Sunday, August 30, 2015

"La amnesia de los cómplices", el nuevo libro de Gerardo Iglesias sobre los maquis

La novela de Semiónov.
HOJA DE LATA
El título del antiguo dirigente político destaca entre las novedades que las editoriales asturianas anuncian para la temporada que comienza
29.08.2015 | 04:47

Oviedo, Daniel LUMBRERAS El otoño literario asturiano viene cargado de toda clase de novedades, desde la intriga hasta la poesía y la historia. Gerardo Iglesias sigue con su fecundo retiro de la política y anuncia para septiembre "La amnesia de los cómplices". Será un libro muy reivindicativo, editado por KRK con el expresivo subtítulo: "150 historias que claman contra la impunidad del franquismo". Iglesias vuelve, esta vez en forma de biografías, sobre las historias de los maquis asturianos, a los que ya dedicó su primer libro, "Por qué estorba la memoria" (2011).

La novela negra, de buena acogida entre el público, también se abre paso entre las novedades. Hoja de Lata traduce "Diecisiete instantes de una primavera" (1969), del escritor ya fallecido Yulián Semiónov, maestro del género policiaco en la antigua URSS y visitante de la primera "Semana negra" de Gijón. Versa sobre el "007 soviético", un agente encargado de evitar que la Alemania nazi pacte una paz a escondidas con los aliados occidentales en los últimos diecisiete días de la Segunda Guerra Mundial. Del mismo género es "La agenda negra", nueva obra del cordobés Manuel Moyano, premio "Tigre Juan" 2001 y cuya última novela, "El Imperio de Yegorov", ganó el último premio "Celsius" de la "Semana negra".

También de asunto bélico, pero más histórica, es "Quien sombra dice" (KRK) del sotrondino Marcelino Iglesias, que trata sobre uno de los niños de la Guerra Civil en Rusia y sus descendientes. Y se adentra asimismo en la posguerra, pero en el Principado, el último premio "Asturias" de narrativa de la Fundación Dolores Medio, "Lo que sé del amor" (KRK), del ovetense Nacho Guirado, de próxima aparición . Ya ambientada en la época actual se encuentra "La vida de siempre", de Vicente García Oliva (Trabe), con la trata de blancas y sus víctimas como asunto central.

Una mezcla entre el terror y la mitología asturiana es lo que consigue la escritora de origen asturiano Covadonga González-Pola en "El hombre del vestíbulo" (Laria), cuyo título hace referencia a una tétrica leyenda de la región. Desde una perspectiva más personal, Paco Abril publicará el texto e ilustraciones de "Mitos d'Asturies" con Pintar-Pintar, que editará una versión en castellano con la traducción de Armando Miranda Iglesias.

Más cerca de la realidad, a la manera de diarios, se presentan otras de las novedades. La editorial Cambalache prepara, todavía sin título, el testimonio de un insumiso en la cárcel de Villabona hace 25 años. Igualmente en forma de entradas editará el poeta ovetense Fernando Menéndez (del colectivo y sello editorial Malasangre) "Víctimas de la espera". Se trata del relato de la temporada 2003-04, en la que el Real Oviedo descendió directamente a Tercera División, contada por un socio con 45 años de antigüedad. Menéndez revive, además de la humillación deportiva que supuso para la afición, otros aspectos, como la música y la poesía, que le interesaban entonces y la maniobra del Ayuntamiento para promover la alternativa del Oviedo ACF.

Pese a que no es un género multitudinario, varias editoriales optarán por la poesía para los meses otoñales. Lima Limón sacará "Octavillas de café", de la gijonesa Mercedes Cabestany. El también gijonés Fran Gayo publicará con Suburbia "Cadena de frío". Se podrán leer versos ilustrados en "Bolso de niebla" (Pintar-Pintar), escrito por la poeta y profesora María Rosa Serdio e ilustrado por Julio Antonio García. En asturiano, Xuan Xosé Sánchez Vicente dará a la imprenta una obra de madurez, "De les hores y les memories" (Trabe), donde canta al sosiego y al estar a gusto con la vida y con uno mismo.

El cuento queda bien representado por Ovidio Parades, que con el título "Corrientes de amor" (Trabe) lo revela todo. Sólo KRK se atreverá a imprimir teatro, un género muy poco leído, con títulos como el "Mahoma" de Voltaire. También hay cabida para libros más sesudos, a cargo de Rema y Vive. La próxima semana presentarán un tomo elaborado por la organización del Festival Peor Imposible, "El largo y patético adiós", un repaso por el ocaso del "fantaterror", un subgénero de serie B de los años ochenta. Con la firma de Antonio Rico, la misma que suscribe las críticas de televisión de LA NUEVA ESPAÑA, aparecerá un ensayo sobre las novelas y películas del villano de ficción chino Fu Manchú.

No todo es poesía y narrativa. Las casas Nobel y Pez de Plata apostarán por la no ficción. La primera publicará tres libros relacionados con la cocina: "To be Gourmet. Estilo en tu mesa: ideas y recetas", de Beatriz Rodríguez, prologado por Elena Arzak; "El estado de las gastronomías" -un peculiar recorrido histórico por las distintas culturas que han influenciado la manera de comer en España- y el recetario "Asturias, cocina de proximidad". Pez de Plata recopila en "Nimius (Poesía visual 2011-2015)" el trabajo de cinco años del fotógrafo gijonés García de Marina. Además de 120 fotos a color que giran alrededor de la vida cotidiana, figurarán textos de tres expertos: José Benito Ruiz; José Luis Argüelles, periodista de LA NUEVA ESPAÑA, y Juan Carlos Gea. Trabe reedita en "Resiliencia" la serie de artículos que Ana Vega fue insertando en el desaparecido "Les Noticies Digital" a lo largo de cinco años.

Una propuesta alejada de los libros convencionales la realiza Aventuras Literarias, empresa que elabora auténticas enciclopedias visuales en las que, a través de mapas y enlaces, el lector se aventura en la letra de las novelas. Planean versionar así "La vuelta al mundo en 80 días" (Julio Verne), "Sherlock Holmes" (Arthur Conan Doyle) y "La Regenta" (de Leopoldo Alas, "Clarín").

