the population, tune in to it each day: the sort of audience that, in the United States, is to be had only once a year, and only for the one network that has won the rights that year to broadcast American football’s Super Bowl championship game.

Globo is surely Brazil’s most powerful company, given its reach into so many homes. Its nearest competitor in free-to-air television, Record, has an audience share of only about 13%. America’s most popular broadcast network, CBS, has a mere 12% share of audience during prime time, and its main competitors have around 8%.

The company started in Rio de Janeiro with a newspaper, O Globo, in 1925, and was built by a visionary and long-lived media titan, Roberto Marinho, who died in 2003 at the age of 98. As it grew in the television age, Globo has arguably done as much as any politician to unite a vast and diverse country, from the Amazonian jungle to the heart of coffee-growing country, from wretched favelas on the urban periphery to the fancy boutiques of downtown Rio and São Paulo. Today it is controlled by Mr Marinho’s three sons and towers over Brazil like Rio’s Christ the Redeemer statue. It is the largest media company in Latin America, with revenues that reached 14.6 billion reais ($6.3 billion) in 2013, having climbed impressively over the past decade. As a powerful, family-owned media firm, it looks like a local version of Rupert Murdoch’s News Corporation, without the family drama.

Globo counts pay-TV stations, magazines, radio, film production and newspapers as part of its empire, but most of its profits come from its broadcast network, which airs salacious telenovelas, or soap operas, that are always the talk of Brazil. In richer countries the habit of “appointment viewing” has declined with the spread of digital video recorders, but Brazilians still tune in devoutly for the three telenovelas that run each evening, six days a week.

Globo airs Brazil’s snazziest and freshest shows, yet its business model feels decidedly old-fashioned. Its programmes are filmed on its own vast studio lot, called Projac, nestled among forested mountains on the edge of Rio. Actors and writers are on contract, just as they were in the early days of Hollywood. Workers stitch lavish costumes and build intricate sets on site, like those of “Meu Pedacinho de Chão” (“My Little Patch of Land”), one of the current soaps, a fantastical tale about a small town seen through a child’s eyes (pictured). The telenovela format can be adapted to audience feedback, and plots can be changed on the fly depending on what viewers like.

Globo executives obsess over the real-time audience figures streamed to their offices. “If ratings decline a tenth of a percent, you feel this building shake,” one of them says. For advertisers wanting to get a message to a national audience, it is the obvious choice. Globo knows this, and is estimated to have raised its rates for prime-time spots by nearly 60% since 2010.

Setting the standard

Not everyone is comfortable with Globo’s good fortune. Critics are unsettled by the firm’s share of advertising and audience. It controls everything from Brazilians’ access to news to the market rates for journalists’ salaries. Even entertainment shows can be remarkably influential. “Salve Jorge”, a recent soap set in Turkey, prompted hordes of Brazilians to take holidays there. Its programmes also shape the national culture. This year it aired what it believes was the first gay kiss on a broadcast network.

Elsewhere in Latin America big media companies are in the midst of real-life dramas. Argentina’s Grupo Clarín is being carved up by the government, and Mexico is trying to make Televisa slim down. But Brazil’s government is more docile towards media owners. It helps that the Marinhos tend to adapt to the political climate. Mr Marinho was a staunch supporter of the country’s 1964-85 military dictatorship; today his sons live in a more liberal, democratic Brazil and stay out of the public eye. Last year they ran an apology for their father’s politics in the “errors” section of O Globo.

Brazil does not have a tradition of sequels and prequels, and popular telenovelas are always killed off after a few months to make way for new ones (“Meu Pedacinho” is a rare remake). Likewise, for two decades people have predicted that Globo’s heady success would come to an end as Brazilians look for entertainment elsewhere. So far it has defied them. Sir Martin Sorrell, the boss of WPP, an advertising firm, points out that, as in Japan, traditional media in Brazil are “like a fortress” and continue to hold strong in spite of the incursions of new entertainment sources.

Because Brazil has lagged media trends in rich countries, Globo has been able to watch foreign firms’ mistakes “so we don’t have to make them”, says Roberto Irineu Marinho, the group’s boss. But internet use has taken off in Brazil, and will alter consumers’ viewing habits over time. Today Brazil has more mobile phones than it has people, and penetration of pay-television has slowly crept up to around 28% of households. In April Brazilians spent around 12.5 hours a week on online social networks from their desktop computers, more than double the global average, according to comScore, a research firm. For the first time in Globo’s history it is facing serious competition for advertisers and audience. Increasingly, Brazil’s advertising market will be a contest between the two Gs: Globo and Google.

Globo is still the biggest fish in a big pond, and can keep a hold on Brazilians’ attention, even as they migrate to new platforms. For example, as more households can afford pay-TV packages, Globo may lose viewers from its free-to-air network, but should gain when they tune in to the group’s paid-for channels. It is experimenting with new online offerings, such as letting people subscribe for a monthly fee to view its content online with a time delay.

“We don’t want to jeopardise our advertising revenues by changing people’s habits, but we have to be ready,” says Jorge Nóbrega, a senior Globo executive. Netflix, an American online-video firm, has entered Brazil, but Globo-boosters argue that Brazilians prefer telenovelas to foreign fare. In television, as in football, they are likely to keep rooting for the home team.

From the print edition: Business

Source: The Economist
http://www.economist.com/news/business/21603472-brazils-biggest-media-firm-flourishing-old-fashioned-business-model-globo-domination

Sunday, February 28, 2016

El mito de la conspiración mundial judía

El judío es avaro, usurero, malvado en esencia, culpable de la muerte de Cristo y de un aspecto físico repulsivo, o al menos así lo describen los prejuicios que perduran hasta prácticamente nuestros días. Este pensamiento dañino nace poco después del propio cristianismo, sectas múltiples del judaísmo que acaban condenando sus orígenes por no entender que los demás judíos no reconocieran al Mesías en la figura de Jesús de Nazaret. Así, a medida que avanza la Edad Media el judío se convierte en un ser demonizado, un chivo expiatorio para todo tipo de desastres, sea una guerra o un brote de peste. Son bien conocidos los ataques populares a aljamas judías causando auténticas masacres, tanto en los reinos hispánicos como en comunidades árabes, no tratándose de un fenómeno aislado sino presente en gran parte de Europa. La Iglesia católica, lejos de auspiciar la paz interreligiosa, proclama la servidumbre del pueblo judío, y reitera a lo largo de los siglos la obligación de llevar señales distintivas. Algunos pensadores eclesiásticos no dudan en afirmar desde el púlpito, o desde obras de carácter culto, que los judíos ayudarían al Anticristo a su llegada, condenando así la humanidad.

Este odio tradicional es de carácter religioso, y al menos en la teoría desaparece con la conversión del individuo al cristianismo. Sin embargo, el antijudaísmo irá sufriendo notorios cambios con el nacimiento de la Ilustración y el ocaso del Antiguo Régimen. 1789 se configura, como en tantos otros aspectos, en un momento clave, puesto que se reconoce la libertad religiosa y con ello, la igualdad del pueblo judío. Mas, en la Francia revolucionaria existen numerosas voces conservadoras, especialmente de carácter eclesiástico, que repudian y temen los cambios asociados a la Revolución, y ya en fecha tan temprana como 1797 surge la primera noticia de una supuesta conspiración. Gracias al jesuita francés Augustín Barruel se difunde la idea de un gran complot, un tanto bizarro, conformado por templarios, masones, illuminati, ilustrados y poco después, también judíos, que habían promovido la Revolución Francesa.

