Último de los artículos publicados en el dossier del periódico Diagonal sobre el 40 aniversario de la muerte de Franco
El 21 de agosto de 1942 Franco dijo lo siguiente en un discurso en Lugo: “Nuestra Cruzada es la única lucha en la uqe lo ricos que fueron a la guerra salieron más ricos.”. Cierto es cuando comprobamos como grandes familias de este país (los Gómez-Acebo, Aguirre Gonzalo, Banús, Fierro, Oriol y Urquijo, etc.) medraron a la sombra del dictador. Pero no solo se benefició a esas familias. El propio Franco hizo su fortuna a partir del golpe de Estado contra la República. Como ha mostrado el historiador Ángel Viñas, Franco comenzó la Guerra con el sueldo congelado y la acabó con 32 millones de pesetas de la época (el equivalente actual a 388 millones de euros). Para Viñas esta fuente de riqueza podría venir por la donación de café que Gentulio Vargas (dictador brasileño) dio a Franco y éste se enriqueció personalmente en su venta.
Y es que el entramado de corrupteles y enriquecimientos del franquismo parte desde su origen. El golpe de Estado de julio de 1936 no habría sido posible sin la ayuda financiera que el baquero Juan March brindó a Franco. La compra de armamento, los negocios con nazis y fascistas, tuvieron a March como un protagonista. A cambio consiguió de Franco el monopolio bancario y financiero. La fortuna de Juan March creció durante el franquismo, con la fundación de empresas que medraron a la sombra del régimen y que aun existen. Los March siguen presentes en consejos de administración de empresas importante de España (ACS, Acerinox, Prosegur, etc.). March fundó en 1951 FECSA (Fuerzas Eléctricas de Cataluña), que se hizo con el monopolio de la producción eléctrica catalana. Sobrevivió al franquismo y fue una de las impulsoras de la central nuclear de Ascó hasta su absorción por parte de Endesa. Una empresa que reportó enormes beneficios a los March.
Junto a estos incrementos de riqueza hay que analizar como se realizaron algunas obras públicas del franquismo. Las imágenes de Franco inaugurando pantanos, pueblos reconstruidos, canales de riego o el faraónico Valle de los Caídos, tiene detras una triste historia. De una parte de concesiones de empresas adictas al régimen. De otra la utilización de mano de obra esclava de presos políticos.
Investigado por historiadores como José Luis Gutiérrez Molina, el Canal del Guadalquivir utilizó mano de obra esclava. Hasta 2000 presos políticos trabajaron en estas obras bajo el auspicio del llamado Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, utilizado para aminorar las condenas. Mano de obra expuesta a un peligro vital, sin ningún tipo de garantía y que reportó al Estado enormes beneficios. Alrededor del Canal se instalaron autenticos campos de concentración, nada envidiable a la Alemania nazi. La Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones también se benefició de esa mano de obra esclava.
Pero el monumento por excelencia que encarnó la utilización de presos políticos y que no solo benefició al Estado sino a empresas privadas, fue la construcción del Valle de los Caídos. Franco eligió el emplazamiento de Cuelgamuros para realizar una faraónica construcción donde hacer su propia tumba. La concesión de la construcción del Valle de los Caídos recayó sobre las siguientes empresas: San Román, filial de Agromán, Estudios y Construcciones Molán y Banús. Posteriormente se uniría Huarte y Cía.
Todas estas empresas utilizaron mano de obra esclava. Presos republicanos. El periodista Rafael Torres cifra en 20000 los presos republicanos que participaron en la construcción del Valle de los Caídos. Para el también periodista Fernando Olmeda en el Valle trabajaron 141 batallones de presos. Isaías Lafuente dio un paso más y cuantificó los beneficios del franquismo por la utilización de esa mano de obra: 130.000 millones de pesetas (unos 780 millones de euros). Esa mano de obra esclava fue la base del beneficio económico de las empresas. Si un trabajador les costaba 10,50, el preso político solo recibía 50 céntimos, tal como ha explicado en más de una ocasión Nicolás Sánchez-Albornoz, que estuvo preso en el Valle de los Caídos en 1947 y que huyó de España.
Los grandes empresarios de esta construcción fundaron incluso entidades bancarias posteriores como el Banco Guipuzcoano de José María Aguirre Gonzalo, uno de los fundadores de Agromán. También José Banús que se benefició de distintas concesiones del régimen en construcciones como Puerto Banús. Allí todavía sus descendientes explotan el beneficio del turismo de alto standing (entre ellos la familia real saudí).
Muchas de estas empresas siguen existiendo hoy en día. Los beneficios que consiguieron en su momento beneficiándose de mano de obra esclava sigue cotizando en el IBEX-35. Durante el franquismo se inaugura las puertas giratorias. Ministros de Franco, que por las concesiones que hacían a determinas empresas, acababan sentados en los Consejo de Administración de esas mismas empresas. Algunos de esos ministros y altos cargos franquistas consiguieron también importantes puesto en la banca española.
En 1993, el periodista Jesús Hermida entrevistaba a la plana mayor del PP. Un PP pujante que apuntaba a la Moncloa. En ese programa televisivo se sacó la conclusión que dicho partido era una derecha moderna, sin vínculos con el franquismo. Allí se sentó José María Aznar, Mariano Rajoy, Rodrigo Rato, Javier Arenas, etc. Pero a pesar de ese intento de desvinculación del franquismo, lo cierto es que muchos de esos políticos habían crecido al calor del régimen y sus familias se beneficiaron las concesiones del mismo. Ramón Rato, padre de Rodrigo Rato, había fundado con Millán Astray y Dionisio Ridriejo, Radio Nacional de España, así como propietario del Banco del Norte y el Banco Murciano. Y el propio Aznar era nieto de Manuel Aznar, uno de los periodistas de cabecera del régimen franquista y que también formó parte del Banco Urquijo.
A todo esto habría que sumar los beneficios que la propia familia del dictador tuvo y tiene. Propiedad adquiridas durante la dictadura que hoy siguen reportando beneficio, ya sea por su explotación o su venta, a los descendientes del dictador.
El franquismo no solo fue una maquinaria represiva sino también una gran empresa y un negocio que la actualidad sigue reportando beneficios.
Source: Fraternidad Universal (blog)
http://fraternidaduniversal.blogspot.com.es/2015/11/un-gran-negocio-llamado-franquismo.html
Monday, November 30, 2015
Sunday, November 29, 2015
Entrevista Ángel Viñas: Franquismo
Es el historiador más citado al hablar de cuestiones de dinero en la Guerra Civil desde que publicó sus pioneros estudios en 1979. Hace cinco años le llamó la atención un reportaje de Tiempo sobre las cuentas bancarias de Franco
Está empeñado en desmontar los mitos que quedan sobre Franco. Su libro La otra cara del Caudillo (Crítica) descubre órdenes secretas que convertían a la persona de Franco en ley, ahonda en las querencias pronazis del dictador y escribe un relato desternillante de la situación del Ejército tras la guerra, además de hablar del dinero...
¿Qué añade a la historia saber que Franco tuvo a su disposición una fortuna de 34 millones de pesetas?
La fortuna de Franco es la manifestación de algo más profundo: que en la dictadura, digan lo que quieran todos los leguleyos franquistas que en el mundo han sido y que podrá haber, se aplicaba rígidamente el Führerprinzip, que venía a decir en lenguaje coloquial que lo que el Führer dice es ley. Que lo que Franco dice es ley.
¿Cómo lo hizo?
Eso tuvo consecuencias jurídicas. Se instrumentó durante la guerra. Franco sacó por lo menos hasta 52 decretos reservados, que no se publicaron en el Boletín Oficial del Estado.
¿Es la primera vez que sale a la luz?
Es la primera vez. Es muy curioso, porque luego sigue dictando decretos que siguen siendo secretos, pero que obligan a aquellos que tienen conocimiento de los mismos a ejecutarlos, hasta el año 1957. Franco lo aplica a temas organizativos, financieros, relaciones con el exterior, represión... y se salta tranquilamente su propio ordenamiento jurídico.
¿Y no eran ilegales?
En el ordenamiento jurídico franquista existen disposiciones como la Ley de Hacienda Pública, que es de 1911 y que, por tanto, no tiene nada que ver con la República, que no están derogadas, seguían surtiendo efecto. Pues Franco se las salta olímpicamente a través de una disposición reservada, aunque desde el punto de vista legal no se pueda decir que Franco las conculcaba. Por ejemplo, según la Ley de Hacienda Pública, los donativos, en la medida en que se hicieran al Estado, formaban parte de los caudales del Tesoro Público.
De hecho, en la posguerra hubo una Junta Liquidadora de los donativos para ingresarlos en el Tesoro, pero parece que Franco no lo hace.