La industria editorial de la región mantiene, a tenor de sus previsiones, el aliento en los tiempos de la recuperación y seguirá muy presente en la mesa de novedades de las librerías.

Source: La Nueva España
http://www.lne.es/sociedad-cultura/2015/08/29/amnesia-complices-nuevo-libro-gerardo/1806741.html

Thursday, August 20, 2015

Carlos Bosch: el fotógrafo que se infiltró durante tres años entre los falangistas

“El huevo de la serpiente” se expone en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

Carlos Bosch: el fotógrafo que se infiltró durante tres años entre los falangistas

El fotógrafo argentino estuvo casi tres años entre los falangistas de Fuerza Nueva, en España. Fotografió sus actos y reuniones más reservadas. Lo llevaron incluso a retratar a unos mercenarios que se entrenaron en Nüremberg.

Fotos: Carlos Bosch
Por: Pablo Waisberg

-Soy argentino y vengo porque mi padre peleó en la batalla del Ebro y ahora tiene un cáncer terminal. Se está muriendo, pobrecito, y a mí me gustaría llevarle un recuerdo. Y ahí empezaron “camarada, camarada” y me fui para atrás del colectivo que se empezó a llenar de fascistas.

Esa fue la coartada que se inventó Carlos Bosch para fotografiar el acto del primer aniversario de la muerte de Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1976. Se hizo en la localidad de Paracuellos de Jarama, donde fueron fusilados unos tres mil españoles acusados de falanguistas, en noviembre de 1936. Allí retrató las formaciones militares y –acicateado por el miedo que aún le produce al resurgimiento de los grupos de extrema derecha- se convirtió en el fotógrafo de Fuerza Nueva, la revista de los falangistas.

Fotografió a sus integrantes durante casi tres años y en sus fotos están los jóvenes falangistas que se reciclaron en el Partido Popular (PP). Muchos de ellos ocuparon cargos en el estado español y tuvieron que renunciar cuando se publicaron sus imágenes juveniles, con el brazo en alto y haciendo el saludo fascista.

Apenas unos meses antes de ese acto falangista, Bosch vivía en Buenos Aires. De allí se fue porque el general Osiris Villegas, que era amigo de su padre, le dio un consejo que fue casi una orden: “En nombre de la amistad que me une a un caballero como su papá, que no es lo mismo que usted, le comunico que mejor se va”. Su último trabajo había sido como jefe de Fotografía de Noticias, el diario popular que financió Montoneros y que tenía una mesa de redacción integrada por Miguel Bonasso, Juan Gelman, Paco Urondo, Roldofo Walsh, Horacio Verbitsky, Oscar Smoje y él.

Al día siguiente del encuentro con el general Villegas, Bosch metió sus cámaras en una mochila y se fue a Madrid pero esa ciudad no le gustó y terminó en Barcelona.

Un día volvió a Madrid para hacer las fotos de una entrevista a un dirigente del Partido Comunista Español y se encontró con la convocatoria al acto en Paracuellos de Jarama, a veinte kilómetros de la capital española, y allí fue.

-¿Cómo se convirtió en el fotógrafo de Fuerza Nueva?

-Cuando llegué y bajé del micro me di cuente de lo que era. Llegaron dos colectivos más y cada uno tenía su grupo de protección, todos con bates de beisbol. Y ahí necesité protegerme y fui a ver al secretario de Prensa de Fuerza Nueva. Le dije que iba a hacer unas fotos para una agencia francesa y que no sabía a dónde la iban a distribuir ellos pero que les podía hacer copias para ellos porque ideológicamente estábamos del mismo lado. El tipo se puso muy contento porque no tenían fotógrafo y a partir de ahí me convertí en el fotógrafo de la revista. Me llevaron a todos lados durante tres años hasta que se dieron cuenta.

-Seguramente la relación fue creciendo ¿Qué pasó después de los actos?

-Un día me llevaron a una reunión y se me cayeron los huevos. Entré y estaba Giorgio Almirante (presidente del partido de ultraderecha italiano MSI) y Blas Piñar (presidente del partido español Frente Nacional) y el hijo de Mussolini. Entré y, desde la mesa donde estaban sentados, me gritaron “ahí vienen los muchachos de Videla”.

Para el segundo aniversario de la muerte de Franco se hizo un acto en la Plaza de Oriente de Madrid. Fue el 20 de noviembre de 1977. Ese día llovía mucho. Bosch se llevó una mesa y un asistente. Puso la mesa debajo de un techito, sacó un cuaderno y empezó a ofrecer fotos. Enseguida se armó una fila: sacaba la foto y anotaba en el cuaderno nombre y apellido y dirección de cada uno para mandarles las fotos. En la puta vida mandé una pero los tenía fichados a todos”, dice, se ríe y tira un poco la cabeza para atrás.

La historia del padre ex combatiente de la batalla del Ebro y muriendo de cáncer le dio mucho rédito. Al punto de que un día le regalaron un estandarte de la juventud flangista y se lo llevó a su casa de Barcelona.

La cobertura le duró desde fines de 1976 hasta principios de 1979. Trabajaba en Barcelona y se iba a hacer fotos de falangistas a Madrid. Durante ese tiempo publicaba fotos en Cambio 16, Interviú y Primera Plana y también fue co-fundador de El Periódico de Cataluña y corresponsal de El País, en Barcelona. Sus fotos aparecían en esos medios masivos y también en Fuerza Nueva. Incluso algunas veces salían las mismas fotos al mismo tiempo.

-¿Cuándo se dieron cuenta de que no era uno de ellos?

-Un día me dijeron si quería ir a ver a Karl Heinz Hoffman. Les dije que no sabía quién era y me contaron que era un tipo que estaba preparando mercenario en Nüremberg, Alemania. Y les dije que sí y me mandaron a una cita en un lugar de Francia, que es un pueblito como Santa Teresita en invierno. Llegué y había un hombre con un uniforme israelí y otro con uniforma de Ordine Nuovo (Orden Nuevo, una organización de extrema derecha italiana). Ahí me propusieron hacer un reportaje de fondo, una exclusiva mundial. Yo era un buen fotógrafo y se suponía que era de ellos.

-¿Y para qué se entrenaban?