La figura del judío se estaba convirtiendo nuevamente en culpable máximo de lo que para muchos era un desastre, la modernidad en sí misma. Símbolo de la aceptación, los judíos adquirieron los mismos derechos y deberes que cualquier francés, con la posibilidad de integrarse en la administración del Estado y participar de forma plena en la actividad económica. Esta tendencia se expande junto al ejército napoleónico y, de forma análoga, algunos conversadores difunden textos semejantes a los de Barruel que involucran al pueblo judío en un proyecto maligno para dominar el mundo. Estos escritos llegan con facilidad a Alemania durante todo el siglo XIX, donde tienen cierto éxito, pero son especialmente destacados en Rusia, cuyo antisemitismo estaba muy arraigado y sin encontrar censura por parte del Estado.

Sin ignorar la influencia recibida, en una Rusia que antes de la Revolución bolchevique contaba fácilmente con más de cinco millones de judíos en su seno, se crean nuevos textos incendiarios que fomentan el mito de la conspiración mundial judía. Claros ejemplos son la obra de Brafman, llamada El libro de la Kahal, en el cual mantiene la existencia de una organización secreta judía; o los escritos panfletarios de Hippolyte Lutostanski, quien afirma que los judíos practicaban asesinatos rituales. Resulta fácil observar cómo se combinan viejos prejuicios propios del cristianismo con un temor al judío como figura moderna, mezcla que es absorbida con avidez por la población rusa que vivía una situación socio-económica dramática a finales de siglo.

Edición francesa de los
Protocolos de los sabios de Sion.
Fuente.
Es durante esa última década del XIX cuando nace una obra tan influyente y letal como irracional: los Protocolos de los Sabios de Sión. Se trata de un escrito cuyo origen resulta confuso, si bien Norman Cohn lo sitúa en Francia entre los años 1897-1898, aunque la primera publicación conocida se da en San Petersburgo en el año 1903. Más que de un texto original, se trata de una falsificación de un libro satírico de Maurice Joly datado en 1864, Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Parte del contenido original, una crítica al régimen de Napoleón III, había sido sustituido por el plan de aquel grupo de sabios judíos, siniestros y malvados, para dominar el mundo a través del oro y el liberalismo, así como una descripción de aquel reino nuevo cuyo fin último es esclavizar y convertir a la humanidad a la religión judaica. Una vez más, el judío es usurero y símbolo de la modernidad, sin ignorar que la masonería tendría un gran lugar en su confabulación.

Aunque el documento en sí era cuestionable y descabellado, se difundió de forma acelerada por Rusia y centroeuropa. Especialmente en el Imperio Ruso parecían existir numerosos grupos conservadores que fomentaban la publicación y expansión del panfleto. Tanto es así que la falsificación pudo haberse producido por miembros de la Ojrana, el cuerpo de policía secreto de la Rusia zarista. Esta divulgación llevó a la exacerbación del antisemitismo, suficiente para producir numerosos pogromos, estallidos de violencia popular contra la minoría judía, que causaba gran número de víctimas mortales. Era tal el grado de arraigo del odio, o quizás de la normalización del rechazo, que existían personajes que provocaban pogromos de forma cuasi profesional, los llamados pogromshchiki, que propagaban, entre otros muchos prejuicios, los rumores de rituales de sangre.

Es durante la propia Revolución rusa cuando los Protocolos llegan a la mayor parte de la población, circulando entre los soldados y calando hondo entre los del Ejército Blanco. Se produce en este contexto una dicotomía sumamente dura para los judíos rusos, ya que los partidarios de Ejército Blanco asumen una responsabilidad de la comunidad judía en el asesinato de la familia imperial, mientras que el Ejército Rojo, lejos de sentir simpatía por los judíos aunque sin una política abiertamente antisemita, participa en matanzas de la población judía. Más allá de las miles de muertes violentas que se producen en la Guerra Civil Rusa, nace ahora un nuevo y poderoso prejuicio que pronto llegaría al resto de Europa: la conspiración judeo-comunista.

Una vez finalizado el conflicto ruso, muchos de los blancos se ven obligados a huir. Entre los destinos predilectos de aquéllos hombres se encontraba Alemania, donde los rusos procuraron a toda costa difundir la conspiración judía, asociada al elemento soviético, para que las demás potencias europeas ayudaran a restablecer el orden. Fueron ex-miembros del Ejército Blanco los primeros en fomentar la publicación de los Protocolos en Alemania, alcanzando un éxito considerable. No obstante, aquel fenómeno se vería desbordado al finalizar la Primera Guerra Mundial y quedar Alemania humillada. ¿Cómo era posible que se hubiera perdido la guerra? ¿Quién era el culpable? Los judíos debían serlo, sin duda, o al menos así lo presentan numerosos libros que se editan en los primeros años tras el conflicto.

A esto le podemos añadir una corriente conservadora y nacionalista que comenzaba a triunfar en Alemania, conocida como völkisch, que reivindicaba la superioridad racial del pueblo alemán. Encontraba su apoyo en una población que anhelaba el reconocimiento tras la dura derrota, y no solamente entre las clases populares, sino que tuvo amplia difusión en la universidad y su élite intelectual. En este punto, el antijudaísmo religioso había derivado en un antisemitismo racial claro, influido en parte por el darwinismo social.

“El judío. Incitador de la guerra.
Prolongador de la guerra”. Fuente.
La conspiración mundial judía, aquel culmen perfecto de prejuicios, de rechazo religioso, de sentimientos raciales y conservadurismo político, viaja a cada extremo de Europa a través de los Protocolos de los Sabios de Sión. Según el país de publicación se suprimen unas partes o se añaden otras, adaptando el odio. En Gran Bretaña se suprimen las críticas británicas, de forma obvia; en Estados Unidos las críticas a la masonería se rellenan con una aversión al bolchevismo, pero es en la Alemania previa al ascenso de Hitler, y bajo el mandato del nazismo, donde esta idea alcanza su plenitud.

El judío es ya el máximo enemigo de Alemania, ensucia y pervierte la raza aria, y desde el Partido Nacionalsocialista se otorga credibilidad a la conspiración judía como a los Protocolos. El discurso es claro, el judío internacional ha manipulado las potencias europeas, posee el poder, ha traicionado a Alemania. Este proceso de propaganda resulta de vital importancia si tenemos en cuenta que ejerce un efecto distanciador, a nivel emocional, entre la población alemana y sus compatriotas judíos. En el momento en que comiencen las leyes restrictivas como Núremberg, por no hablar ya de las deportaciones masivas, existirá un silencio que en cierta parte se debe a décadas de publicaciones antisemitas que deshumanizan al judío.

Resultaría simplista explicar el Holocausto a través del mito de la conspiración mundial judía, puesto que se trata de uno de los fenómenos más complejos de la Historia, pero podemos afirmar que la difusión de esta creencia fomentó el pensamiento antisemita en gran parte de los sectores conservadores de Europa. Ha sido y es herramienta de manipulación y control de masas, pues a raíz de los enfrentamientos continuos en Oriente, especialmente el conflicto palestino-israelí, los Protocolos de los Sabios de Sión siguen tan vivos como en el siglo XIX, y con ello el odio y prejuicio generalizado hacia la comunidad judía, mucho más allá de las fronteras de Israel.