Claro, la Junta liquidó solo una parte. Lo que quiero decir es que Franco conculcaba teóricamente la ley de Hacienda, pero como él era fuente del Derecho, podía hacerlo. ¿Firmó Franco algún decreto u orden reservada que le permitiera desviar fondos de la Suscripción Nacional a sus cuentas corrientes? Probablemente no, porque todo esto se hizo en el más absoluto secreto. Pero teóricamente podía hacerlo. En aquellos momentos no había una ley que regulara el estatuto personal del jefe del Estado. No hay uno, muy imperfecto, hasta 1966. Por consiguiente, había un vacío legal y Franco se aprovechaba para hacer lo que quisiera. Por eso no me atrevo a decir que Franco era un corrupto, porque desde el punto de vista del Derecho positivo no lo era. Claro que este Derecho es ilegítimo, es grotesco, es absurdo, pero es lo que tenían los nacionales.
¿Es la corrupción lo menos estudiado del franquismo?
Por supuesto, porque no hay documentación. Diré algo más en un próximo libro.
Ha recordado que Hitler corrompió su sociedad extendiendo favores.
¿Y Franco?
Es lo que hace Franco en la guerra con sus regalos de 10.000 cajetillas de tabaco a un par de generales. Yo no tengo pruebas de que las vendieran en el mercado negro, pero es obvio que no te puedes fumar 10.000 cajetillas de tabaco. Y no he encontrado albaranes (a lo mejor los hay) que indiquen que en un rasgo de generosidad el general Orgaz, que era un corrupto tremendo, distribuyera cigarrillos a sus tropas.
¿Por qué insiste en atacar lo que dicen el historiador Stanley G. Payne y Jesús Palacios?
Porque han escrito una biografía de Franco que es infame. Ellos dicen que es muy objetiva, pero es sesgadísima, franquista, que deja de lado centenares de cosas, que tergiversa, que manipula y que miente. A mí me indignó.
¿Cree que tienen éxito como para preocuparse por este tipo de biografías?
Tienen éxito. Las compra la derecha agradecida. Este libro va a ser la Biblia de la derecha en los próximos años, probablemente. Payne es un hombre conocido, catedrático eminente. Nadie dice nada de Palacios, que es un neonazi reconvertido. Me dije que era necesario darle una respuesta y reuní a un grupo de doce historiadores, que hemos publicado en un número de la revista Hispania Nova, donde le damos un repaso a Payne que se queda completamente planchado.
[Ver “Contra los benevolentes con Franco” y entrevista con Stanley G. Payne en las páginas 56-57]
¿Se le puede atribuir a Franco el mérito de la mejoría económica del Plan de Estabilización?
Nunca tuvo la menor idea. A Franco se le sacó con fórceps un plan en el que no creía, porque iba en contra de todos sus principios. Pero no había escapatoria. La única alternativa era pegar el cerrojazo a las importaciones y volver al gasógeno y cosas así. En el año 1958 eso no era de recibo. Además, ya encontré un documento de 1957 en el que Carrero Blanco, entonces ministro secretario del Consejo de Ministros, comunicaba las directrices en política económica. Era un canto a la autarquía.
¿Hay que insistir aún en estas cosas?
Sí, porque se niega. El mío es un libro que está escrito también para cierto tipo de historiadores que tratan de blanquear el franquismo, que no discuten su ilegitimidad de origen y que ensalzan la legitimidad de ejercicio. Y esto es absolutamente intolerable en la España de hoy. Pero no escribo de cosas sabidas. El führerprinzip es esencial para la dictadura y no lo había contado nadie. Aquí nos hemos parado en el modelo de Juan José Linz: que se trataba de un régimen autoritario. Eso lo dice la derecha, claro. La izquierda no, decimos que fue una dictadura pura y dura. Yo no tengo empacho en reconocer que soy de la izquierda. ¿Pero es que no puede uno ser antifranquista? Lo normal es que un historiador sea antifranquista. Lo anormal es que sea franquista.
¿Era Franco un conspirador inteligente o un oportunista?
Yo creo que fue un conspirador muy inteligente. Y que no se fiaba ni de su padre, algo muy útil en una conspiración. Y lo digo así teniendo en cuenta que nadie, ningún historiador ha localizado su correspondencia con Mola. Sabemos que existía, pero mientras no tengas eso... ¿Dónde puede estar?
¿No hay nada en el archivo personal de Franco?
No. Mola murió en un accidente de avión y Franco mandó un pelotón del Ejército a incautarse de sus papeles. Esto es sabido. Y me imagino que los destruyó. Si los conservó, los tiene la familia. Aquí aparece algo importante. Todos los papeles de Stalin están en los archivos estatales. Los papeles de Franco se los quedó la familia y habrá que esperar al acendrado espíritu patriótico de la familia de Franco... Y hay que diferenciar. Los papeles de Franco los tiene la familia. Lo que está en la Fundación Francisco Franco (y una copia en el archivo de Salamanca) son los papeles de la secretaría en la que se han deslizado algunos papeles personales.
En Salamanca no se puede acceder a documentos porque tienen el sello de “secreto”, a los que la familia Franco sí que tiene acceso. ¿Qué le parece?
Es que no lo entiendo. A mí también me han negado varios papeles.
Source: Tiempo (España)
http://www.tiempodehoy.com/entrevistas/angel-vinas2
Ángel Viñas |
¿Qué añade a la historia saber que Franco tuvo a su disposición una fortuna de 34 millones de pesetas?
La fortuna de Franco es la manifestación de algo más profundo: que en la dictadura, digan lo que quieran todos los leguleyos franquistas que en el mundo han sido y que podrá haber, se aplicaba rígidamente el Führerprinzip, que venía a decir en lenguaje coloquial que lo que el Führer dice es ley. Que lo que Franco dice es ley.
¿Cómo lo hizo?
Eso tuvo consecuencias jurídicas. Se instrumentó durante la guerra. Franco sacó por lo menos hasta 52 decretos reservados, que no se publicaron en el Boletín Oficial del Estado.
¿Es la primera vez que sale a la luz?
Es la primera vez. Es muy curioso, porque luego sigue dictando decretos que siguen siendo secretos, pero que obligan a aquellos que tienen conocimiento de los mismos a ejecutarlos, hasta el año 1957. Franco lo aplica a temas organizativos, financieros, relaciones con el exterior, represión... y se salta tranquilamente su propio ordenamiento jurídico.
¿Y no eran ilegales?
En el ordenamiento jurídico franquista existen disposiciones como la Ley de Hacienda Pública, que es de 1911 y que, por tanto, no tiene nada que ver con la República, que no están derogadas, seguían surtiendo efecto. Pues Franco se las salta olímpicamente a través de una disposición reservada, aunque desde el punto de vista legal no se pueda decir que Franco las conculcaba. Por ejemplo, según la Ley de Hacienda Pública, los donativos, en la medida en que se hicieran al Estado, formaban parte de los caudales del Tesoro Público.
De hecho, en la posguerra hubo una Junta Liquidadora de los donativos para ingresarlos en el Tesoro, pero parece que Franco no lo hace.
Claro, la Junta liquidó solo una parte. Lo que quiero decir es que Franco conculcaba teóricamente la ley de Hacienda, pero como él era fuente del Derecho, podía hacerlo. ¿Firmó Franco algún decreto u orden reservada que le permitiera desviar fondos de la Suscripción Nacional a sus cuentas corrientes? Probablemente no, porque todo esto se hizo en el más absoluto secreto. Pero teóricamente podía hacerlo. En aquellos momentos no había una ley que regulara el estatuto personal del jefe del Estado. No hay uno, muy imperfecto, hasta 1966. Por consiguiente, había un vacío legal y Franco se aprovechaba para hacer lo que quisiera. Por eso no me atrevo a decir que Franco era un corrupto, porque desde el punto de vista del Derecho positivo no lo era. Claro que este Derecho es ilegítimo, es grotesco, es absurdo, pero es lo que tenían los nacionales.
¿Es la corrupción lo menos estudiado del franquismo?
Por supuesto, porque no hay documentación. Diré algo más en un próximo libro.
Ha recordado que Hitler corrompió su sociedad extendiendo favores.
¿Y Franco?
Es lo que hace Franco en la guerra con sus regalos de 10.000 cajetillas de tabaco a un par de generales. Yo no tengo pruebas de que las vendieran en el mercado negro, pero es obvio que no te puedes fumar 10.000 cajetillas de tabaco. Y no he encontrado albaranes (a lo mejor los hay) que indiquen que en un rasgo de generosidad el general Orgaz, que era un corrupto tremendo, distribuyera cigarrillos a sus tropas.
¿Por qué insiste en atacar lo que dicen el historiador Stanley G. Payne y Jesús Palacios?
Porque han escrito una biografía de Franco que es infame. Ellos dicen que es muy objetiva, pero es sesgadísima, franquista, que deja de lado centenares de cosas, que tergiversa, que manipula y que miente. A mí me indignó.
¿Cree que tienen éxito como para preocuparse por este tipo de biografías?