-Era para una invasión en Laos, que finalmente se hizo y los mataron a todos. Me habían ofrecido incluso ir con ellos en el desembarco.

-¿Hizo las fotos?

-Yo dudé de esa reunión pero finalmente fui. Viajé a Nüremberg con mi mujer que habla alemán. Nos fueron a buscar el aeropuerto y nos subieron a un Mercedes Benz, donde estaba Hoffman, que era el director de una Escuela Deportiva y Cultural. Nos llevaron a unos treinta kilómetros de Nüremberg y llegamos a una casa antigua, destruida, y me dijo “esta casa fue de Hitler y la compré porque fue de él”.

En ese lugar, Hoffman tenía instalado un campo de entrenamiento. Las fotos de Bosch, que nunca fueron publicadas ni expuestas, muestran formaciones militares de combate, hombres camuflados con las caras tapas y armados con fusiles. Se los ve entrenando, agazapados, apuntando entre los árboles, en un bosque. Hay otra foto de Hoffman, de bigotes, con el torso desnudo y vestido con pantalón de fajina y borceguíes abrazando a un puma.

Llegó a Barcelona con las fotos. Era una nota que se iba a vender en todo el mundo. La mujer hizo el texto, él reveló las fotos y las empezaron a montar para la edición pero decidió que no podían publicarla. “Si sacábamos eso al otro día iba a ser una publicidad e iba a haber miles de jóvenes fascistas intentando llegar Alemania”, dijo ese día. Las fotos nunca se publicaron y los hombres de Fuerza Nueva se dieron cuenta de que los había traicionado. Bosch se fue varios meses a Cerdeña.

A principios de 1980 volvió y fue a sacar fotos a una manifestación en Barcelona. Unos falangistas habían metido una bomba en la redacción de una revista de izquierda y los socialistas habían convocado a una movilización para reclamar que sean enjuiciados. Del otro lado estaban los falangistas reclamando por la liberación de los detenidos. Bosch estaba haciendo fotos en el medio y uno gritó “ahí está el hijo de puta”, se le fueron encima y lo golpearon entre varios.

-¿Por qué de alguna manera convivió con ellos durante casi tres años?

-Tengo una obsesión. Están ahí. La internacional fascista sigue a pleno y se reúne una vez por año en Amberes, en Bélgica. No le damos bola porque estamos con otros problemas por eso me gusta sacar estos temas cada tanto para estar atentos.

-¿Están ahí?

-Todos estos son PP. La falange se quedó sin militantes porque se pasaron todos al PP.

-¿De ahí viene la obsesión?

-Viene del miedo. El peligro más fuerte de todo es el extremo de la derecha. Todo lo que proponen es negativo, es destructivo. Son el odio y eso a mí me da terror.

Source: Infojus (España)
http://www.infojusnoticias.gov.ar/nacionales/el-peligro-mas-fuerte-de-todo-es-el-extremo-de-la-derecha-6190.html

Thursday, August 13, 2015

La "Vergasungskeller" d’Auschwitz

Annexes: La «Vergasungskeller» d’Auschwitz [67]

Le chef de la direction centrale des constructions de la Waffen S.S. et de la police à Auschwitz, capitaine S.S. [68] au chef de l’office du groupe C, général de brigade S.S. et général-major de la Waffen S.S ., Dr. ing. Kammler [69] à Berlin-Lichterfelde-Ouest, le 29 janvier 1943 ; (commande) objet : crématoire II, état du bâtiment [70]
Le crématoire II a été achevé grâce à l’emploi de toutes les forces disponibles, malgré des difficultés immenses et un temps de gel, par des équipes de jour et de nuit, à l’exception de quelques détails de construction. Les fours ont été allumés, en présence de M. l’Ingénieur principal Prüfer, de l’Entreprise Topf et fils, Erfurt, chargée de leur construction, et ils fonctionnent parfaitement. Le plafond en béton de la cave aux cadavres [Leichenkeller] n’a pas pu encore être décrépi en raison de l’action du gel. Cela est toutefois sans importance étant donné que la cave de gazage [Vergasungskeller] peut être utilisée à cette fin. L’Entreprise Topf et fils n’a pas pu livrer à temps le dispositif d’aération et de desaération commandé par la direction centrale des constructions en raison de l’indisponibilité en wagons. Après l’arrivée du dispositif d’aération et de desaération, l’incorporation de celui-ci sera aussitôt commencée de sorte qu’on peut prévoir que le 20 février 1943, il sera complètement en service. Un rapport de l’ingenieur-contrôleur de l’Entreprise Topf et fils est ci-joint.
Note de PHDN : un fac-simile et une transcription du document original sont en ligne sur PHDN :
http://www.phdn.org/histgen/auschwitz/19430129-vergasungskeller.html

Notes

67. Voir le chapitre III.

68. Karl Bischoff.

69. Hans Kammler.

70. G. WELLERS, Les Chambres à gaz ont existé : des documents, des témoignages, des chiffres, Gallimard, Paris, 1981, p. 85.

Source: Site PHDN (France)
http://phdn.org/negation/steinberg/keller.html
Book: Les yeux du témoin et le regard du borgne. L’Histoire face au révisionnisme; Maxime Steinberg

Sunday, August 9, 2015

Race? Debunking a Scientific Myth - Book

Race? Debunking a Scientific Myth
Ian Tattersall and Rob DeSalle

Race has provided the rationale and excuse for some of the worst atrocities in human history. Yet, according to many biologists, physical anthropologists, and geneticists, there is no valid scientific justification for the concept of race.

To be more precise, although there is clearly some physical basis for the variations that underlie perceptions of race, clear boundaries among “races” remain highly elusive from a purely biological standpoint. Differences among human populations that people intuitively view as “racial” are not only superficial but are also of astonishingly recent origin.

In this intriguing and highly accessible book, physical anthropologist Ian Tattersall and geneticist Rob DeSalle, both senior scholars from the American Museum of Natural History, explain what human races actually are—and are not—and place them within the wider perspective of natural diversity. They explain that the relative isolation of local populations of the newly evolved human species during the last Ice Age—when Homo sapiens was spreading across the world from an African point of origin—has now begun to reverse itself, as differentiated human populations come back into contact and interbreed. Indeed, the authors suggest that all of the variety seen outside of Africa seems to have both accumulated and started reintegrating within only the last 50,000 or 60,000 years—the blink of an eye, from an evolutionary perspective.

