Este odio tradicional es de carácter religioso, y al menos en la teoría desaparece con la conversión del individuo al cristianismo. Sin embargo, el antijudaísmo irá sufriendo notorios cambios con el nacimiento de la Ilustración y el ocaso del Antiguo Régimen. 1789 se configura, como en tantos otros aspectos, en un momento clave, puesto que se reconoce la libertad religiosa y con ello, la igualdad del pueblo judío. Mas, en la Francia revolucionaria existen numerosas voces conservadoras, especialmente de carácter eclesiástico, que repudian y temen los cambios asociados a la Revolución, y ya en fecha tan temprana como 1797 surge la primera noticia de una supuesta conspiración. Gracias al jesuita francés Augustín Barruel se difunde la idea de un gran complot, un tanto bizarro, conformado por templarios, masones, illuminati, ilustrados y poco después, también judíos, que habían promovido la Revolución Francesa.
La figura del judío se estaba convirtiendo nuevamente en culpable máximo de lo que para muchos era un desastre, la modernidad en sí misma. Símbolo de la aceptación, los judíos adquirieron los mismos derechos y deberes que cualquier francés, con la posibilidad de integrarse en la administración del Estado y participar de forma plena en la actividad económica. Esta tendencia se expande junto al ejército napoleónico y, de forma análoga, algunos conversadores difunden textos semejantes a los de Barruel que involucran al pueblo judío en un proyecto maligno para dominar el mundo. Estos escritos llegan con facilidad a Alemania durante todo el siglo XIX, donde tienen cierto éxito, pero son especialmente destacados en Rusia, cuyo antisemitismo estaba muy arraigado y sin encontrar censura por parte del Estado.
Sin ignorar la influencia recibida, en una Rusia que antes de la Revolución bolchevique contaba fácilmente con más de cinco millones de judíos en su seno, se crean nuevos textos incendiarios que fomentan el mito de la conspiración mundial judía. Claros ejemplos son la obra de Brafman, llamada El libro de la Kahal, en el cual mantiene la existencia de una organización secreta judía; o los escritos panfletarios de Hippolyte Lutostanski, quien afirma que los judíos practicaban asesinatos rituales. Resulta fácil observar cómo se combinan viejos prejuicios propios del cristianismo con un temor al judío como figura moderna, mezcla que es absorbida con avidez por la población rusa que vivía una situación socio-económica dramática a finales de siglo.
Edición francesa de los Protocolos de los sabios de Sion. Fuente. |
Aunque el documento en sí era cuestionable y descabellado, se difundió de forma acelerada por Rusia y centroeuropa. Especialmente en el Imperio Ruso parecían existir numerosos grupos conservadores que fomentaban la publicación y expansión del panfleto. Tanto es así que la falsificación pudo haberse producido por miembros de la Ojrana, el cuerpo de policía secreto de la Rusia zarista. Esta divulgación llevó a la exacerbación del antisemitismo, suficiente para producir numerosos pogromos, estallidos de violencia popular contra la minoría judía, que causaba gran número de víctimas mortales. Era tal el grado de arraigo del odio, o quizás de la normalización del rechazo, que existían personajes que provocaban pogromos de forma cuasi profesional, los llamados pogromshchiki, que propagaban, entre otros muchos prejuicios, los rumores de rituales de sangre.
Es durante la propia Revolución rusa cuando los Protocolos llegan a la mayor parte de la población, circulando entre los soldados y calando hondo entre los del Ejército Blanco. Se produce en este contexto una dicotomía sumamente dura para los judíos rusos, ya que los partidarios de Ejército Blanco asumen una responsabilidad de la comunidad judía en el asesinato de la familia imperial, mientras que el Ejército Rojo, lejos de sentir simpatía por los judíos aunque sin una política abiertamente antisemita, participa en matanzas de la población judía. Más allá de las miles de muertes violentas que se producen en la Guerra Civil Rusa, nace ahora un nuevo y poderoso prejuicio que pronto llegaría al resto de Europa: la conspiración judeo-comunista.