Bibliografía

-BEN-ITTO, Hadassa, ”The Lie That Wouldn’t Die: The Protocols of the Elders of Zion, Londres”, Portland, Oregon, 2005

-BRONNER, Stephen Eric, “A Rumor About the Jews: Reflections on Antisemitism and the Protocols of the Learned Elders of Zion”, Oxford, Oxford University Press, 2003.

-JOHN, Norman, “El mito de la conspiración judía mundial. Los protocolos de los Sabios de Sión”, Alianza Editorial, Madrid, 1983.

-MASON, Philip, “Warrant of Genocide: The Myth of the Jewish World-Conspiracy and the Protocols of the Elders of Zion. by Norman Cohn” En Man, New Series, Vol. 2, Septiembre 1967.

-TOTTEN, Samuel; JACOBS, S.L. (eds.), “Pioneers of the Genocide Studies. New Brunswick”, New Jersey, 2002.

Redactor: Sandra Suárez García
Graduada en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Docencia y Máster de Historia (EURAME) por la Universidad de Granada. Interés en historia medieval, la historia de las minorías y especialmente en estudios sobre la comunidad judía.

Source: Témpora Magazine de Historia (España)
http://www.temporamagazine.com/el-mito-de-la-conspiracion-mundial-judia/

Friday, February 26, 2016

Hitler’s Volksgemeinschaft and the Dynamics of Racial Exclusion

Cover of Hitler’s Volksgemeinschaft and the Dynamics of Racial Exclusion: Violence against Jews in Provincial Germany, 1919–1939 by Michael Wildt

Hitler’s Volksgemeinschaft and the Dynamics of Racial Exclusion: Violence against Jews in Provincial Germany, 1919–1939

“Wildt offers a deep impression of what it actually meant for Jews to live in a society defined as a Volksgemeinschaft at least by its leaders…[His] book offers readable and detailed insight into what it meant to produce Volksgemeinschaft. It is by now a standard work on the early years of National Socialist anti-Semitism and supplies an inspiring view on the transformation of German society between the years 1919 and 1939.” · H-Net

"Hitler's Volksgemeinschaft convincingly blends larger conceptual claims with detailed historical analysis of specific localities. One cannot walk away from the book still thinking that the German population in Hitler's Germany was oblivious to, or unwilling to endorse, years of violently exclusionary mechanisms set in motion against Jews - the prelude to their eventual extermination." · Holocaust and Genocide Studies

“[Wildt’s] interpretation contests some of the established assessments. Even though the role of the ‘Volksgemeinschaf’ in this process is debatable, the concept inspired a study worth reading…[It]is definitely a thought-provoking book.” · Journal of Contemporary European Studies

In the spring of 1933, German society was deeply divided – in the Reichstag elections on 5 March, only a small percentage voted for Hitler. Yet, once he seized power, his creation of a socially inclusive Volksgemeinschaft, promising equality, economic prosperity and the restoration of honor and pride after the humiliating ending of World War I persuaded many Germans to support him and to shut their eyes to dictatorial coercion, concentration camps, secret state police, and the exclusion of large sections of the population. The author argues however, that the everyday practice of exclusion changed German society itself: bureaucratic discrimination and violent anti-Jewish actions destroyed the civil and constitutional order and transformed the German nation into an aggressive and racist society. Based on rich source material, this book offers one of the most comprehensive accounts of this transformation as it traces continuities and discontinuities and the replacement of a legal order with a violent one, the extent of which may not have been intended by those involved.

Michael Wildt studied history, cultural studies, and theology at the University of Hamburg. From 1993 to 2009, he was a Research Fellow at the Research Centre for Contemporary History in Hamburg, the Hamburg Institute for Social Research, and The International Institute for Holocaust Research, Yad Vashem, Jerusalem. He is Professor of Modern German History at the Humboldt University in Berlin.

Published by: Berghahn Books

Source: Jewish Study Library
http://www.jewish.lib.uct.ac.za/news/hitler%E2%80%99s-volksgemeinschaft-dynamics-racial-exclusion

Sunday, February 21, 2016

Giovanni Gentile, l’adesione al fascismo

Giovanni Gentile e il Partito Nazionale Fascista

Giovanni Gentile
Il 2 novembre del 1922 Giovanni Gentile, già personalità di altissimo spessore nel panorama culturale italiano, è nominato ministro della Pubblica Istruzione nel primo gabinetto Mussolini. Nella primavera del 1923 giustifica la sua adesione formale al PNF evidenziando la conformità del fascismo col liberalismo della destra risorgimentale in cui egli si identificava, e cioè col «liberalismo della libertà nella legge e perciò nello Stato forte e nello Stato concepito come realtà etica». Gentile vede concretarsi nella nuova realtà politica la sua “Fede antica” (opera gentiliana edita nel 1923), destinata a restaurare il carattere degli italiani e a liberarli dalla vecchia malattia dello scetticismo e dell’indifferentismo. Per questa «fede antica», egli si sente «precursore» del fascismo. Più esattamente: la nuova filosofia idealistica, il sindacalismo soreliano, il ritrovato sentimento religioso, l’impegno etico della guerra, in altri termini tutto il fermento ideale e morale del primo ventennio del Novecento – che reagisce alle logore ideologie illuministiche, democratiche e socialistiche della vecchia Europa – trova uno sbocco naturale nella marcia su Roma e nelle energie suscitate dal fascismo. Esso diventa così, agli occhi di Gentile, l’interprete della vita nazionale, il compito in cui tutti gli italiani, che non vogliono più «starsene alla finestra», devono impegnarsi.

Giovanni Gentile e il fascismoIl fascismo appare a Gentile non un’ideologia o un sistema chiuso, bensì un processo storico, un ideale da realizzare. Come tale gli è utile l’apporto di quella critica costruttiva che ne riconosce la funzione nazionale, mentre deve combattere «la democrazia degli avvocati arruffapopoli», «il socialismo radicaloide e umanitario», «il liberalismo dello Stato negativo e agnostico», dal momento che il fascismo – come ogni serio movimento storico – è «sentimento religioso» da restaurare negli animi e nella coscienza collettiva. Questa visione della politica come fede, che il filosofo aveva già maturato e caldeggiato negli anni precedenti, trova nel fascismo il suo riscontro più profondo.

D’altronde, che il fascismo non sia un episodio accidentale nella vita di Gentile, è comprovato dall’impegno pubblico e dall’azione di collaborazione e di stimolo esercitata verso il regime per l’intero Ventennio. Oltre alla carica di ministro della Pubblica Istruzione nel triennio 1922-1924, è presidente della Commissione dei Quindici – poi dei Diciotto – per la riforma costituzionale, fondatore nel 1925 dell’Istituto fascista di cultura, presidente del Consiglio superiore della Pubblica Istruzione dal 1926 al 1928, membro del Gran Consiglio fino al 1929 e seguace di Mussolini anche nell’ultima avventura della Repubblica sociale. Nei momenti critici, che pure Gentile attraversa – specie quando la sua riforma della scuola viene alterata o quando si stipulano i Patti Lateranensi con un compromesso che nega nell’essenza il suo concetto dello Stato etico – non scinde mai le proprie responsabilità da quelle mussoliniane e ribadisce la sua fede nel fascismo col quale continua fino alla fine a identificare il futuro stesso della nazione.