Tienen éxito. Las compra la derecha agradecida. Este libro va a ser la Biblia de la derecha en los próximos años, probablemente. Payne es un hombre conocido, catedrático eminente. Nadie dice nada de Palacios, que es un neonazi reconvertido. Me dije que era necesario darle una respuesta y reuní a un grupo de doce historiadores, que hemos publicado en un número de la revista Hispania Nova, donde le damos un repaso a Payne que se queda completamente planchado.
[Ver “Contra los benevolentes con Franco” y entrevista con Stanley G. Payne en las páginas 56-57]
¿Se le puede atribuir a Franco el mérito de la mejoría económica del Plan de Estabilización?
Nunca tuvo la menor idea. A Franco se le sacó con fórceps un plan en el que no creía, porque iba en contra de todos sus principios. Pero no había escapatoria. La única alternativa era pegar el cerrojazo a las importaciones y volver al gasógeno y cosas así. En el año 1958 eso no era de recibo. Además, ya encontré un documento de 1957 en el que Carrero Blanco, entonces ministro secretario del Consejo de Ministros, comunicaba las directrices en política económica. Era un canto a la autarquía.
¿Hay que insistir aún en estas cosas?
Sí, porque se niega. El mío es un libro que está escrito también para cierto tipo de historiadores que tratan de blanquear el franquismo, que no discuten su ilegitimidad de origen y que ensalzan la legitimidad de ejercicio. Y esto es absolutamente intolerable en la España de hoy. Pero no escribo de cosas sabidas. El führerprinzip es esencial para la dictadura y no lo había contado nadie. Aquí nos hemos parado en el modelo de Juan José Linz: que se trataba de un régimen autoritario. Eso lo dice la derecha, claro. La izquierda no, decimos que fue una dictadura pura y dura. Yo no tengo empacho en reconocer que soy de la izquierda. ¿Pero es que no puede uno ser antifranquista? Lo normal es que un historiador sea antifranquista. Lo anormal es que sea franquista.
¿Era Franco un conspirador inteligente o un oportunista?
Yo creo que fue un conspirador muy inteligente. Y que no se fiaba ni de su padre, algo muy útil en una conspiración. Y lo digo así teniendo en cuenta que nadie, ningún historiador ha localizado su correspondencia con Mola. Sabemos que existía, pero mientras no tengas eso... ¿Dónde puede estar?
¿No hay nada en el archivo personal de Franco?
No. Mola murió en un accidente de avión y Franco mandó un pelotón del Ejército a incautarse de sus papeles. Esto es sabido. Y me imagino que los destruyó. Si los conservó, los tiene la familia. Aquí aparece algo importante. Todos los papeles de Stalin están en los archivos estatales. Los papeles de Franco se los quedó la familia y habrá que esperar al acendrado espíritu patriótico de la familia de Franco... Y hay que diferenciar. Los papeles de Franco los tiene la familia. Lo que está en la Fundación Francisco Franco (y una copia en el archivo de Salamanca) son los papeles de la secretaría en la que se han deslizado algunos papeles personales.
En Salamanca no se puede acceder a documentos porque tienen el sello de “secreto”, a los que la familia Franco sí que tiene acceso. ¿Qué le parece?
Es que no lo entiendo. A mí también me han negado varios papeles.
Source: Tiempo (España)
http://www.tiempodehoy.com/entrevistas/angel-vinas2
Saturday, November 28, 2015
Saudi Terror - Saudi Arabia sentences woman convicted of adultery to death by stoning - her male partner gets 100 lashes
Saudi Arabia sentences woman convicted of adultery to death by stoning - her male partner gets 100 lashes
Her single partner, also a Sri Lankan migrant worker, was given a lesser punishment of 100 lashes
Shihar Aneez, Ranga Sirilal
Saturday 28 November 2015 08:28 BST
Sri Lanka has urged Saudi Arabia to pardon a domestic worker, sentenced to death by stoning after she admitted committing adultery while working in the Arab kingdom. An official from Sri Lanka’s Foreign Employment Bureau said the married 45-year-old, who had worked as a maid in Riyadh since 2013, was convicted of adultery in August.
Her single partner, also a Sri Lankan migrant worker, was given a lesser punishment of 100 lashes. A spokesman for the bureau said it had hired lawyers to file an appeal, while the Foreign Ministry was negotiating separately for her to be reprieved.
Some 1,000 Shia protesters gathered at a mosque in Awamiya, a largely Shia town in the oil-producing Eastern Province, to demand the release of activists on death row, after it emerged that officials planned to execute more than 50 prisoners in a single day. They include alleged al-Qaeda terrorists, but also at least five Shia protesters – among them Ali al-Nimr, who was only 17 when arrested in 2012 – who took part in anti-government protests against Sunni oppression.
Source: Independent (UK)
http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/sri-lanka-asks-saudi-arabia-to-pardon-maid-sentenced-to-death-by-stoning-after-she-admitted-adultery-a6752196.html
Her single partner, also a Sri Lankan migrant worker, was given a lesser punishment of 100 lashes
Shihar Aneez, Ranga Sirilal
Saturday 28 November 2015 08:28 BST
Indonesian protesters demonstrate after the execution of an Indonesian maid in Saudi Arabia Getty |
Her single partner, also a Sri Lankan migrant worker, was given a lesser punishment of 100 lashes. A spokesman for the bureau said it had hired lawyers to file an appeal, while the Foreign Ministry was negotiating separately for her to be reprieved.
Some 1,000 Shia protesters gathered at a mosque in Awamiya, a largely Shia town in the oil-producing Eastern Province, to demand the release of activists on death row, after it emerged that officials planned to execute more than 50 prisoners in a single day. They include alleged al-Qaeda terrorists, but also at least five Shia protesters – among them Ali al-Nimr, who was only 17 when arrested in 2012 – who took part in anti-government protests against Sunni oppression.
Source: Independent (UK)
http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/sri-lanka-asks-saudi-arabia-to-pardon-maid-sentenced-to-death-by-stoning-after-she-admitted-adultery-a6752196.html
Monday, November 23, 2015
¿Quién votó a Hitler?
Publicado por Javier Bilbao
Uno de los debates más comunes de nuestro tiempo, durante estos últimos días aún más frecuente si cabe, es el que contrapone libertad y seguridad. En realidad se trata de una distinción falaz, pues la segunda es condición necesaria de la primera, ya que nada coarta más nuestra libertad que el miedo que provoca la inseguridad. El origen de este malentendido se lo debemos, al menos en parte, a Erich Fromm y a su libro —por otra parte bastante recomendable— El miedo a la libertad. Para quien no lo haya leído venía a decir que el auge del protestantismo en el siglo XVI y del nazismo en el XX tenían una misma raíz, anunciada en el propio título de la obra. La modernidad traería consigo una ruptura de los lazos que ataban al individuo en las sociedades tradicionales, lo que genera tanta independencia como desasosiego. De manera que, expulsado de ese apacible útero a un mundo en el que debe manejarse en plena libertad, el sujeto intentaría rehacer como fuera ese vínculo primitivo, bien a través de un mayor rigorismo religioso o de una ideología totalitaria.
El nazismo sería un caso paradigmático de esto, con su énfasis en el colectivo por encima del individuo, con sus grandes mítines en los que cualquier personita, con sus miserias, temores y debilidades pasaba a sumergirse en una masa invencible que lo trascendía: Deutschland über alles. El libro se publicó en 1941 después de que el autor, judío alemán, huyera de unos compatriotas que no tenían nada bueno reservado para él, así que pudo verlo todo desde primera fila. Algo hay de cierto en su planteamiento, sin duda, pero con el paso del tiempo hemos podido saber con mucho más detalle los motivos del ascenso de Hitler al poder y hay algunos puntos que matizar. Para ello deberemos conocer quién y por qué se unió al nacionalsocialismo.
El 14 de septiembre de 1930 las elecciones al parlamento alemán ofrecieron un resultado que marcaría la historia del país y del mundo. El partido más votado fue, tal como era de esperar, el socialdemócrata. Pero estaba seguido de cerca —con más de 6,3 millones de votos y el 18,2% del total— por el NSDAP, una formación hasta entonces marginal que había multiplicado por ocho sus votos respecto a las elecciones previas celebradas solo dos años antes. Fue una auténtica sorpresa y un acontecimiento crucial, pues una vez ganada esa posición ya no hubo vuelta atrás: sus resultados irían en aumento en una República de Weimar ya agonizante hasta que el 30 de enero de 1933 Hitler fue nombrado canciller. ¿Cómo había sido posible? Aunque el partido había sido refundado solo trece años antes, las ideas que en una peculiar mezcolanza lo conformaban ya estaban en el ambiente desde tiempo atrás.