Una vez finalizado el conflicto ruso, muchos de los blancos se ven obligados a huir. Entre los destinos predilectos de aquéllos hombres se encontraba Alemania, donde los rusos procuraron a toda costa difundir la conspiración judía, asociada al elemento soviético, para que las demás potencias europeas ayudaran a restablecer el orden. Fueron ex-miembros del Ejército Blanco los primeros en fomentar la publicación de los Protocolos en Alemania, alcanzando un éxito considerable. No obstante, aquel fenómeno se vería desbordado al finalizar la Primera Guerra Mundial y quedar Alemania humillada. ¿Cómo era posible que se hubiera perdido la guerra? ¿Quién era el culpable? Los judíos debían serlo, sin duda, o al menos así lo presentan numerosos libros que se editan en los primeros años tras el conflicto.
A esto le podemos añadir una corriente conservadora y nacionalista que comenzaba a triunfar en Alemania, conocida como völkisch, que reivindicaba la superioridad racial del pueblo alemán. Encontraba su apoyo en una población que anhelaba el reconocimiento tras la dura derrota, y no solamente entre las clases populares, sino que tuvo amplia difusión en la universidad y su élite intelectual. En este punto, el antijudaísmo religioso había derivado en un antisemitismo racial claro, influido en parte por el darwinismo social.
“El judío. Incitador de la guerra. Prolongador de la guerra”. Fuente. |
El judío es ya el máximo enemigo de Alemania, ensucia y pervierte la raza aria, y desde el Partido Nacionalsocialista se otorga credibilidad a la conspiración judía como a los Protocolos. El discurso es claro, el judío internacional ha manipulado las potencias europeas, posee el poder, ha traicionado a Alemania. Este proceso de propaganda resulta de vital importancia si tenemos en cuenta que ejerce un efecto distanciador, a nivel emocional, entre la población alemana y sus compatriotas judíos. En el momento en que comiencen las leyes restrictivas como Núremberg, por no hablar ya de las deportaciones masivas, existirá un silencio que en cierta parte se debe a décadas de publicaciones antisemitas que deshumanizan al judío.
Resultaría simplista explicar el Holocausto a través del mito de la conspiración mundial judía, puesto que se trata de uno de los fenómenos más complejos de la Historia, pero podemos afirmar que la difusión de esta creencia fomentó el pensamiento antisemita en gran parte de los sectores conservadores de Europa. Ha sido y es herramienta de manipulación y control de masas, pues a raíz de los enfrentamientos continuos en Oriente, especialmente el conflicto palestino-israelí, los Protocolos de los Sabios de Sión siguen tan vivos como en el siglo XIX, y con ello el odio y prejuicio generalizado hacia la comunidad judía, mucho más allá de las fronteras de Israel.
Bibliografía
-BEN-ITTO, Hadassa, ”The Lie That Wouldn’t Die: The Protocols of the Elders of Zion, Londres”, Portland, Oregon, 2005
-BRONNER, Stephen Eric, “A Rumor About the Jews: Reflections on Antisemitism and the Protocols of the Learned Elders of Zion”, Oxford, Oxford University Press, 2003.
-JOHN, Norman, “El mito de la conspiración judía mundial. Los protocolos de los Sabios de Sión”, Alianza Editorial, Madrid, 1983.
-MASON, Philip, “Warrant of Genocide: The Myth of the Jewish World-Conspiracy and the Protocols of the Elders of Zion. by Norman Cohn” En Man, New Series, Vol. 2, Septiembre 1967.
-TOTTEN, Samuel; JACOBS, S.L. (eds.), “Pioneers of the Genocide Studies. New Brunswick”, New Jersey, 2002.
Redactor: Sandra Suárez García
Graduada en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Docencia y Máster de Historia (EURAME) por la Universidad de Granada. Interés en historia medieval, la historia de las minorías y especialmente en estudios sobre la comunidad judía.
Source: Témpora Magazine de Historia (España)
http://www.temporamagazine.com/el-mito-de-la-conspiracion-mundial-judia/
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