Pagherà la sua ferma adesione al regime con la vita, ucciso il 15 aprile 1944 a Firenze da un commando partigiano aderente ai GAP.

Bio
29/03/2014 di Matteo Anastasi

Source: Europinione (Italia/Italy)
http://www.europinione.it/giovanni-gentile-ladesione-al-fascismo/

Wednesday, February 17, 2016

Los engranajes del infierno nazi

Un libro revisita los campos de concentración, factorías del odio donde se exprimió y exterminó a millones de seres humanos

Jacinto Antón. 14 FEB 2016 - 00:00 CET
Los engranajes del infierno nazi
FOTOGALERÍA Factorías del horror

Escuchad, basura, ¿sabéis dónde estáis? Estáis en un campo de concentración. ¡Tenemos métodos propios! Tendréis ocasión de probarlos. Aquí no se vaguea, y nadie escapa. Los centinelas tienen instrucciones de disparar sin previo aviso a quien trate de fugarse. ¡Y contamos con la élite de las SS! Nuestros hombres son grandes tiradores”. Las palabras de bienvenida que brindaba a los presos el Standartenführer Hermann Baranowski, comandante de Dachau, son, sin duda, una introducción muy directa a lo que era un campo de concentración nazi.

En general, la expresión “campo de concentración nazi” concita un mundo de niebla y dolor compuesto de retales de violencia y espanto. Un universo desordenado de imágenes y lecturas impactantes, de testimonios reales y reconstrucciones desde la ficción. Una generación los descubrimos en las novelas de Leon Uris (Mila 18, Armagedón, QB VII), la serie de televisión Holocausto y La decisión de Sophie, otras en La lista de Schindler, La vida es bella o El niño del pijama de rayas.

El diario de Ana Frank; los libros de Primo Levi; La pasajera, de Andrzej Munk; Shoah, de Lanzmann; incluso la polémica El portero de noche, de Liliana Cavani…, son algunos de los muchísimos elementos que componen nuestra prismática visión de los campos, a la que no cesan de llegar nuevas aportaciones tan extravagantes como las recientes novelas La zona de interés, de Martin Amis, y En el paraíso, de Peter Matthiessen.

“No hay respuestas fáciles. no hay prisioneros típicos ni típicos guardianes. la historia de los campos es un cambio constante”

Algunos hemos tenido además el oscuro privilegio de visitar Auschwitz, contemplar los crematorios de Ravensbrück de la mano de la deportada Neus Català, enfrentarnos a las pilas de viejos zapatos de los gaseados en Majdanek y a las pesadas sombras de Sobibor, escuchar a Semprún una tarde hablar de Buchenwald, y a Imre Kertész, y a Gitta Sereny…, o ver el número tatuado en el antebrazo de David Galante mientras el superviviente de Birkenau describía quedamente la selección, las chimeneas y los fuegos. En ese caleidoscopio, en ese puzle de aflicción y crueldad cuesta tener una visión de conjunto, global, objetiva y científica.

Eso es lo que nos aporta ahora, más allá del familiar espectáculo de las zanjas rebosantes de cadáveres, los cuerpos enflaquecidos, el perfil de las torres y las cercas de alambre, los hornos y los guardias de la calavera, el historiador Nikolaus Wachsmann, autor de la monumental KL, Historia de los campos de concentración nazis (Crítica). En sus más de un millar de páginas –más de 300 de notas y bibliografía–, el autor recorre todos los campos de las SS desde sus orígenes hasta su final trazando una historia íntegra, completa, del sistema concentracionario. Desde la creación de Dachau, el primer campo, abierto en marzo de 1933, hasta la del de Dora-Mittelbau, el último, en otoño de 1944 (con sus dantescos túneles dedicados a la fabricación de la cohetería nazi), y las marchas de la muerte y la liberación. Una historia en la que escuchamos continuamente, entre los datos concisos, las voces de los presos y los guardianes, las víctimas y los verdugos, los perpetradores y los martirizados. Una de las cosas más notables del libro es precisamente que sin dejar nunca de ser un ensayo científico, cuantificador y esclarecedor, jamás es frío, sino que está lleno de nombres y caras y recorrido por un enorme sentido de la humanidad. Hay que alabar asimismo el magnífico pulso narrativo del autor, que contribuye a que la obra pueda conectar no solo con el especialista, sino con el gran público. Wachsmann destaca que los campos, “en los que se vivía un terror desenfrenado”, encarnan como ninguna otra institución del III Reich el espíritu del nazismo.

La cita con Nikolaus Wachsmann (Múnich, 1971) es en Londres, en cuya universidad enseña historia alemana moderna. En principio habíamos quedado en las salas de la exposición sobre el Holocausto en el Imperial War Museum, pero finalmente prefiere la mucho más sobria Wiener Library. Como tengo tiempo me acerco al primer destino. Nunca deja de conmoverme esa exhibición, probablemente la mejor plasmación en formato expositivo que se ha hecho nunca del genocidio judío (no en balde la asesoró el gran historiador especialista en el Holocausto David Cesarani, fallecido, por cierto, el pasado octubre). Es una visita dolorosa. Hay algunos elementos cuya visión es casi insoportable: la fotografía a gran tamaño de un soldado de los Einsatzgruppen a punto de disparar su pistola sobre un judío arrodillado ante una fosa común en Vinnitsa (Ucrania) que mira a la cámara; las imágenes de las excavadoras arrastrando cadáveres en Bergen-Belsen, la mesa de disección… Me siento a repasar el libro de Wachsmann frente a la gran maqueta blanca de Auschwitz que representa a escala la entrada de Birkenau, la plataforma de selección y, al extremo, las cámaras de gas y crematorios II y III en mayo de 1944 durante la llegada de un convoy de judíos húngaros, cuyo exterminio convirtió al campo en el epicentro de la Solución Final y lugar del mayor asesinato en masa de la historia moderna. Uno podría pasarse la vida ante ese horror en miniatura, tratando de entender.

La Wiener Library para el estudio del Holocausto y el genocidio, una de las colecciones más importantes del mundo de documentos sobre el tema, se encuentra en Russell Square, junto a los jardines, a tiro de piedra del British Museum. La colección fue fundada por el judío alemán Alfred Wiener y su material ayudó a llevar a los criminales nazis ante la justicia. En la recepción me encuentro con Wachsmann, sorprendentemente joven y vestido de manera tan informal que me hace sentir improcedentemente arreglado con mi americana. Nos instalamos en la biblioteca del primer piso, que aún no ha abierto al público, rodeados por paredes cubiertas de estanterías hasta el techo con libros sobre temas como la eutanasia y la doctrina racial, los crímenes de guerra, los guetos o las SS. Un gran ventanal da al parque en el que corretean ardillas grises. Gris Feldgrau, anoto mentalmente.