The overarching message of Race? Debunking a Scientific Myth is that scientifically speaking, there is nothing special about racial variation within the human species. These distinctions result from the working of entirely mundane evolutionary processes, such as those encountered in other organisms.

IAN TATTERSALL, curator emeritus in the American Museum of Natural History, is also the author of Paleontology: A Brief History of Life (Templeton Press, 2010), The Fossil Trail: How We Know What We Think We Know about Human Evolution (Oxford University Press, 2009), and The World from Beginnings to 4000 BCE (Oxford University Press, 2008).

ROB DESALLE is a curator at the American Museum of Natural History in the Sackler Institute for Comparative Genomics. He curated the American Museum of Natural History’s new Hall of Human Origins (2006) and has written more than 300 peer-reviewed scientific publications and several books. Tattersall and DeSalle recently coauthored Human Origins: What Bones and Genomes Tell Us about Ourselves (Texas A&M University Press, 2007).

What Readers Are Saying:

"In the footsteps of Haddon and Huxley, a prominent anthropologist and a prominent evolutionary geneticist have teamed up to give us a powerful scientific critique of the commonsensical idea of race. Distinguished scholars and skilled communicators, Ian Tattersall and Rob DeSalle show clearly how “race” simply cannot be used as a synonym for “human biological diversity”. In the age of genomics, this partnership of intellectual specialties is particularly valuable, and the result is a splendid testament to the merits of trans-disciplinary collaborations."--Jon Marks, Department of Anthropology, University of North Carolina-Charlotte

"If you think you understand what 'race' is, read this book!"--Ian Paulsen, Birdbooker Report, The Guardian

"Tattersall and DeSalle argue that not only are the differences between the classically defined "races" very superficial, they are also of suprisingly recent origin...The diversity among us has risen in a blink of evolution's eye...began to reverse as formerly isolated human groups came back into contact and interbred...Tattersall and DeSalle confront those industries head on and in no uncertain terms, arguing that "race-based medicene" and "race-based genomics" are deeply flawed."--Jan Sapp, professor in the biology department at York University in Toronto, American Scientist

"This well-written, enjoyable book should be suitable for a broad range of readers interested in human diversity, its origins, and its future."--S.D. Stout, Choice

"Race? is an accessible primer on much of the biological theory relevant to the question of race...this book appeals to both general readers and students of biology, anthropology, and the history and philosophy of science as a valuable, if incomplete, overview of the topic's major themes."--Paul Mitchell, Expedition

"In Race? Debunking a Scientific Myth, they [the authors] dismantle the biological notion of race...the authors argue that a valid justification for the concept of race does not exist...that all the variations we characterize as 'racial' accumulated over a relatively short time span...an informative, well-researched, and well-written contribution to the scientific, intellectual (and even mundane) discourse on the lingering problem of race."--Okori Uneke, International Social Science Review

"This is a helpful book for anyone who wants a short, accurate and scholarly appraisal of race as a concept . . . Students in both anthropology and human genetic courses will benefit from the discussions this book will provide."--Quarterly Review of Biology

“Tattersall and DeSalle expertly and clearly summarize the scientific findings that provide the best evidence about the insignificance of race. They also survey, usefully and succinctly, the history of ideas about race from the Enlightenment through the genome project. Summarizing current biological and archaeological work, Tattersall and DeSalle note that all humans have a genetic make-up nearly 100 percent African in Origin.” — Victorian Studies

Source: Texas A&M University Press website
http://www.tamupress.com/product/Race,6744.aspx

Saturday, August 8, 2015

Race Finished - Jan Sapp

Race Finished. Jan Sapp

RACE?: Debunking a Scientific Myth. Ian Tattersall and Rob DeSalle. xviii + 226 pp. Texas A&M University Press, 2011. $35.

RACE AND THE GENETIC REVOLUTION: Science, Myth, and Culture. Edited by Sheldon Krimsky and Kathleen Sloan. xiv + 296 pp. Columbia University Press, 2011. $105 cloth, $35 paper.

Few concepts are as emotionally charged as that of race. The word conjures up a mixture of associations—culture, ethnicity, genetics, subjugation, exclusion and persecution. But is the tragic history of efforts to define groups of people by race really a matter of the misuse of science, the abuse of a valid biological concept? Is race nevertheless a fundamental reality of human nature? Or is the notion of human “races” in fact a folkloric myth? Although biologists and cultural anthropologists long supposed that human races—genetically distinct populations within the same species—have a true existence in nature, many social scientists and geneticists maintain today that there simply is no valid biological basis for the concept.

The consensus among Western researchers today is that human races are sociocultural constructs. Still, the concept of human race as an objective biological reality persists in science and in society. It is high time that policy makers, educators and those in the medical-industrial complex rid themselves of the misconception of race as type or as genetic population. This is the message of two recent books: Race?: Debunking a Scientific Myth, by Ian Tattersall and Rob DeSalle, and Race and the Genetic Revolution: Science, Myth, and Culture, edited by Sheldon Krimsky and Kathleen Sloan. Both volumes are important and timely. Both put race in the context of the history of science and society, relating how the ill-defined word has been given different meanings by different people to refer to groups they deem to be inferior or superior in some way.

Before we turn to the books themselves, a little background is necessary. A turning point in debates on race was marked in 1972 when, in a paper titled “The Apportionment of Human Diversity,” Harvard geneticist Richard Lewontin showed that human populations, then held to be races, were far more genetically diverse than anyone had imagined. Lewontin’s study was based on molecular-genetic techniques and provided statistical analysis of 17 polymorphic sites, including the major blood groups in the races as they were conventionally defined: Caucasian, African, Mongoloid, South Asian Aborigines, Amerinds, Oceanians and Australian Aborigines. What he found was unambiguous—and the inverse of what one would expect if such races had any biological reality: The great majority of genetic variation (85.4 percent) was within so-called races, not between them. Differences between local populations accounted for 8.5 percent of total variation; differences between regions accounted for 6.3 percent. The genetic divergence between geographical populations in the course of human evolution does not compare to the variation among individuals. “Since such racial classification is now seen to be of virtually no genetic or taxonomic significance either, no justification can be offered for its continuance,” Lewontin concluded.