El antisemitismo por ejemplo llevaba siglos firmemente instalado en Europa, aunque en Alemania la población judía (que no llegaba ni al 1%) estaba notablemente asimilada en la vida económica, social y cultural; eran frecuentes los matrimonios mixtos y su identificación patriótica era plena hasta el punto de que muchos se consideraban orgullosos excombatientes de la Primera Guerra Mundial. Curiosamente la Cruz de Hierro al valor que obtuvo Hitler en dicho conflicto fue por recomendación de un oficial judío. Pese a ello el antisemitismo aún era una idea ocasionalmente empleada en algunos discursos políticos, que pasaría a incorporarse con inusual énfasis en el NSDAP, aunque tamizada por un nuevo enfoque que ya no sería religioso sino (pseudo) científico.
Ese nuevo enfoque estaba relacionado con un acontecimiento clave en la historia de la humanidad ocurrido unas décadas antes: la creación en Londres de una red de alcantarillado. Tal vez no suene muy épico, pero aumentó considerablemente la esperanza de vida en todas las ciudades que rápidamente la imitaron. La higiene pasó a ser un principio fundamental, casi obsesivo, de la medicina y de la salud pública, de manera que se extendió a otros ámbitos, se cruzó con otra idea también puesta de moda durante el siglo XIX como el darwinismo y algunos comenzaron a rumiar el concepto de «higiene racial». En 1905 se fundó en Alemania la Sociedad de Higiene Racial, cuyos fundadores reivindicaban la vieja idea espartana de decidir si los recién nacidos debían vivir o ser eliminados si presentaban problemas de salud. Aunque lo debía decidir un médico, ojo, que no eran ningunos bárbaros. El caso es que la eugenesia entusiasmó a todo el mundo de tal forma que los programas de esterilización involuntaria en esa época pasaron a estar activos en nada menos que veintiocho países. En Estados Unidos el simpático doctor Kellogg, por ejemplo, además de promover el desayuno de cereales y los enemas de yogur, también inauguró la Fundación para la Mejora de la Raza. Y por supuesto en el NDSAP la idea también se hizo un hueco. Hitler para 1920 ya había interiorizado a la perfección esa retórica científico-sanitaria para hablar de los judíos: «No creáis que vais a poder combatir una enfermedad sin matar la causa, sin aniquilar el bacilo, y no creáis que podéis combatir la tuberculosis racial si no os esforzáis por que la gente deje de estar expuesta a la causa de la tuberculosis racial».
La catedral de luz, ideada por Albert Speer con focos antiaéreos para las reuniones del partido en Nuremberg. Foto: DP.
Como vemos el ideario nazi, aunque exótico y grotesco para la sensibilidad contemporánea, no tenía elementos particularmente lejanos de la cosmovisión de cualquier alemán de su tiempo, que podía votarlo o repudiarlo, pero en ningún caso sentir demasiada extrañeza ante él. Poseía ingredientes tan familiares como por ejemplo el colonialismo, que tanta importancia seguía teniendo para Europa por entonces y que inspiró al geógrafo Karl Haushofer la idea de que Alemania necesitaba expandir sus territorios hacia el este, un «espacio vital» que pasaría a formar parte del ideario del NSDAP por influencia del propio autor, que militó en el partido desde su misma fundación… aunque luego caería en desgracia cuando su hijo participase años después en la Operación Valkiria, el atentado frustrado contra Hitler.
Hablar de colonialismo nos lleva a otro elemento con el que está estrechamente emparentado, el nacionalismo, paradójicamente la seña de identidad más íntima del partido y al mismo tiempo aquello que más extendido estaba en la sociedad alemana, facilitando así su crecimiento explosivo. La reunificación del país llevada a cabo por Bismarck unas décadas antes conocida como Imperio alemán o II Reich era un episodio que encendía muchos corazones germanos, al que añoraban con la misma intensidad con la que expresaban su repudio por lo que hoy llamados República de Weimar. El discurso nacionalista-romántico era hegemónico en las universidades del país (y en parte de la alta cultura, como las óperas de Wagner), y el hecho de que estas ofrecieran además una enseñanza de alto nivel que habían colocado a Alemania en la vanguardia científica y técnica reforzaba su prestigio por asociación y marcaba así a las élites que luego ocupaban posiciones influyentes. Parte de esas élites formaron en Múnich la llamada Sociedad Thule, una agrupación secreta cuyo emblema era una esvástica y cuyos intereses oscilaban entre la investigación de los orígenes de la raza aria, el ocultismo y la lucha contra el comunismo. Este grupo fundaría el DAP en 1919, que un año después de su creación sería refundado por Hitler como NSDAP. Su nacimiento al término de la Primera Guerra Mundial no era casual y de nuevo estamos ante una seña de identidad del partido que al mismo tiempo estaba profundamente enraizada en la sociedad del momento. Como dice Richard J. Evans en La llegada del Tercer Reich:
Los modelos castrenses de conducta habían sido algo generalizado en la cultura y la sociedad alemanas antes de 1914, pero después de la guerra se hicieron omnipresentes. El lenguaje de la política estaba impregnado de metáforas del periodo bélico, el partido rival era un enemigo al que había que aplastar, y la lucha, el terror y la violencia se convirtieron en armas ampliamente aceptadas y perfectamente legítimas en la contienda política. Había uniformes por todas partes. La política, invirtiendo un famoso adagio del teórico militar de principios del siglo XIX Carl von Clausewitz, se convirtió en una continuación de la guerra utilizando otros medios.
Buena parte de los altos cuadros del NSDAP empezando por el propio Hitler, así como de las camisas pardas que ejercían de milicias del partido, eran veteranos que habían quedado irremediablemente marcados por el conflicto. Hasta tal punto era importante esa experiencia vital que Goebbels atribuía en los mítines su cojera a una herida de guerra (en la que nunca participó). En ella habían encontrado su lugar en el mundo, una camaradería, unos valores… y repentinamente todo eso había terminado. La censura del gobierno les hizo creer en todo momento que estaban ganándola, de manera que interpretaron el armisticio como una traición judeo-socialista, fue el mito de «la puñalada por la espalda» que les hizo odiar al nuevo régimen surgido tras ella y, muy especialmente, al Tratado de Versalles que le puso fin. Consideraban una monstruosa afrenta al orgullo nacional la cantidad de territorios (más de la décima parte del país) que el tratado exigía, así como el desarme impuesto y las compensaciones económicas exigidas.
Dichas compensaciones, junto con la carga que suponían las pensiones a veteranos incapacitados y huérfanos, terminaron estrangulando la economía alemana, que en 1923 sufrió una hiperinflación por la que, por ejemplo, un kilo de pan de centeno paso de costar ciento sesenta y tres marcos a doscientos treinta y tres mil millones en algo más de nueve meses. Con el dinero perdiendo todo su valor llegaron esas imágenes que todos hemos visto alguna vez de niños jugando a construcciones con pilas de billetes, muchos pequeños ahorradores se quedaron en la ruina y la delincuencia —obviamente no para robar dinero sino bienes personales y alimentos— se multiplicó. La economía pudo estabilizarse a partir de 1924, pero años después llegaría el crac del 29 y en torno a un 30% de los trabajadores se quedaría en el paro. Una cifra elevadísima, aunque en España no nos llame mucho la atención.
Finalmente, otro factor que no podemos dejar de mencionar es la revolución rusa de 1917. Las noticias que llegaban de la violencia que estaba desatando no eran nada tranquilizadoras y apenas un año después Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo fundaron el Partido Comunista de Alemania y casi simultáneamente tuvo lugar la Revolución de noviembre, que derivó en el intento de instaurar una república de inspiración soviética. Aunque finalmente resultó frustrado y ambos dirigentes asesinados, los insurrectos secuestraron y mataron a varios miembros de la mencionada Sociedad Thule, que pasaron a ser mártires e impulsaron así la reacción nazi. La escalada en el enfrentamiento entre comunistas y extrema derecha no se detuvo ahí y la Liga de Combatientes del Frente Rojo encontraría la horma de su zapato en las SA o Camisas Pardas. Hay una novela muy interesante al respecto, supuestamente autobiográfica, que se titula La noche quedó atrás y fue escrita con el seudónimo de Jan Valtin. Digo supuestamente porque la cantidad de aventuras que protagoniza este agitador al servicio del Komintern no se viven ni en diez vidas, irradiando tal heroísmo que fascinó a Pío Moa hasta el punto de fundar el grupo terrorista GRAPO para emularlo.
En cualquier caso el libro recrea muy bien ese ambiente de radicalismo político y lucha callejera con huelgas constantes, sabotajes, asaltos a sedes de otros partidos, peleas multitudinarias y, en definitiva, cientos de muertos con el paso de los años. Un conflicto que iba polarizando la sociedad y que permitió a Hitler mostrarse como el hombre que llegaría para restablecer el orden. Lo cual no deja de ser paradójico pues buena parte de esa violencia fue originada por los propios nazis, verdaderos maestros de la violencia política. Puede decirse que el nacionalsocialismo era, al menos en este punto, marxista. Pero de la escuela de Groucho: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Solo que en vez de buscar problemas, los creaban.