Le digo a Wachsmann que sorprende descubrir en su libro que en Auschwitz se exterminó a otras personas (prisioneros de guerra soviéticos) antes que a los judíos o que Dachau no era en su inicio un mal sitio, ¡hasta se permitían las visitas! “Al principio, pero en cuanto las SS se hicieron con el control las cosas empezaron a cambiar y la vejación y el maltrato se convirtieron en el sello del sistema; la muerte dejó de ser una excepción”. Al final morirían casi 40.000 presos en Dachau. En total, contabiliza el historiador, las SS instauraron 27 campos de concentración principales y otros 1.100 secundarios, una verdadera telaraña de sufrimiento y terror. No todos existieron al mismo tiempo, unos se abrían y otros se cerraban. Dachau fue el primero, y el único que estuvo siempre en funcionamiento. De los 2,3 millones de personas, hombres, mujeres y niños, que fueron a parar a los campos entre 1933 y 1945, 1,7 millones murieron allí, casi un millón de judíos, aunque también otras víctimas muchas veces olvidadas, recalca el historiador, como los marginados sociales, los homosexuales (que sufrieron especialmente por la brutal homofobia de las SS) o los gitanos (a los que también tenían gran ojeriza las SS: Höss, el comandante de Auschwitz, creía que habían intentado raptarlo de niño).

Liberación de un tren de la muerte de Bergen-
Belsen a su paso por las proximidades de
Magdeburgo el 13 de abril de 1945. ver fotogalería
¿Cuál era el propósito de los campos? “Obedecían a diferentes fines. Esencialmente eran parte de la red de terror de Estado que incluía los tribunales, la policía, las cárceles o los guetos. El KL [Konzentrationslager, campo de concentración en alemán] debía erradicar a aquellos señalados como enemigos sociales, raciales y políticos para crear una comunidad nacional uniforme y sana. Esa función adoptó, progresivamente, diferentes formas, en constante evolución y solapamiento, como el trabajo forzado, el asesinato selectivo, los experimentos humanos y el exterminio masivo. Los campos eran muy polifacéticos, algo que la gente no suele ver”.

De su libro KL explica que “es fruto de un largo proceso”: “Una de las cosas que me parecía fundamental era integrar las dos visiones, la de las víctimas y la de los perpetradores”. “Cuanto más leía e investigaba sobre los campos, más cuenta me daba de lo complicada que es su historia. No hay respuestas fáciles, no hay prisioneros típicos ni típicos guardianes, ni campos típicos. La historia de los campos es la de un cambio constante, muy dinámica, no es rectilínea, ni siempre coherente. La impunidad en el asesinato de presos, por ejemplo, se alcanzó solo gradualmente, y varios de las SS se sentaron en el banquillo de los acusados por malos tratos en 1934. En 1937 morían de media en los grandes campos (Dachau, Sachsenhausen y Buchenwald) solo cuatro o cinco prisioneros al mes. En 1941, 463 reclusos perdieron la vida solo en Dachau. En septiembre y octubre de 1941, las SS ejecutaron a 9.000 prisioneros soviéticos en Sachsenhausen, 300 al día, y los quemaron. El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en Majdanek, el 3 de noviembre de 1943, cuando 18.000 judíos fueron eliminados a tiros; denominaron aquello Operación Fiesta de la Cosecha. Sin embargo, hubo un momento, antes de la guerra, en que los campos casi desaparecieron. Y otro en el que, aunque parezca increíble, Himmler, su gran artífice, mandó que se matara menos para aprovechar la mano de obra”.

Apunta el autor que la propia relación de los campos con el Holocausto –la parte de la historia de los KL que más ha impactado en la imaginación popular–, cómo se implicaron en él y cómo los nazis acabaron perpetrándolo en sus instalaciones, es muy distinta de lo que se suele creer. De hecho, cuando el Holocausto entró en los KL, “muchos de sus elementos estructurales ya habían aparecido antes de que las SS cruzaran el umbral del genocidio judío”. Los “mecanismos esenciales del Holocausto” –el engaño, la muerte de prisioneros inútiles para trabajar, el exterminio masivo, incluso el uso del gas y la profanación de los cadáveres– ya estaban implantados en 1941 en algunos campos como Auschwitz, aunque aún no se tenía en mente la matanza sistemática de judíos en sus instalaciones.

Una de las aseveraciones más impactantes de Wachsmann es que “hay que desmitificar Auschwitz” en la concepción popular de los campos. Auschwitz, afirma, era una singularidad en el sistema KL, y “no era inevitable”. La transición de Auschwitz (abierto el 14 de junio de 1940 para doblegar a los polacos conquistados) de campo de concentración a campo de exterminio “fue casi casual”, y Auschwitz, recalca, pese a representar para todo el mundo el símbolo del Holocausto (allí se asesinó a casi un millón de judíos, más que en cualquier otro lugar), no fue creado especialmente para exterminar a los hebreos ni fue esa su única razón de existir. Como sí lo fue, en cambio, la de otros campos que funcionaban de manera independiente en el sistema KL, los campos de la muerte, como Belzec, Sobibor y Treblinka.

“El mayor asesinato en una sola jornada tuvo lugar en majdanek, cuando 18.000 judíos fueron eliminados a tiros”

Auschwitz, recuerda Wachsmann, no fue porcentualmente el campo más letal: “Sobrevivieron decenas de miles de prisioneros mientras que de Belzec, por ejemplo –uno de los campos concebidos específicamente para matar judíos y en el que el exterminio se realizaba inmediatamente, como en Treblinka–, solo se conocen tres supervivientes”. Pero eso no es óbice, matiza, para que Auschwitz sea la capital de Holocausto. “Aunque funcionara como un híbrido, su papel fue central en la Solución Final”. En todo caso, recuerda, solo se mató allí a uno de los seis millones de judíos asesinados en Europa: el resto lo fue en zanjas y campos por todo el este o en los campos de la muerte como Treblinka.

El Holocausto no iba a parar, revela Wachs­mann. Cuando en noviembre de 1944, ante el avance de los rusos, los nazis desmantelan las cámaras de gas de Birkenau, lo hacen, explica, para enviarlas a un lugar ultrasecreto cerca de Mauthäusen, un último campo de exterminio donde planeaban seguir el asesinato en masa sistemático de los judíos.

¿Hasta qué punto sabía Hitler lo que ocurría en los campos? A diferencia de Himmler, que lo hacía con frecuencia, él nunca visitó ninguno, ¿no? “Probablemente no, se mantenía deliberadamente lejos del trabajo sucio, de todo lo que le pudiera restar popularidad; no le interesaban los detalles y delegaba. Los campos tenían siempre algo de sucio y pecaminoso; cuando hablaba en público de ellos, Hitler siempre recordaba que los habían inventado los británicos. Durante la investigación me pareció encontrar una foto en la que aparecía visitando uno, lo que me entusiasmó, pero finalmente no era él”. ¿Hitler sabía cómo se desarrollaba todo dentro? “Sí y no. Por supuesto todo emanaba de sus decisiones. Pero no era un micromanager como Himmler”.