Further research has supported that conclusion. In 2000, at a White House event celebrating their completion of the first draft of the human genome, Craig Venter of the Institute of Genetic Research and Francis Collins of the National Institutes of Health declared that the concept of race had no genetic basis. Genetics offered no support for those wishing to place precise racial boundaries around groups. Despite rebuttals and objections, no matter how one cuts it, the data have come out much the same: Between 5 and 7 percent of human genetic diversity is between subgroups within the classically defined races; 6 to 10 percent of the total human variation is between those groups that we think of as races in an everyday sense based on skin color. The remainder of the variation occurs at the individual level and cannot be categorized by group or subgroup.

Certainly some traits are more clustered in specific populations than in others, such as skin color, hair form, nose shape and blood type. But race is little more than skin deep in biological terms, and individuals are frequently more genetically similar to members of other so-called races than they are to their own said race.

Race?: Debunking a Scientific Myth is a beautifully presented book, elegantly reasoned and skillfully written. Tattersall, a physical anthropologist, and DeSalle, a geneticist, are both senior scholars at the American Museum of Natural History. Their aim is to explain human diversity in terms of human evolution and dispersal since our ancestors walked out of Africa some 100,000 years ago. The patterns of diversity, they write, reflect the processes of divergence and reintegration, the yin and yang of evolution.

In biology, a grouping has biological meaning based on principles of common descent—the Darwinian idea that all members of the group share a common ancestry. On this basis, and on the ability to interbreed, all humans are grouped into one species as Homo sapiens, the only surviving member of the various species that the genus comprised. Species are arranged within the “tree of life,” a hierarchical classification that situates each species in only one genus, that genus only in one family and so on. Nothing confuses that classification more than the exchange of genes between groups. In the bacterial world, for example, gene sharing can occur throughout the most evolutionarily divergent groups. The result is a reticulate evolution—a global net or web of related organisms, and no species. Among humans, reticulation occurs when there is interbreeding within the species—mating among individuals from different geographical populations. The result of such genetic mixing of previously isolated groups—due to migrations, invasions and colonization—is that no clear boundaries can be drawn around the variety of humans, no “races” of us.

The data for tracking lineages come from genomics, DNA comparisons and the study of genetic markers. Tattersall and DeSalle argue that not only are the differences between the classically defined “races” very superficial, they are also of surprisingly recent origin; the variety of human populations seems to have both accumulated and begun to reintegrate within the past 50,000 to 60,000 years. The diversity among us has arisen in a blink of evolution’s eye. The process of relative geographic isolation of local populations into what might have been true races (genetically differentiated populations) during the last Ice Age began to reverse as formerly isolated human groups came back into contact and interbred. That reintegration, which has occurred intermittently throughout human history, is sped up today because of great migration and widespread mating of individuals from disparate geographic origins. The result is that individuals identified as belonging to one “race,” based on the small number of visible characters used in historical race definitions, are likely to have diverse ancestry. The distinction between ancestry and race has important implications, as the authors discuss.

Although race is void of biological foundation, it has a profound social reality. All too apparent are disparities in health and welfare. Despite all the evidence indicating that “race” has no biological or evolutionary meaning, the biological-race concept continues to gain strength today in science and society, and it is reinforced by those who design and market DNA-based technologies. Race is used more and more in forensics, medicine and the genetic-ancestry business. Tattersall and DeSalle confront those industries head on and in no uncertain terms, arguing that “race-based medicine” and “raced-based genomics” are deeply flawed. Individuals fall ill, not populations. Belonging to any socioculturally defined race is a poor predictor of an individual’s genes, and one’s genes a poor predictor of one’s health.

Race and the Genetic Revolution: Science, Myth, and Culture arose from two projects, both funded by the Ford Foundation and organized by the Council for Responsible Genetics, that “examined the persistence of the concept of human races within science and the impacts such a concept has had on disparities among people of different geographical ancestries.” The first project brought together academics and social-justice advocates to discuss “racialized” forensic DNA databases and seek policy solutions. The second focused on the effects of modern genetic technology in reinscribing and naturalizing the concept of race in science and society. The resulting book is a fine and richly textured compilation, in which a multidisciplinary group of scholars explore racialized medicine, various uses of genetic testing in forensics and the genetic-ancestry industry, and attempts to link intelligence and race.

Sociologist Troy Duster argues that the growing genetic-ancestry industry not only reinforces a biological conception of race but is sorely in need of government regulation in regard to claims made and accuracy of methods used to pinpoint ancestry, as was suggested by the American Society of Human Genetics in 2008.

Nowhere is the need for new government regulations more evident than in the collection, use and storage of DNA for forensic purposes, all of which have increased dramatically over the past two decades. In the chapter opening a section devoted to this subject, Michael T. Risher, staff attorney at the American Civil Liberties Union of Northern California, explains that in California suspected felons are required to give DNA samples. About 30 percent of those suspects are not convicted; whether they are convicted or not, their DNA profile remains in the database, making them “potential suspects whenever DNA is recovered from a crime scene.” A disproportionate number of those innocent people whose DNA is stored are people of color.

The same holds for Britain, as Helen Wallace, director of the advocacy group GeneWatch UK, explains. Six percent of the white population of Britain has records in the country’s DNA database. In contrast, Wallace writes, “approximately 27 percent of the entire black population, 42 percent of the male black population, 77 percent of young black men and 9 percent of all Asians have records on the National DNA Database.” An estimated 55 percent of these people have not been charged or convicted of any offense. The retention of DNA from everyone who has been arrested raises important privacy and civil-rights concerns, Wallace notes. The creation of a permanent “list of suspects” has the potential for various abuses and misuses. The practice may result in “the exacerbation of discrimination in the criminal justice system,” she writes.