Espartaquistas en una barricada en 1919. Foto: DP.
Los sectores que más lo apoyaron
Este breve esbozo de la doctrina y el contexto del NSDAP visto hasta ahora nos muestran dos cosas, que en parte desmienten o al menos matizan la tesis de Fromm con la que iniciábamos el artículo. El partido tenía arraigo en la mentalidad y las tribulaciones de la sociedad alemana, de manera que no era —al menos de cara al electorado— una organización al servicio exclusivo de un grupo, unos intereses o una psicología determinadas. Era lo que los politólogos llaman hoy un catch-all party con aspiración de ser interclasista y entrar en todos los nichos. No había pues un votante arquetípico de Hitler. En segundo lugar quienes le votaron no es que tuvieran miedo (o no solo) a la libertad. Lo que les daba miedo era la violencia callejera, el desmoronamiento de las instituciones y el caos económico. No se sentían abrumados por las múltiples posibilidades que se abrían ante su futuro, sino por la frustrante ausencia de todas ellas.
Dado que en las elecciones de julio de 1932 lograron acaparar el 37,2% de los votos está claro que llegaron a todos los segmentos sociales, pero aun así pueden señalarse algunos en los que el apoyo fue superior a la media. En primer lugar la población rural, evidentemente muy receptiva al lema de «sangre y tierra» que pregonaban los nacionalsocialistas y que pasaba así a ser la guardiana de las esencias nacionales. De nuevo queda en entredicho la idea de Fromm del votante nazi como un urbanita desarraigado nostálgico de la tribu. De hecho Berlín, una enorme metrópolis de cuatro millones de habitantes, mantuvo hasta que ya no le quedó más remedio unos niveles bajos de adhesión al movimiento.
Otro pilar fundamental fueron los jóvenes. Aquella ocasión en la que Hitler afirmó que «cuando un opositor dice: “no me acercaré a vosotros”, yo le respondo sin inmutarme: “tu hijo ya nos pertenece”» resultó especialmente inquietante y vampírico entre otras cosas porque tenía, además, toda la razón. Su doctrina encajaba como un guante en la mentalidad juvenil y adolescente al primar la acción sobre la reflexión y la visión maniquea de la realidad frente a la escala de grises que suele proporcionar la edad. El énfasis en la fuerza, el vigor, la camaradería y la esperanza en el futuro encandilaba a la chavalería y quedaba reflejado en la importancia que se concedía a la organización de las Juventudes Hitlerianas y en que el mártir oficial del nacionalsocialismo —que dio nombre a su himno y protagonizó infinidad de exequias— fuera Horst Wessel, un joven muerto a los veintitrés años a manos de un comunista. En torno a la cuarta parte de los votos que lograron en 1930 provenían de gente que acudía a las urnas por primera vez.
También logró una gran aceptación entre las mujeres. El propio Hitler se jactaba de ello cuando decía que «las mujeres siempre han estado entre mis apoyos incondicionales» y que «hemos ganado más mujeres para nuestra causa que todos los demás partidos juntos». Cabe suponer que lo apoyaban porque, obviamente, compartían su visión de cómo debía ser el futuro de Alemania. Ahora bien, ¿por qué en una mayor proporción que el sector masculino? Se han planteado varias explicaciones y una de ellas que creo convincente es que se trata de un electorado levemente más conservador. Por poner un ejemplo próximo, en el referéndum escocés el «no» representaba la opción continuista, mientras que el «sí» entrañaba un salto al vacío (o al menos así lo describían sus detractores), de manera que entre los hombres la diferencia fue de seis puntos a favor del no, mientras que entre las mujeres se elevó hasta los doce puntos. Pues bien, en el contexto de violencia desatada en las calles e incertidumbre económica de la República de Weimar, la promesa de orden y autoridad tal vez resultara clave para aquel apoyo incondicional femenino del que hablaba el líder del NSDAP. Para conocer más detalles sobre esta cuestión pueden leer el artículo Our Last Hope: Women’s Votes for Hitler de la historiadora Helen A. Boak.
Por su parte, los protestantes mostraban más del doble de apoyo al partido que los católicos y también tenían mayor representación los funcionarios y la clase media baja, y el norte del país más que el sur. El NSDAP logró atraer a una buena parte de los que previamente votaban a los nacionalistas y a los conservadores aunque su éxito fue menor del que esperaban con los obreros y parados, que permanecieron relativamente fieles a los partidos socialdemócrata y comunista.
En conclusión, en mayor o menor medida en todos los grupos sociales un buen número de electores se inclinaron por esa opción ante la inusual combinación entre unas circunstancias históricas, sociales y económicas excepcionales, el intimidante uso de la fuerza en las calles de las SA y la formidable maquinaria propagandística ideada por Goebbels. La solución que escogieron fue el comienzo de otros muchos problemas y ni con el mayor de los sarcasmos se podría decir que disfrutasen de lo votado pero, de eso no hay duda, hicieron historia.
Source: Jot Down (España)
http://www.jotdown.es/2015/11/quien-voto-a-hitler/
Cartel en una calle berlinesa en 1932, «Nosotros queremos trabajo y pan, vota por Hitler». Foto: Corbis. |
El nazismo sería un caso paradigmático de esto, con su énfasis en el colectivo por encima del individuo, con sus grandes mítines en los que cualquier personita, con sus miserias, temores y debilidades pasaba a sumergirse en una masa invencible que lo trascendía: Deutschland über alles. El libro se publicó en 1941 después de que el autor, judío alemán, huyera de unos compatriotas que no tenían nada bueno reservado para él, así que pudo verlo todo desde primera fila. Algo hay de cierto en su planteamiento, sin duda, pero con el paso del tiempo hemos podido saber con mucho más detalle los motivos del ascenso de Hitler al poder y hay algunos puntos que matizar. Para ello deberemos conocer quién y por qué se unió al nacionalsocialismo.
El 14 de septiembre de 1930 las elecciones al parlamento alemán ofrecieron un resultado que marcaría la historia del país y del mundo. El partido más votado fue, tal como era de esperar, el socialdemócrata. Pero estaba seguido de cerca —con más de 6,3 millones de votos y el 18,2% del total— por el NSDAP, una formación hasta entonces marginal que había multiplicado por ocho sus votos respecto a las elecciones previas celebradas solo dos años antes. Fue una auténtica sorpresa y un acontecimiento crucial, pues una vez ganada esa posición ya no hubo vuelta atrás: sus resultados irían en aumento en una República de Weimar ya agonizante hasta que el 30 de enero de 1933 Hitler fue nombrado canciller. ¿Cómo había sido posible? Aunque el partido había sido refundado solo trece años antes, las ideas que en una peculiar mezcolanza lo conformaban ya estaban en el ambiente desde tiempo atrás.
El antisemitismo por ejemplo llevaba siglos firmemente instalado en Europa, aunque en Alemania la población judía (que no llegaba ni al 1%) estaba notablemente asimilada en la vida económica, social y cultural; eran frecuentes los matrimonios mixtos y su identificación patriótica era plena hasta el punto de que muchos se consideraban orgullosos excombatientes de la Primera Guerra Mundial. Curiosamente la Cruz de Hierro al valor que obtuvo Hitler en dicho conflicto fue por recomendación de un oficial judío. Pese a ello el antisemitismo aún era una idea ocasionalmente empleada en algunos discursos políticos, que pasaría a incorporarse con inusual énfasis en el NSDAP, aunque tamizada por un nuevo enfoque que ya no sería religioso sino (pseudo) científico.
Ese nuevo enfoque estaba relacionado con un acontecimiento clave en la historia de la humanidad ocurrido unas décadas antes: la creación en Londres de una red de alcantarillado. Tal vez no suene muy épico, pero aumentó considerablemente la esperanza de vida en todas las ciudades que rápidamente la imitaron. La higiene pasó a ser un principio fundamental, casi obsesivo, de la medicina y de la salud pública, de manera que se extendió a otros ámbitos, se cruzó con otra idea también puesta de moda durante el siglo XIX como el darwinismo y algunos comenzaron a rumiar el concepto de «higiene racial». En 1905 se fundó en Alemania la Sociedad de Higiene Racial, cuyos fundadores reivindicaban la vieja idea espartana de decidir si los recién nacidos debían vivir o ser eliminados si presentaban problemas de salud. Aunque lo debía decidir un médico, ojo, que no eran ningunos bárbaros. El caso es que la eugenesia entusiasmó a todo el mundo de tal forma que los programas de esterilización involuntaria en esa época pasaron a estar activos en nada menos que veintiocho países. En Estados Unidos el simpático doctor Kellogg, por ejemplo, además de promover el desayuno de cereales y los enemas de yogur, también inauguró la Fundación para la Mejora de la Raza. Y por supuesto en el NDSAP la idea también se hizo un hueco. Hitler para 1920 ya había interiorizado a la perfección esa retórica científico-sanitaria para hablar de los judíos: «No creáis que vais a poder combatir una enfermedad sin matar la causa, sin aniquilar el bacilo, y no creáis que podéis combatir la tuberculosis racial si no os esforzáis por que la gente deje de estar expuesta a la causa de la tuberculosis racial».