Los campos de concentración no los inventaron los nazis, pero Wachsmann recalca que los hicieron muy diferentes. “Se ha tratado de relativizar los campos nazis comparándolos con el Gulag. A los nazis no les hacía falta copiar nada, tenían su propio modelo. No hay nada comparable con el lado tecnológico de los campos nazis y su culminación en el complejo de exterminio de Auschwitz. Como decía Hannah Arendt, si los campos soviéticos eran el purgatorio, los nazis eran el infierno. En el Gulag, el 90% de los presos sobrevivieron; en el KL, menos de la mitad. La violencia es un aspecto común, pero lo que hacía tan destructivos los campos nazis es su modernidad: el terror burocrático, la tecnología, el gas. Todo ese lado oscuro de la modernidad que poseían los campos. La modernidad no lleva inevitablemente al progreso y la civilización”.

¿Tienen los campos nazis una lección para nosotros en momentos en que se debaten en Europa recortes a las libertades para frenar el terrorismo y llegan oleadas de refugiados? “Es difícil de contestar. De manera rápida le diría que sí. Que son una advertencia. Pero ¡cuidado con los paralelismos fáciles! Muchas veces buscamos lecciones que el pasado no puede dar. No se puede predecir el futuro y una de las verdaderas lecciones de la historia es su complejidad. Mi libro en todo caso no va por esos derroteros, no quiero imponer mis visiones, yo señalo que no hay inevitabilidad en los procesos y el lector debe sacar sus propias conclusiones”.

Probablemente una de las cosas que sorprenderán a mucha gente es que los campos nazis se hicieron originalmente para llenarlos de alemanes. “Así es, para destruir a la izquierda alemana. Los nazis tenían una paranoia con los comunistas. Y recuerde que los alemanes no votaron masivamente a los nazis por ser antisemitas, sino para que alejaran el espectro de la izquierda y de una revolución. Los KL emergieron en ese contexto, luego, con la guerra, se llenaron de otros europeos, como los españoles republicanos enviados a Mauthausen en 1940, y de judíos”. Pero si eras judío, ya desde el principio, subraya Wachs­mann, eras peor tratado. “Desde luego el antisemitismo y la violencia contra los judíos están presentes en los campos desde el primer momento. No es una coincidencia que los primeros asesinados en Dachau sean judíos. Pero la idea de los nazis al crear los campos no es matar judíos. El plan es mucho más extenso. El KL es el gran arma de terror del régimen contra todos los que considera enemigos”. Apenas ha acabado de pronunciar la frase el historiador cuando una urraca se estrella contra el ventanal con un golpe sordo. Se marcha volando, pero la escena resulta extrañamente perturbadora.

Wachsmann continúa explicando que lo que ocurrió es que al empezar los asesinatos de manera bárbara de cientos de miles de judíos de los territorios ocupados en el este, con ejecuciones masivas y entierro en fosas, los líderes nazis pensaron que esa manera de proceder era insana para… las SS. “Les pareció que resultaba muy duro psicológicamente para los ejecutores matar así”. Entonces Himmler, tan preocupado por el decoro, buscó la manera de hacerlo más humano para los asesinos y se experimentó con diferentes métodos. Como las inyecciones letales y el gas, que ya se habían empleado en los campos en otro contexto, para eliminar a los prisioneros desechables o a los millares de soldados soviéticos capturados.

“Las SS”, dice Wachsmann, “habían recurrido a una serie de expertos en eutanasia, los de la famosa Aktion T4, que habían asesinado en Alemania a minusválidos y deficientes mentales, unas 80.000 personas, muchos por gas, en aras de la política hitleriana de eugenesia, para que aplicaran su experiencia criminal en los campos a partir de 1941”. Cuando se empezó a exterminar en masa a los judíos en Auschwitz, dice el historiador, la maquinaria asesina ya estaba engrasada y había matado a decenas de miles de personas.

Sorprende encontrar en un libro como KL, junto a todo el espanto, la congoja y el hedor, sentido del humor. Como el del comunista Hans Beimler, que, tras escapar de Dachau en 1933, envió desde Checoslovaquia una postal para las SS del campo en la que solo ponía: “Bésame el culo”. Un poco de luz entre tanta oscuridad. “Es algo intuitivo, no premeditado. Tenía que mantener de alguna manera una cierta distancia, pero al tiempo necesitaba mostrar empatía, es un libro que no ha sido fácil de escribir”.

Una cuestión resulta especialmente atormentadora. ¿Cómo pudieron encontrar los nazis a tanta genta malvada, más de 60.000, calcula el historiador, para llevar los campos? Wachsmann ríe con amargura. “Esa es una buena lección. La mayoría de los guardianes, que Himmler y Eicke veían como soldados políticos, una élite, no eran psicológicamente anormales. Podían mostrarse brutales y violentos, sí, pero luego tenían vidas perfectamente normales. Lo que lleva a la pregunta ¿por qué? Que fueran fanáticos creyentes no es toda la historia. Querían imponerse a otros, probarse a sí mismos, ser duros, demostrar masculinidad” –el historiador apunta que las mujeres guardianas nunca fueron miembros de pleno derecho de las SS, no había paridad en las SS–. “Pero los guardias no eran unos sádicos en general, solo unos pocos sufrían alguna disfunción psicológica. No había tantos monstruos como cree generalmente la gente. Ya lo dijo Primo Levi: lo más peligroso son los hombres ordinarios”. Eso no quita que hubiera verdaderos matarifes, como el Oberscharführer Martin Sommer, que en Buchenwald abusaba sexualmente de prisioneros, los mataba y los metía debajo de su cama, o el también suboficial Erich Muhsfeldt, que bromeaba en Majdanek saludando con las extremidades desgajadas de los cadáveres. El historiador destaca “la continuidad de los guardianes”: mandos y subordinados pasaban de un campo a otro, llevando consigo su experiencia acumulada y su camaradería en la violencia.

Un apartado del libro está dedicado a la suerte que corrieron los campos después de la guerra y hasta nuestros días. Wachsmann detalla las polémicas en torno a Dachau o Ausch­witz como lugares de memoria. ¿Qué futuro contempla para los KL que se conservan? “No soy museólogo. Captar la historia en un lugar es increíblemente difícil, y tratar de explicarla en un campo resulta interesante pero complejo. Hoy en día encuentras gente que se hace selfies en Auschwitz y hay un turismo de los campos. Se opta por explicar historias individuales para captar audiencia, quizá las viejas exhibiciones con paneles eran más claras. La historia de los campos cambia, como cambiaron ellos mismos. Hay nuevas formas de pensarlos. No tengo claro que esté dicha la última palabra sobre los campos de concentración nazis".

Source: El País (España)
http://elpais.com/elpais/2016/02/11/eps/1455205269_835047.html

Monday, February 15, 2016

Racial Science in Hitler's New Europe, 1938-1945. Anton Weiss-Wendt and Rory Yeomans

Racial Science on the Frontiers of Hitler's Europe

Alongside the theme of modernity, the subject of racial exclusion rests at the center of the now voluminous scholarship dedicated to the Third Reich. In particular, hundreds, if not thousands, of studies have investigated the caustic forms of racial science, which undergirded Nazi ideology and provided the rationale for Adolf Hitler's regime's murderous and utopian efforts to restructure Europe demographically. Yet surprisingly little is known about the ways in which Nazi racial thinking interacted with local state and parastatal institutions in the German occupied territories, not to mention among the Reich's allies.