A different aspect of racial profiling is evident in the growing industry of racialized medicine, whose proponents might argue that even if race has no evolutionary or biological meaning, it can still be useful for medical treatments. After all, more and more diseases are reportedly correlated with ethnicity and race. But as evolutionary biologists Joseph L. Graves Jr. and Jonathan Kahn argue in their respective chapters on the subject, racialized medicine is a bad investment and is bound to fail for two reasons. First, although individual ancestries are useful on medical questionnaires, ancestry should not be conflated with race. “The issue is not primarily one of whether to use racial categories in medical practice but how,” Kahn writes.
Carefully taking account of race to help understand broader social or environmental factors that may be influencing health disparities can be warranted. . . . But it is always important to understand that race itself is not an inherent causal factor in such conditions.
As an example, he considers the drug called BiDil, FDA approved as an anti–heart-attack agent specifically marketed to African Americans on the grounds that they have a biological propensity for heart disease brought on by high blood pressure. Not only is the drug not effective for all African Americans, it is quite effective for many individuals who self-identify as Caucasian.

The second problem with racialized medicine is that it tends to overlook the evidence that discrimination, poverty, stress and restricted access to education and health care underlie the health disparities between ethnic groups in the United States. High blood pressure may be as much a social disease as a biological one. Graves notes that the U.S. National Institutes of Health allocates $2.7 billion per year for health-disparity research, much of which is based on the assumption that ethnic-minority populations are genetically predisposed to specific complex diseases. Graves argues that until this “false paradigm” that focuses on genes instead of social causes of diseases is toppled, “much of this research is following a fool’s errand.” There is no pill we can take to cure social disorders, but genetic-testing technologies may provide insight into an individual’s predisposition for a disease and the optimal use of certain drugs. Racialized medicine needs to be replaced by sound “evolutionary medicine,” based on ancestral geographic origins, socioeconomic status and other cultural factors.

Science has exposed the myth of race, but as the diverse array of essays in Race and the Genetic Revolution shows, folk conceptions of racial typology are kept alive in various sociopolitical forms, and proponents of various DNA-based technologies continue to use erroneous biological conceptions of race as the rationale for using these technologies. Race is not just a sociocultural construct; it is a technological and commercial artifact that persists today.

Jan Sapp is a professor in the biology department at York University in Toronto. His most recent book is The New Foundations of Evolution: On the Tree of Life (Oxford University Press, 2009).

Source: American Scientist
http://www.americanscientist.org/bookshelf/pub/race-finished

Friday, August 7, 2015

Five myths about the atomic bomb

The Hiroshima A-bomb blast, photographed by the U.S. military on August 6, 1945.
The explosion was not the sole reason Japan surrendered, despite what American history
textbooks say. (Hiroshima Peace Memorial Museum/EPA)
By Gregg Herken July 31

Gregg Herken is an emeritus professor of U.S. diplomatic history at the University of California and the author of “The Winning Weapon: The Atomic Bomb in the Cold War” and “Brotherhood of the Bomb: The Tangled Lives and Loyalties of Robert Oppenheimer, Ernest Lawrence, and Edward Teller.” As a Smithsonian curator in 1995, he participated in early planning for the National Air and Space Museum’s Enola Gay exhibit.

On Aug. 6, 1945, the United States dropped an atomic bomb on the Japanese city of Hiroshima. Another bomb fell Aug. 9 on Nagasaki. Decades later, controversy and misinformation still surround the decision to use nuclear weapons during World War II. The 70th anniversary of the event presents an opportunity to set the record straight on five widely held myths about the bomb.

1. The bomb ended the war.

The notion that the atomic bombs caused the Japanese surrender on Aug. 15, 1945, has been, for many Americans and virtually all U.S. history textbooks, the default understanding of how and why the war ended. But minutes of the meetings of the Japanese government reveal a more complex story. The latest and best scholarship on the surrender, based on Japanese records, concludes that the Soviet Union’s unexpected entry into the war against Japan on Aug. 8 was probably an even greater shock to Tokyo than the atomic bombing of Hiroshima two days earlier. Until then, the Japanese had been hoping that the Russians — who had previously signed a nonaggression pact with Japan — might be intermediaries in negotiating an end to the war . As historian Tsuyoshi Hasegawa writes in his book “Racing the Enemy,” “Indeed, Soviet attack, not the Hiroshima bomb, convinced political leaders to end the war.” The two events together — plus the dropping of the second atomic bomb on Aug. 9 — were decisive in making the case for surrender.

2. The bomb saved half a million American lives.

In his postwar memoirs, former president Harry Truman recalled how military leaders had told him that a half-million Americans might be killed in an invasion of Japan. This figure has become canonical among those seeking to justify the bombing. But it is not supported by military estimates of the time. As Stanford historian Barton Bernstein has noted, the U.S. Joint War Plans Committee predicted in mid-June 1945 that the invasion of Japan, set to begin Nov. 1, would result in 193,000 U.S. casualties, including 40,000 deaths.

But, as Truman also observed after the war, if he had not used the atomic bomb when it was ready and GIs had died on the invasion beaches, he would have faced the righteous wrath of the American people.

3. The only alternative to the bomb was an invasion of Japan.

The decision to use nuclear weapons is usually presented as either/or: either drop the bomb or land on the beaches. But beyond simply continuing the conventional bombing and naval blockade of Japan, there were two other options recognized at the time.

The first was a demonstration of the atomic bomb prior to or instead of its military use: exploding the bomb on an uninhabited island or in the desert, in front of invited observers from Japan and other countries; or using it to blow the top off Mount Fuji, outside Tokyo. The demonstration option was rejected for practical reasons. There were only two bombs available in August 1945, and the demonstration bomb might turn out to be a dud.

The second alternative was accepting a conditional surrender by Japan. The United States knew from intercepted communications that the Japanese were most concerned that Emperor Hirohito not be treated as a war criminal. The “emperor clause” was the final obstacle to Japan’s capitulation. (President Franklin Roosevelt had insisted upon unconditional surrender, and Truman reiterated that demand after Roosevelt’s death in mid-April 1945.)

Although the United States ultimately got Japan’s unconditional surrender, the emperor clause was, in effect, granted after the fact. “I have no desire whatever to debase [Hirohito] in the eyes of his own people,” Gen. Douglas MacArthur, supreme commander of the Allied powers in Japan after the war, assured Tokyo’s diplomats following the surrender.