La catedral de luz, ideada por Albert Speer con focos antiaéreos para las reuniones del partido en Nuremberg. Foto: DP.
Como vemos el ideario nazi, aunque exótico y grotesco para la sensibilidad contemporánea, no tenía elementos particularmente lejanos de la cosmovisión de cualquier alemán de su tiempo, que podía votarlo o repudiarlo, pero en ningún caso sentir demasiada extrañeza ante él. Poseía ingredientes tan familiares como por ejemplo el colonialismo, que tanta importancia seguía teniendo para Europa por entonces y que inspiró al geógrafo Karl Haushofer la idea de que Alemania necesitaba expandir sus territorios hacia el este, un «espacio vital» que pasaría a formar parte del ideario del NSDAP por influencia del propio autor, que militó en el partido desde su misma fundación… aunque luego caería en desgracia cuando su hijo participase años después en la Operación Valkiria, el atentado frustrado contra Hitler.
Hablar de colonialismo nos lleva a otro elemento con el que está estrechamente emparentado, el nacionalismo, paradójicamente la seña de identidad más íntima del partido y al mismo tiempo aquello que más extendido estaba en la sociedad alemana, facilitando así su crecimiento explosivo. La reunificación del país llevada a cabo por Bismarck unas décadas antes conocida como Imperio alemán o II Reich era un episodio que encendía muchos corazones germanos, al que añoraban con la misma intensidad con la que expresaban su repudio por lo que hoy llamados República de Weimar. El discurso nacionalista-romántico era hegemónico en las universidades del país (y en parte de la alta cultura, como las óperas de Wagner), y el hecho de que estas ofrecieran además una enseñanza de alto nivel que habían colocado a Alemania en la vanguardia científica y técnica reforzaba su prestigio por asociación y marcaba así a las élites que luego ocupaban posiciones influyentes. Parte de esas élites formaron en Múnich la llamada Sociedad Thule, una agrupación secreta cuyo emblema era una esvástica y cuyos intereses oscilaban entre la investigación de los orígenes de la raza aria, el ocultismo y la lucha contra el comunismo. Este grupo fundaría el DAP en 1919, que un año después de su creación sería refundado por Hitler como NSDAP. Su nacimiento al término de la Primera Guerra Mundial no era casual y de nuevo estamos ante una seña de identidad del partido que al mismo tiempo estaba profundamente enraizada en la sociedad del momento. Como dice Richard J. Evans en La llegada del Tercer Reich:
Los modelos castrenses de conducta habían sido algo generalizado en la cultura y la sociedad alemanas antes de 1914, pero después de la guerra se hicieron omnipresentes. El lenguaje de la política estaba impregnado de metáforas del periodo bélico, el partido rival era un enemigo al que había que aplastar, y la lucha, el terror y la violencia se convirtieron en armas ampliamente aceptadas y perfectamente legítimas en la contienda política. Había uniformes por todas partes. La política, invirtiendo un famoso adagio del teórico militar de principios del siglo XIX Carl von Clausewitz, se convirtió en una continuación de la guerra utilizando otros medios.
Buena parte de los altos cuadros del NSDAP empezando por el propio Hitler, así como de las camisas pardas que ejercían de milicias del partido, eran veteranos que habían quedado irremediablemente marcados por el conflicto. Hasta tal punto era importante esa experiencia vital que Goebbels atribuía en los mítines su cojera a una herida de guerra (en la que nunca participó). En ella habían encontrado su lugar en el mundo, una camaradería, unos valores… y repentinamente todo eso había terminado. La censura del gobierno les hizo creer en todo momento que estaban ganándola, de manera que interpretaron el armisticio como una traición judeo-socialista, fue el mito de «la puñalada por la espalda» que les hizo odiar al nuevo régimen surgido tras ella y, muy especialmente, al Tratado de Versalles que le puso fin. Consideraban una monstruosa afrenta al orgullo nacional la cantidad de territorios (más de la décima parte del país) que el tratado exigía, así como el desarme impuesto y las compensaciones económicas exigidas.
Dichas compensaciones, junto con la carga que suponían las pensiones a veteranos incapacitados y huérfanos, terminaron estrangulando la economía alemana, que en 1923 sufrió una hiperinflación por la que, por ejemplo, un kilo de pan de centeno paso de costar ciento sesenta y tres marcos a doscientos treinta y tres mil millones en algo más de nueve meses. Con el dinero perdiendo todo su valor llegaron esas imágenes que todos hemos visto alguna vez de niños jugando a construcciones con pilas de billetes, muchos pequeños ahorradores se quedaron en la ruina y la delincuencia —obviamente no para robar dinero sino bienes personales y alimentos— se multiplicó. La economía pudo estabilizarse a partir de 1924, pero años después llegaría el crac del 29 y en torno a un 30% de los trabajadores se quedaría en el paro. Una cifra elevadísima, aunque en España no nos llame mucho la atención.
Finalmente, otro factor que no podemos dejar de mencionar es la revolución rusa de 1917. Las noticias que llegaban de la violencia que estaba desatando no eran nada tranquilizadoras y apenas un año después Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo fundaron el Partido Comunista de Alemania y casi simultáneamente tuvo lugar la Revolución de noviembre, que derivó en el intento de instaurar una república de inspiración soviética. Aunque finalmente resultó frustrado y ambos dirigentes asesinados, los insurrectos secuestraron y mataron a varios miembros de la mencionada Sociedad Thule, que pasaron a ser mártires e impulsaron así la reacción nazi. La escalada en el enfrentamiento entre comunistas y extrema derecha no se detuvo ahí y la Liga de Combatientes del Frente Rojo encontraría la horma de su zapato en las SA o Camisas Pardas. Hay una novela muy interesante al respecto, supuestamente autobiográfica, que se titula La noche quedó atrás y fue escrita con el seudónimo de Jan Valtin. Digo supuestamente porque la cantidad de aventuras que protagoniza este agitador al servicio del Komintern no se viven ni en diez vidas, irradiando tal heroísmo que fascinó a Pío Moa hasta el punto de fundar el grupo terrorista GRAPO para emularlo.
En cualquier caso el libro recrea muy bien ese ambiente de radicalismo político y lucha callejera con huelgas constantes, sabotajes, asaltos a sedes de otros partidos, peleas multitudinarias y, en definitiva, cientos de muertos con el paso de los años. Un conflicto que iba polarizando la sociedad y que permitió a Hitler mostrarse como el hombre que llegaría para restablecer el orden. Lo cual no deja de ser paradójico pues buena parte de esa violencia fue originada por los propios nazis, verdaderos maestros de la violencia política. Puede decirse que el nacionalsocialismo era, al menos en este punto, marxista. Pero de la escuela de Groucho: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Solo que en vez de buscar problemas, los creaban.
Espartaquistas en una barricada en 1919. Foto: DP.
Los sectores que más lo apoyaron
Este breve esbozo de la doctrina y el contexto del NSDAP visto hasta ahora nos muestran dos cosas, que en parte desmienten o al menos matizan la tesis de Fromm con la que iniciábamos el artículo. El partido tenía arraigo en la mentalidad y las tribulaciones de la sociedad alemana, de manera que no era —al menos de cara al electorado— una organización al servicio exclusivo de un grupo, unos intereses o una psicología determinadas. Era lo que los politólogos llaman hoy un catch-all party con aspiración de ser interclasista y entrar en todos los nichos. No había pues un votante arquetípico de Hitler. En segundo lugar quienes le votaron no es que tuvieran miedo (o no solo) a la libertad. Lo que les daba miedo era la violencia callejera, el desmoronamiento de las instituciones y el caos económico. No se sentían abrumados por las múltiples posibilidades que se abrían ante su futuro, sino por la frustrante ausencia de todas ellas.
Dado que en las elecciones de julio de 1932 lograron acaparar el 37,2% de los votos está claro que llegaron a todos los segmentos sociales, pero aun así pueden señalarse algunos en los que el apoyo fue superior a la media. En primer lugar la población rural, evidentemente muy receptiva al lema de «sangre y tierra» que pregonaban los nacionalsocialistas y que pasaba así a ser la guardiana de las esencias nacionales. De nuevo queda en entredicho la idea de Fromm del votante nazi como un urbanita desarraigado nostálgico de la tribu. De hecho Berlín, una enorme metrópolis de cuatro millones de habitantes, mantuvo hasta que ya no le quedó más remedio unos niveles bajos de adhesión al movimiento.