This collection of thirteen essays edited by Anton Weiss-Wendt and Rory Yeomans seeks to close this important historiographical gap. Originating in papers given at a conference on racial science held at the Center for the Study of the Holocaust and Religious Minorities in Oslo, Norway, the work is consciously comparative in nature. Jettisoning the traditional narrative of a top-down imposition from Berlin, the anthology instead refreshingly seeks to problematize the relationship between Germany and its vassal and satellite states concerning racial policy. Spanning the breadth of Nazi Europe, from the Netherlands and Norway to Italy, Romania, and the Baltic states of Estonia and Latvia, the essays highlight the ways in which eugenicists and ethnographers not only adhered to the tenets of Nazi racial doctrine but also subverted or challenged them in order to pursue agendas aimed at strengthening the body politic in their own countries.

As several essays in the volume note, the often complicated wartime relationship between European racial scientists and their Nazi counterparts stemmed from the fact that throughout the interwar period Germany played a key role in the development of racial science. Having emerged as an academic discipline in the early 1900s, the field was well established in the country by the 1930s, and research institutions at universities, such as Munich and Giessen, attracted students from as far away as Italy, Romania, and the Baltics eager to learn about the benefits of racial hygiene from some of the most prestigious scholars in the field. Indeed, eugenicists in east central Europe's fledgling new republics were especially keen to promote practices advocated in Germany, such as birth control and sterilization, as they appeared to offer the best means of navigating the social and economic pitfalls of the unstable interwar period.

Despite their admiration for the central role that eugenics played inside Germany after 1933, the authors highlight the considerable and enduring differences between these racial scientists and their German colleagues. As Isabel Heinemann notes in her incisive essay on the activities of the Reich Settlement Main Office (RuSHA), "seduced by abundant research funding and the prospect of swift national revival," many German academics enthusiastically implemented the regime's increasingly exclusionary racial policies (p. 50). Using the case study of RuSHA's activities in occupied Poland as a backdrop, the essay reveals that these racial specialists not only helped draft legislation, but also proved willing to go abroad as Nazism's racial vanguard after the outbreak of war in 1939, overseeing the deportation and extermination of non-Germans. Drawing on the rich historiography of Täterforschung, Heinemann conclusively demonstrates that these "architects of extermination" formed a distinct type of perpetrator, who, much like the counterpart in the Reich Security Main Office, was equally comfortable taking part in operations in the field as managing violent population transfers from offices in Berlin (p. 48). While readers familiar with Heinemann's previous work ("Rasse, Siedlung, deutsches Blut": Das Rasse-und Siedlungshauptamt der SS und die rassenpolitische Neuordnung Europas [2003]) will not find much new in terms of content, the essay serves an important function by setting up the juxtaposition between these Nazi racial scientists unconditionally committed to the violent pursuit of a racially pure Volksgemeinschaft and their often much less radical European contemporaries featured in subsequent essays.

The Nazis' uncompromising dedication to exclusionary racial ideology is further driven home in the keen contribution of Amy Carney. Fully intending the SS to serve not only as the martial arm of the German nation but also as an eternal wellspring of racially pure Nazi acolytes, throughout the war years, Heinrich Himmler took great pains to balance the tension between the burdens of frontline service and the need to ensure a demographic future for Nazism's racial elite. Unable to forego the necessity of providing valuable Menschenmaterial for the battlefield, the SS chief sought to encourage procreation by offering material incentives, reducing the bureaucratic red tape related to marriage applications, and even providing brief conjugal vacations for SS men. However, as Carney points out, these programs ironically cut against the grain of Himmler's vision of an ideal SS code, as the Reichsführer was dismayed to discover that most SS officers failed to grasp the importance of their reproductive obligations, and often simply reveled in the brief respite from frontline service.

The twisted nature of Nazi ethics is further astutely elaborated on by Wolfgang Bialas. Echoing the recent work of Alon Confino (Foundational Pasts: The Holocaust as Historical Understanding [2011]) and Raphael Gross (Anständig geblieben: Nationalsozialistische Moral [2012]), Bialas emphasizes the regime's efforts to supplant the Judeo-Christian humanist tradition with a new set of values that reflected National Socialism's view of history as a merciless life or death struggle between competing races by creating rigid binaries of belonging and exclusion. Citing as evidence the lack of apparent remorse among Nazi perpetrators during the postwar period and the often heard refrain that one was simply "following orders," he finds that the regime was largely successful in its attempt to provide justification for mass murder, reducing heinous crimes to mundane concepts, such as "work" or "duty," clinical terminology that revealed the lack of empathy for Nazism's victims and allowed killers to consider themselves, as Himmler remarked in his infamous Posen speech of 1943, "decent" guardians of the German racial community.

When placed alongside Nazism's ideological warriors, other European racial thinkers pale in comparison. Indeed, most eschewed violent schemes of racial purification, and others continued to adhere to competing conceptions of race, offsetting the hegemony of Nazi doctrine. For example, in Italy, eugenicists influenced by Latin and Catholic culture were more apt to promote positive eugenic policies, such as good hygiene and better working conditions, rather than resort to birth control or sterilization. The majority also tended to shy away from discussions of racial purity, instead using the term stirpe, or stock, to describe a national fusion of peoples that created a distinct, if superior, Mediterranean people. Indeed, throughout the 1920s and early 1930s, racial anti-Semitism and notions of pure races along the lines of those advocated by German academics remained relegated to the shadowy margins of racial discourse. However, things began to change after the Italian invasion of Abyssinia in 1935, which proved to be a turning point in Fascist thinking regarding race. This quest for empire demanded that Benito Mussolini's regime take a more concrete approach to such questions, as reflected in the discriminatory laws passed in Italy that barred sexual relationships between Italians and Africans in 1936. Another sign of the growing shift in discourse came two years later in the form of Guido Landra's 1938 "Race Manifesto," which advocated biological forms of anti-Semitism, and demanded expulsion of Italian Jews as irredeemable ballast. However, many of the ideas espoused in this document remained contentious, and heated debates between the national and biological camps of Italian racial science continued to rage until roughly 1943, when the formation of the Salo Republic, and more direct forms of German influence, definitively shifted the discourse in favor of racial biology.

The field of eugenics followed similar trajectories in southeastern Europe, where national belonging continued to be defined in anthropological and cultural terms until the 1940s. It was during this period that states allied to Nazi Germany acquired new territories, forcing reconsiderations of race. As Marius Turda points out in his case study of Hungary, "during the Second World War racial science acquired renewed importance in the public imagination," highlighting the critical role that the conflict played in radicalizing perceptions of the nation (p. 238). Characterized by tension between competing cultural and biological conceptions, few Hungarian racialists argued for a homogenous race until roughly 1938, when these debates were used to pursue territorial claims in southern Slovakia and Transylvania. Much like their German counterparts, flush with state funding, Hungarian eugenicists proved exceptionally willing to turn their research toward political ends, crafting a "Magyar race," which evidenced common hereditary characteristics, with predictable repercussions for the country's ethnic minorities. In neighboring Romania, racial thinkers were deeply troubled by the alleged dilution of the middle strata of society by the influx of foreigners, particularly Jews, who arrived from regions annexed after World War I. Inspired by German racial science, they sought to recast ethnicity, or neam, in biological terms, while remaining true to the idea of a synthesis of peoples which dominated Romanian national mythology. While they acknowledged that neam was created by centuries of ethnic fusion and argued against the conceptions of racial purity that dominated German racial science, they also warned that the Romania nation was now characterized by its "blood relationship," in which all its members shared in a common ancestry and needed to guard against the corruption of outside forces, namely, Jews. Thus, by 1942, Romanian racial scientists had created a "biologically hardened ethnic nationalism" that encouraged violence against outsiders (p. 279).