4. The Japanese were warned before the bomb was dropped.

The United States had dropped leaflets over many Japanese cities, urging civilians to flee, before hitting them with conventional bombs. After the Potsdam Declaration of July 26, 1945, which called on the Japanese to surrender, leaflets warned of “prompt and utter destruction” unless Japan heeded that order. In a radio address, Truman also told of a coming “rain of ruin from the air, the like of which has never been seen on this Earth.” These actions have led many to believe that civilians were meaningfully warned of the pending nuclear attack. Indeed, a common refrain in letters to the editor and debates about the bomb is: “The Japanese were warned.”

But there was never any specific warning to the cities that had been chosen as targets for the atomic bomb prior to the weapon’s first use. The omission was deliberate: The United States feared that the Japanese, being forewarned, would shoot down the planes carrying the bombs. And since Japanese cities were already being destroyed by incendiary and high-explosive bombs on a regular basis — nearly 100,000 people were killed the previous March in the firebombing of Tokyo — there was no reason to believe that either the Potsdam Declaration or Truman’s speech would receive special notice.

5. The bomb was timed to gain a diplomatic advantage over Russia and proved a “master card” in early Cold War politics.

This claim has been a staple of revisionist historiography, which argues that U.S. policymakers hoped the bomb might end the war against Japan before the Soviet entry into the conflict gave the Russians a significant role in a postwar peace settlement. Using the bomb would also impress the Russians with the power of the new weapon, which the United States had alone.

In reality, military planning, not diplomatic advantage, dictated the timing of the atomic attacks. The bombs were ordered to be dropped “as soon as made ready.”

Postwar political considerations did affect the choice of targets for the atomic bombs. Secretary of War Henry Stimson ordered that the historically and culturally significant city of Kyoto be stricken from the target list. (Stimson was personally familiar with Kyoto; he and his wife had spent part of their honeymoon there.) Truman agreed, according to Stimson, on the grounds that “the bitterness which would be caused by such a wanton act might make it impossible during the long postwar period to reconcile the Japanese to us in that area rather than to the Russians.”

Like Stimson, Truman’s secretary of state, James Byrnes, hoped that the bomb might prove to be a “master card” in subsequent diplomatic dealings with the Soviet Union — but both were disappointed. In September 1945, Byrnes returned from the first postwar meeting of foreign ministers, in London, lamenting that the Russians were “stubborn, obstinate, and they don’t scare.”

Source: The Washington Post
https://www.washingtonpost.com/opinions/five-myths-about-the-atomic-bomb/2015/07/31/32dbc15c-3620-11e5-b673-1df005a0fb28_story.html

Thursday, August 6, 2015

"Les Soviétiques face à la Shoah": une exposition sans précédent

Le Mémorial de la Shoah présente actuellement une exposition qui devrait faire date. En effet, sous l'impulsion de plusieurs historiens, dont Alexandre Sumpf, membre junior de l'IUF et spécialiste de l'histoire de la Russie (et de l'URSS, ainsi que de l'Europe centrale et orientale) et du cinéma soviétique, il nous est donné cette année la possibilité de repenser notre représentation de la Solution finale dans ses diverses modalités.

(Rappelons que le Mémorial de la Shoah est un endroit exceptionnel, atypique. Né pendant la guerre dans la clandestinité afin d'établir un premier fonds d'archives, s'étant toujours tenu à bonne et prudente distance de l'Etat et des instances religieuses, au risque de faire de sa singularité une solitude, détenteur de documents sur le rôle du régime de Vichy dans l'extermination des Juifs qu'il ne pouvait dévoiler sans risque tant que la France ne reconnaissait pas publiquement sa responsabilité nationale et étatique dans le génocide, il est devenu un lieu plus qu'actif après la montée du révisionnisme et du négationnisme dans les années 90. Et l'exposition qui l'habite cette année est un événement.)

Intitulé "Filmer la guerre - Les Soviétiques face à la Shoah (1941-1946)" et se tenant depuis janvier jusqu'au dimanche 27 septembre 2015, ce parcours filmique et réflexif permet d'aller au-delà des images, fixes ou animées, qui nous permettent, dans le noir et le blanc d'une abomination censée lointaine, d'appréhender l'ampleur du génocide dans son quotidien. L'horreur a été filmée, par les bourreaux, mais aussi par ceux qui les ont vaincus. Et chacun eut, lors de cet acte "documentaire", des motivations politiques et historiques qu'il convient d'interroger. Les Soviétiques ont beaucoup filmé la grande guerre, et beaucoup filmé aussi les camps, qu'ils ont "libérés" – intervenant parfois au en pleine opération 1005 (opération nazie visant à effacer les traces de la solution finale). Ce qu'ils ont filmé, ils l'ont montré au monde, et très tôt. Au temps pour le fort peu cocasse "nous ne savions pas"…

Certaines séquences sont connues, d'autres moins, quelques-unes montrées au Mémorial sont inédites, et insoutenables, écartées des montages finaux mais sauvegardées dans diverses archives. Et c'est là tout le travail de Sumpf et de son équipe: trier, expliquer, commenter, mettre en perspective. Que voit-on de la Shoah? Qu'a-t-on montré? A qui? Quand? Qui a vu? Qui a vu quoi? Dans quel but? Qui savait? Qu'est-ce qui a été filmé et montré? Filmé et écarté ? Pourquoi? Comment? Quels étaient les opérateurs? Qui montait ces films? Qu'en disait la presse, l'opinion internationale? Ecrans, panneaux et ouvrages forment ici un triptyque rigoureux pour dire comment la Shoah fut présentée au monde – les Soviétiques étant les seuls à vouloir filmer le procès de Nuremberg, un procès qui motiva souvent le tournage des images de charniers, de fosses, de camps – images montées au point d'en faire de véritables films et pas seulement des séquences d'actualités, images capturées et sauvées par des cinéastes comme Roman Karmen, pendant que la France régalait son innocent public avec Ils étaient neuf célibataires de Guitry.