Otro pilar fundamental fueron los jóvenes. Aquella ocasión en la que Hitler afirmó que «cuando un opositor dice: “no me acercaré a vosotros”, yo le respondo sin inmutarme: “tu hijo ya nos pertenece”» resultó especialmente inquietante y vampírico entre otras cosas porque tenía, además, toda la razón. Su doctrina encajaba como un guante en la mentalidad juvenil y adolescente al primar la acción sobre la reflexión y la visión maniquea de la realidad frente a la escala de grises que suele proporcionar la edad. El énfasis en la fuerza, el vigor, la camaradería y la esperanza en el futuro encandilaba a la chavalería y quedaba reflejado en la importancia que se concedía a la organización de las Juventudes Hitlerianas y en que el mártir oficial del nacionalsocialismo —que dio nombre a su himno y protagonizó infinidad de exequias— fuera Horst Wessel, un joven muerto a los veintitrés años a manos de un comunista. En torno a la cuarta parte de los votos que lograron en 1930 provenían de gente que acudía a las urnas por primera vez.
También logró una gran aceptación entre las mujeres. El propio Hitler se jactaba de ello cuando decía que «las mujeres siempre han estado entre mis apoyos incondicionales» y que «hemos ganado más mujeres para nuestra causa que todos los demás partidos juntos». Cabe suponer que lo apoyaban porque, obviamente, compartían su visión de cómo debía ser el futuro de Alemania. Ahora bien, ¿por qué en una mayor proporción que el sector masculino? Se han planteado varias explicaciones y una de ellas que creo convincente es que se trata de un electorado levemente más conservador. Por poner un ejemplo próximo, en el referéndum escocés el «no» representaba la opción continuista, mientras que el «sí» entrañaba un salto al vacío (o al menos así lo describían sus detractores), de manera que entre los hombres la diferencia fue de seis puntos a favor del no, mientras que entre las mujeres se elevó hasta los doce puntos. Pues bien, en el contexto de violencia desatada en las calles e incertidumbre económica de la República de Weimar, la promesa de orden y autoridad tal vez resultara clave para aquel apoyo incondicional femenino del que hablaba el líder del NSDAP. Para conocer más detalles sobre esta cuestión pueden leer el artículo Our Last Hope: Women’s Votes for Hitler de la historiadora Helen A. Boak.
Por su parte, los protestantes mostraban más del doble de apoyo al partido que los católicos y también tenían mayor representación los funcionarios y la clase media baja, y el norte del país más que el sur. El NSDAP logró atraer a una buena parte de los que previamente votaban a los nacionalistas y a los conservadores aunque su éxito fue menor del que esperaban con los obreros y parados, que permanecieron relativamente fieles a los partidos socialdemócrata y comunista.
En conclusión, en mayor o menor medida en todos los grupos sociales un buen número de electores se inclinaron por esa opción ante la inusual combinación entre unas circunstancias históricas, sociales y económicas excepcionales, el intimidante uso de la fuerza en las calles de las SA y la formidable maquinaria propagandística ideada por Goebbels. La solución que escogieron fue el comienzo de otros muchos problemas y ni con el mayor de los sarcasmos se podría decir que disfrutasen de lo votado pero, de eso no hay duda, hicieron historia.
Source: Jot Down (España)
http://www.jotdown.es/2015/11/quien-voto-a-hitler/
Wednesday, November 18, 2015
Escaping Reality With Brazil’s Globo TV
NOV. 10, 2015
SÃO PAULO, Brazil — Last year, The Economist published an article about TV Globo, Brazil’s largest broadcast network. It reported that “91 million people, just under half the population, tune in to it each day: The sort of audience that, in the United States, is to be had only once a year, and only for the one network that has won the rights that year to broadcast American football’s Super Bowl championship game.”
That figure might seem exaggerated, but all it takes is a walk around the block for it to look conservative. Everywhere I go there’s a television turned on, usually to Globo, and everybody is staring hypnotically at it.
Not surprisingly, a 2011 study supported by the Brazilian Institute of Geography and Statistics found the percentage of households with a television set in 2011 (96.9) was higher than the percentage of those with a refrigerator (95.8), and that 64 percent had more than one television set. Other researchers have found that Brazilians watch four hours and 31 minutes of TV per weekday, and four hours and 14 minutes on weekends; 73 percent watch TV every day and only 4 percent never regularly watch television. (I’m one of the latter.)
Among them, Globo is ubiquitous. Although its audience has been declining for decades, its share is still about 34 percent. Its nearest competitor, Record, has 15 percent.
So what does this all-pervading presence mean? In a country where education lags (the Organization for Economic Cooperation and Development recently ranked us 60th among 76 countries in average performance on international student achievement tests), it would imply that one set of values and social perspectives is very widely shared. Furthermore, being Latin America’s biggest media company, Globo can exert considerable influence on our politics.
One example: Two years ago, in a bland apology, Globo confessed to having supported Brazil’s military dictatorship between 1964 and 1985. “In the light of history, however,” it said, “there is no reason to not recognize explicitly today that this support was a mistake, and that other editorial decisions in the period that followed were also wrong.”
With these hazards in mind, and in the name of good journalism, I watched a whole day of Globo programming on a recent Tuesday, to see what I could learn about the values and the ideas it promotes.
The first thing most people watch each morning is the local news, then the national news. From those, one might infer that there is nothing more important in life than the weather and the traffic. The fact that our president, Dilma Rousseff, faces a serious risk of impeachment and that her main political opponent, Eduardo Cunha, the speaker of the lower house of Congress, is being investigated for embezzlement, get less airtime than the details of traffic jams. Those bulletins are updated at least six times a day, with the anchors chatting amicably, like old aunts at teatime, about the heat or the rain.
From the morning talk shows and other programs, I grasped that the secret of life is to be famous, rich, vaguely religious and “do bem” (those who stand on the side of good). Everybody on-air loved everyone else and smiled all the time. Wondrous tales were told of people with disabilities who had the willpower to succeed in their jobs. Specialists and celebrities discussed that and other topics with remarkable superficiality.
I decided to skip the afternoon programs — mostly reruns of soap operas and Hollywood movies — and go straight to the prime-time news.
Ten years ago, a Globo anchorman, William Bonner, compared the average viewer of the news program Jornal Nacional to Homer Simpson — incapable of understanding complex news. From what I saw, this standard still applies. A segment on a water shortage in São Paulo, for example, was highlighted by a reporter, standing at the local zoo, who said ironically: “You can see the worried look of the lion about the water crisis.”
Watching Globo means getting used to platitudes and tired formulas; many news scripts include little puns at the end, or an inanity from a bystander. “Dunga said he likes to smile,” one reporter said about the coach of Brazil’s national soccer team. Often, a few seconds are devoted to disturbing news like a revelation that São Paulo would keep operational data about the state’s water supply secret for 15 years, while full minutes are lavished on items like “the rescue of a drowning man that caused awe and surprise in a little town.”
The rest of the evening was filled with soap operas, from which you could learn that women always wear heavy makeup, huge earrings, polished nails, tight skirts, high heels and straight hair. (On those counts, I guess I’m not a woman.) Female characters are good or bad, but unanimously thin. They fight one another over men. Their ultimate purposes in life are to wear a wedding dress, give birth to a blond-haired baby or appear on television, or all of the above. Normal people have butlers in their homes, where hot male plumbers visit and seduce bored housewives.
Two of the three current soap operas talk about favelas, but with little resemblance to reality. Politically, they tend toward conservatism. “A Regra do Jogo,” for example, has a character who, in one episode, claims to be a human rights lawyer working with Amnesty International in order to smuggle bomb-making materials to imprisoned criminals. The advocacy organization publicly complained about that, accusing Globo of trying to defame human rights workers throughout Brazil.
Despite the high technical level of production, the novelas were painful to watch, with their thick doses of prejudice, melodrama, lame dialogue and clichés.
But they had their effect. At the end of the day, I felt less concerned about the water crisis or the possibility of another military coup — just like the apathetic lion and the empty women of the soap operas.
Correction: November 10, 2015
An earlier version of this article incorrectly described a brief report by Globo television about the status of operational data on São Paulo’s water supply. The report said the data would be kept secret for 15 years, not that it had been kept secret for 25 years.
________________
Vanessa Barbara is a columnist for the Brazilian newspaper O Estado de São Paulo and the editor of the literary website A Hortaliça.
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Source: New York Times (USA)
http://www.nytimes.com/2015/11/11/opinion/international/escaping-reality-with-brazils-globo-tv.html?_r=2
In Portuguese:
Deu no New York Times: “Rede Globo, a ‘TV irrealidade’ que ilude o Brasil”
Vanessa Barbara |
That figure might seem exaggerated, but all it takes is a walk around the block for it to look conservative. Everywhere I go there’s a television turned on, usually to Globo, and everybody is staring hypnotically at it.