As Yeomans demonstrates, the country that adopted a racial doctrine most in tandem with that of Nazi Germany was the Independent State of Croatia. However, despite consciously modeling their policies on those practiced in the Third Reich, Ustasha racism cut an erratic course contingent on both changing leadership and a host of other factors that justified both atrocity and softer forms of discrimination. These contradictions were best exposed by the discourse surrounding the initial main target of the Ustasha, the Serbs. In contrast to the Jews and Roma, who were classified as racial outsiders and sanctioned by legislation that prevented them from interacting with "Aryans," Serbs never became the target of racial laws, and although the media constantly trumpeted the need for Croats to protect their racial purity, marriage with Serbs was never banned. Instead they were targeted for a campaign of cultural destruction alongside the murder operations carried out by Ustasha death squads. In the face of widespread Serbian resistance and a changing of the guard to a more moderate Ustasha leadership, by 1942 the regime had largely begun to abandon mass violence in favor of temporary, forced assimilation. During this period, Croatian eugenicists backpedaled from their earlier project of providing justification for the murder of the Serbian population. However, they still played an influential role in shaping doctrine by arguing that the minority needed to be purged of its intelligentsia and clergy, as they constituted the core of the Serb nation. By September 1944, as a new, radical leadership took the helm, Croatian racial scientists again found themselves espousing racist rhetoric against the Serbs, as the regime undertook one last effort to wipe them out. By astutely charting the ebb and flow of mass violence, Yeoman's essay dovetails neatly with the assertions of Christian Gerlach (Extremely Violent Societies: Mass Violence in the Twentieth-Century World [2010]) and Alexander Korb (Im Schatten des Weltkrieges: Massen Gewalt der Ustaša gegen Serben, Juden und Roma in Kroatien 1941-1945 ([2013]) by highlighting the often erratic and uncontrollable nature of atrocity. By doing so, Yeoman refreshingly departs from the well-established scholarly interpretations regarding the state's monopoly, or lack thereof, on the course and scope of ethnically motivated violence.

In other parts of Europe, racial scientists tried to align their field with Nazi doctrine in order to work through the occupation, toward the end of strengthening their own national composition. This was the case in Estonia, where Weiss-Wendt finds that the ethnographers who formed the backbone of the nationalist movement were eager to work with Nazi authorities. During the interwar period, Estonian eugenicists faced what they perceived to be a demographic crisis motivated by a growing Russian minority. They eagerly seized on the opportunity to work with Nazi security forces to remove this allegedly threatening demographic segment, and successfully lobbied for the repatriation of the Estonian minorities inside the occupied Soviet Union, mirroring the Nazis' own efforts to repatriate ethnic Germans. While Hitler's regime came to view Estonia as an advance base for a racially restructured new Europe, in a certain sense, Weiss-Wendt finds that the tail wagged the dog, as local eugenicists sought to consolidate and bolster the nation through collaboration, working through intellectual, material, and security resources offered by the Nazis.

The apparent benefits of siding with the Germans are also found in Geraldien von Frijtag Drabbe Künzel's piece on Dutch settlers in the Nazi East. Traditionally, Dutch eugenicists had looked to Netherlands' colonies in Southeast Asia as a pressure valve to release "surplus" segments of the population and prevent a drain of resources inside the metropole. With Indonesia and parts of New Guinea occupied by Japanese troops, Dutch eugenicists eagerly seized on the opportunities offered by the Germans to promote settlement in Belarus and Ukraine. Between 1941 and 1944, 5,216 Dutch "pioneers" trekked eastward to farm plots of fertile black soil promised to them by the Nazi regime. They soon found that life in the East was double edged--while they were given free rein to command and exploit the "racially inferior" Slavs, they also quickly discovered the startling absence of racial comradeship exhibited by the Germans. Disdained as black marketeers, crooks, and "white Jews" by the Germans, the Dutch discovered they fit uncomfortably low within the racial hierarchy of the East, a fact that cruelly debunked the myth of Germanic kinship touted by the Nazi and Dutch governments inside the metropole.

This comprehensive and diverse volume succeeds in its intention to fill an important historiographical gap and challenge the hegemony of Nazi racial thinking inside Hitler's Europe. The one glaring weakness is the absence of an essay on France. Given the country's contribution to the racial reordering of Western Europe, not to mention the still controversial subject of Vichy collaboration, such a contribution would have rounded out the anthology. Likewise, an effort to compare the eugenic and racial policies of Nazi Europe with those of the neutral states of Switzerland and Sweden might have added further weight to the overarching theme of the work.[1] Lastly, an essay that discussed the effects of these racial policies at ground level or from the perspective of their victims would also have been welcome. While engaging and important, the majority of the chapters, with the notable exception of Yeoman's piece on Croatia, fail to break out of the realm of intellectual history and consider how these ideas played out once they were put into action. Such an investigation would have added a further layer of problematization, demonstrating the contradictions between racial theory and practice that not only allowed for mass violence and discrimination but also showed how targeted groups were in some rare cases, even if only momentarily, spared the full brunt of eliminationist eugenic policies. Here the plight of half-Jewish Germans springs readily to mind, a case which demonstrates that even at the heart of Nazism, cracks and fissures in racial thinking remained, allowing space for survival.[2] These points aside, the anthology remains a refreshing, cohesive, and compelling contribution to the scholarship on racial policy inside Hitler's Europe.

McConnell on Weiss-Wendt and Yeomans, 'Racial Science in Hitler's New Europe, 1938-1945'
Author: Anton Weiss-Wendt, Rory Yeomans
Reviewer: Michael McConnell

Anton Weiss-Wendt, Rory Yeomans. Racial Science in Hitler's New Europe, 1938-1945. Lincoln: University of Nebraska Press, 2013. 416 pp. (paper), ISBN 978-0-8032-4507-5.

Reviewed by Michael McConnell (University of Tennessee-Knoxville)
Published on H-German (September, 2014)
Commissioned by Chad Ross

Notes

[1]. See Thomas Etzemüller, "Total aber nicht totalitär: Die schwedische Volksgemeinschaft," in Volksgemeinschaft: Neue Forschungen zur Gesellschaft des Nationalsozialismus, ed. Frank Bahjor and Michael Wildt (Frankfurt am Main: Fischer Verlag, 2009).

[2]. James F. Tent, In the Shadow of the Holocaust: Nazi Persecution of Jewish-Christian Germans (Lawrence: University Press of Kansas, 2003).

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Citation: Michael McConnell. Review of Weiss-Wendt, Anton; Yeomans, Rory, Racial Science in Hitler's New Europe, 1938-1945. H-German, H-Net Reviews. September, 2014.
URL: http://www.h-net.org/reviews/showrev.php?id=40388
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Source: H-Net
https://networks.h-net.org/node/35008/reviews/46331/mcconnell-weiss-wendt-and-yeomans-racial-science-hitlers-new-europe

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