Quand les images sont insoutenables, il est plus que jamais urgent d'apprendre à en déchiffrer les complexes vibrations. Ce qui est filmé l'est pour certaines raisons. L'extermination des Juifs, gravée dans la chair brutale d'une guerre mondiale, fut amplement documentée par les Soviétiques qui n'étaient pourtant pas hermétique à l'antisémitisme. Mais contrairement aux Américains et aux Occidentaux, et quoi qu'on pense de leur génie de la propagande, leur traitement de ces images effroyables se révéla plus frontal, sans doute sur l'impulsion du vertovisme, et malgré le double discours de Molotov. Une salle est par ailleurs consacrée à la délicate question de la judéité des victimes, et à son traitement par l'image. Autant dire que cette exposition approche et affronte tous les points sensibles de l'holocauste.

Je résume. Il fait beau, les terrasses sont pleines, les vacances approchent, on vit apparemment dans un pays en paix. L'année a néanmoins commencé dans le sang. Raison de plus pour passer deux bonnes heures au Mémorial de la Shoah.
___________
Mémorial de la Shoah
17 rue Geoffroy l’Asnier
75004 Paris

Filmer la guerre - Les Soviétiques face à la Shoah (1941-1946) - Du vendredi 9 janvier 2015 au dimanche 27 septembre 2015

Renseignements
Tél. : +33 (0)1 42 77 44 72 (standard et serveur vocal)
Fax. : +33 (0)1 53 01 17 44
E-Mail : contact@memorialdelashoah.org
Site web : www.memorialdelashoah.org

Source: Memorial de la Shoah/Blog Twardgrace
http://towardgrace.blogspot.com/2015/06/les-sovietiques-face-la-shoah-une.html

Wednesday, August 5, 2015

Camps de concentració a Europa durant la Primera Guerra Mundial

Cent anys de la Gran Guerra. Camps de concentració a Europa durant la Primera Guerra Mundial
La majoria de països van internar la població resident provinent de potències enemigues
Jordi Palmer | Actualitzat el 20/06/2015 a les 19:45h

Vista general del camp de Talerhof en una imatge del 1917
Més enllà del front de trinxeres que ha esdevingut la imatge més icònica de la Primera Guerra Mundial, la conflagració mundial del 1914-1918 va comportar la consolidació d'un fenomen que ja s'havia experimentat durant les guerres de Cuba i dels Boers, l'internament de població civil en un sistema de camps de concentració dissenyat amb l'objectiu d'aïllar aquells elements que podien contribuir a l'esforç bèl·lic de l'enemic. Amb tot, durant la Gran Guerra es va introduir una diferència respecte Cuba i Sud-àfrica. Si en aquests casos es 'reconcentrava' la població nadiua per evitar que donés suport als insurgents, durant la Primera Guerra Mundial es va optar per recloure els residents provinents de països ara enemics, pel simple fet de ser-ho.

En un episodi poc conegut de la conflagració a Europa apareixen per primer cop a la història moderna els primers camps de concentració. Països com França i Anglaterra d'una banda i Alemanya i l'imperi Austre-hongarès de l'altra van optar per recloure aquella població establerta dins de les seves fronteres però amb origen o amb vincles socioculturals amb territoris que ara els havien declarat la guerra.

Just iniciada la guerra, els homes en edat de ser mobilitzats pertanyents a potències enemigues van ser declarats susceptibles de ser internats en països com França, on només es va permetre la repatriació a les dones i als homes menors de 17 anys, majors de 65 o malalts a partir de 45. A França mateix, aquestes ordres es van fer extensives a altres col·lectius sospitosos, com aquells que mantenien proximitat amb l'enemic o eren susceptibles de perjudicar l'esforç de guerra francès. També van ser retinguts els naturals d'Alsàcia i Lorena, territoris pertanyents a Alemanya des de la desfeta francesa del 1871.

60.000 internats a França

En total, es calcula que a França es van concentrar unes 60.000 persones repartides en una cinquantena de camps repartits per tot el país, de les quals 40.000 serien estrangers -bàsicament alemanys i austre-hongaresos- i la resta francesos. En molts casos aquests camps no eren més que convents, monestirs i fins i tot escoles reconvertits a tal efecte i molts pocs serien equiparables a la imatge comú del camp de concentració, és a dir, barracons i filferro d'espines, com en el cas del campament situat a Ille Longue, a Bretanya.

Almenys en el cas francès, tot i la durada de l'internament que en alguns casos va allargar-se fins el 1920, les condicions de vida no van ser tan dures com els precedents de Cuba i Sud-àfrica, ni molt menys comparables als sistemes concentracionaris desenvolupats pel règim soviètic a partir del triomf de la revolució i pel règim nazi durant la Segona Guerra Mundial. En general la mortaldat no va ser gaire diferent a la registrada entre el conjunt de la població, almenys fins als últims compassos de la guerra, quan l'epidèmia de la mal anomenada 'febre espanyola' va causar estralls en tots els fronts i també als camps d'internament.

Pel que fa a la Gran Bretanya, els internats van ser aproximadament uns 32.000, la majoria homes en edat de combatre, ja que fins on va ser possible, es va procurar repatriar la resta de residents estrangers als seus països d'origen. Alguns camps es van constituir a l'illa de Man, on es van reproduir els estereotips d'aquest tipus d'instal·lacions com ara fil-ferrades, cos de guàrdia i vigilància militar en el què en origen va ser el campament de vacances Douglas, per on van passar unes 2.500 persones. En un altre camp de la mateixa illa del mar d'Irlanda, el de Knockaloe, es van recloure unes 20.000 persones.

Quant a l'altre bàndol, l'imperi austrohongarès va tenir el dubtós mèrit de ser el primer en constituir camps de concentració en sòl europeu. En concret, el camp de Talerhof va obrir portes el 14 de setembre del 1914, poques setmanes després de l'inici de les hostilitats. En aquest i altres camps es van internar bàsicament serbis i ucraïnesos, amb unes mesures molt més dures i dràstiques que les que es van reservar per a francesos i britànics, que en general van ser simplement confinats sota arrest domiciliari. Finalment, Alemanya també va internar milers d'estrangers, oficialment com a resposta a les mesures empreses per França i Gran Bretanya contra els alemanys.

Arxivat a: Internacional, Camps de concentració, Primera Guerra Mundial, Camps d'internament, Gran Guerra

Fonte: Nació Digital (Catalunha, Espanha)
http://www.naciodigital.cat/noticia/86715/camps/concentracio/europa/durant/primera/guerra/mundial
Extraído do cachê: Link

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