Not surprisingly, a 2011 study supported by the Brazilian Institute of Geography and Statistics found the percentage of households with a television set in 2011 (96.9) was higher than the percentage of those with a refrigerator (95.8), and that 64 percent had more than one television set. Other researchers have found that Brazilians watch four hours and 31 minutes of TV per weekday, and four hours and 14 minutes on weekends; 73 percent watch TV every day and only 4 percent never regularly watch television. (I’m one of the latter.)
Among them, Globo is ubiquitous. Although its audience has been declining for decades, its share is still about 34 percent. Its nearest competitor, Record, has 15 percent.
So what does this all-pervading presence mean? In a country where education lags (the Organization for Economic Cooperation and Development recently ranked us 60th among 76 countries in average performance on international student achievement tests), it would imply that one set of values and social perspectives is very widely shared. Furthermore, being Latin America’s biggest media company, Globo can exert considerable influence on our politics.
One example: Two years ago, in a bland apology, Globo confessed to having supported Brazil’s military dictatorship between 1964 and 1985. “In the light of history, however,” it said, “there is no reason to not recognize explicitly today that this support was a mistake, and that other editorial decisions in the period that followed were also wrong.”
With these hazards in mind, and in the name of good journalism, I watched a whole day of Globo programming on a recent Tuesday, to see what I could learn about the values and the ideas it promotes.
The first thing most people watch each morning is the local news, then the national news. From those, one might infer that there is nothing more important in life than the weather and the traffic. The fact that our president, Dilma Rousseff, faces a serious risk of impeachment and that her main political opponent, Eduardo Cunha, the speaker of the lower house of Congress, is being investigated for embezzlement, get less airtime than the details of traffic jams. Those bulletins are updated at least six times a day, with the anchors chatting amicably, like old aunts at teatime, about the heat or the rain.
From the morning talk shows and other programs, I grasped that the secret of life is to be famous, rich, vaguely religious and “do bem” (those who stand on the side of good). Everybody on-air loved everyone else and smiled all the time. Wondrous tales were told of people with disabilities who had the willpower to succeed in their jobs. Specialists and celebrities discussed that and other topics with remarkable superficiality.
I decided to skip the afternoon programs — mostly reruns of soap operas and Hollywood movies — and go straight to the prime-time news.
Ten years ago, a Globo anchorman, William Bonner, compared the average viewer of the news program Jornal Nacional to Homer Simpson — incapable of understanding complex news. From what I saw, this standard still applies. A segment on a water shortage in São Paulo, for example, was highlighted by a reporter, standing at the local zoo, who said ironically: “You can see the worried look of the lion about the water crisis.”
Watching Globo means getting used to platitudes and tired formulas; many news scripts include little puns at the end, or an inanity from a bystander. “Dunga said he likes to smile,” one reporter said about the coach of Brazil’s national soccer team. Often, a few seconds are devoted to disturbing news like a revelation that São Paulo would keep operational data about the state’s water supply secret for 15 years, while full minutes are lavished on items like “the rescue of a drowning man that caused awe and surprise in a little town.”
The rest of the evening was filled with soap operas, from which you could learn that women always wear heavy makeup, huge earrings, polished nails, tight skirts, high heels and straight hair. (On those counts, I guess I’m not a woman.) Female characters are good or bad, but unanimously thin. They fight one another over men. Their ultimate purposes in life are to wear a wedding dress, give birth to a blond-haired baby or appear on television, or all of the above. Normal people have butlers in their homes, where hot male plumbers visit and seduce bored housewives.
Two of the three current soap operas talk about favelas, but with little resemblance to reality. Politically, they tend toward conservatism. “A Regra do Jogo,” for example, has a character who, in one episode, claims to be a human rights lawyer working with Amnesty International in order to smuggle bomb-making materials to imprisoned criminals. The advocacy organization publicly complained about that, accusing Globo of trying to defame human rights workers throughout Brazil.
Despite the high technical level of production, the novelas were painful to watch, with their thick doses of prejudice, melodrama, lame dialogue and clichés.
But they had their effect. At the end of the day, I felt less concerned about the water crisis or the possibility of another military coup — just like the apathetic lion and the empty women of the soap operas.
Correction: November 10, 2015
An earlier version of this article incorrectly described a brief report by Globo television about the status of operational data on São Paulo’s water supply. The report said the data would be kept secret for 15 years, not that it had been kept secret for 25 years.
________________
Vanessa Barbara is a columnist for the Brazilian newspaper O Estado de São Paulo and the editor of the literary website A Hortaliça.
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Source: New York Times (USA)
http://www.nytimes.com/2015/11/11/opinion/international/escaping-reality-with-brazils-globo-tv.html?_r=2
In Portuguese:
Deu no New York Times: “Rede Globo, a ‘TV irrealidade’ que ilude o Brasil”
Monday, November 16, 2015
Paul Preston, contrario a retirar calles o monumentos franquistas: "No se puede borrar a Franco de la Historia"
El hispanista inglés apuesta por incluir en la placa la explicación de quién fue y qué hizo la persona que lleva el nombre de la calle con el fin de que sirvan como "instrumentos de educación".
EUROPA PRESS
MADRID.- Paul Preston ha publicado Franco (Debate), una edición revisada y actualizada de la biografía del Caudillo con motivo del cuarenta aniversario de su muerte en la que el historiador retrata a un dictador del que considera que no debe "ser borrado de la Historia" a través de la eliminación de los restos de su Régimen.
Preston se ha mostrado contrario en una entrevista con Europa Press a retirar placas de calles franquistas o a derribar el Valle de los Caídos, entre otros ejemplos, asegurando que deberían ser utilizados "como instrumentos de educación". "Mi solución para las calles, en aquellas que tengan nombres de militares, no sería la de sustituir ese nombre por Nelson Mandela u otra personalidad, sino incluir debajo en la placa la explicación de qué fue lo que hizo esta persona", ha apuntado.
Respecto a los restos de Franco, considera necesario devolverlos a la familia para que le den sepultura, e insiste en la importancia de convertir el Valle de los Caídos en "un centro de educación". "Pero es complicado, porque aunque la torre y la basílica son arquitectónicamente una de las maravillas del mundo, fue hecha por obreros esclavos", ha matizado.
Considera necesario devolver los restos de Franco a la familia para que le den sepultura y convertir el Valle de los Caídos en "un centro de educación"
En esta nueva edición, Preston ha incluido dos capítulos nuevos: uno en el que analiza cómo se ha biografiado a Franco antes y después de su muerte; y otro en el que aborda su antisemitismo, que fue variando según avanzó la II Guerra Mundial.
Antisemitismo
"Él era bastante antisemita hasta el final de la II Guerra Mundial, que pasaron a mandar los americanos y se dio cuenta de que los judíos tenían mucha influencia", ha señalado el autor, tras recordar que durante el conflicto Franco pudo haber salvado la vida de varios judíos procedente de Alemania y el régimen demoró esta ayuda provocando la muerte de muchos de ellos.
En cualquier caso, el historiador ha afirmado que los nuevos datos sobre el Caudillo que han salido en los últimos 20 años desde la primera edición de su libro no le han hecho "cambiar de idea para nada" sobre lo ya escrito.
Una de ellas es el famoso encuentro en Hendaya entre Franco y Hitler, en el que Preston defiende que, si finalmente España no entró en la II Guerra Mundial, no fue por la negativa de Franco. "Hitler venía en viaje de reconocimiento y se dio cuenta de que no compensaba porque lo que ofrecía como aliado era muy poco. Se podría hasta decir que hubo un acuerdo tácito entre aliados y el eje para que España quedase neutral", ha aseverado.
Franco, "el cid del siglo XX"
A día de hoy, el autor continúa viendo al dictador como un hombre que "se creía El Cid del siglo XX" y esperaba que, como con aquella reconquista, "llegara un gran imperio". "Pero la realidad es que no tenía medios para construir ese imperio y, para hacerlo, habría necesitado la ayuda de Hitler", ha apuntado.
El autor continúa viendo al dictador como un hombre que "se creía El Cid del siglo XX"
Preguntado sobre alguna actuación positiva de Franco durante la dictadura, Preston ha asegurado que no hubo ninguna por su parte, "aunque sí pasaron cosas buenas". "Hubo sobre todo dos, la neutralidad de España en la II Guerra Mundial y el crecimiento económico de los años 60, pero no se debieron a Franco, sino a las remesas de dinero de emigrados y a la inversión de compañías extranjeras y turistas", ha destacado.
Por último, se ha mostrado a favor de obras como la de Pérez Reverte para "acercar la Guerra Civil" a los jóvenes, si bien alertando de que se trata de un "tema muy complicado que a veces requiere más de 20 años estudiarlo para luego contarlo". "Con las simplificaciones se pierde mucho de la Historia, porque no se trata de blancos y negros", ha concluido.
Source: Público (España)
http://www.publico.es/politica/paul-preston-contrario-retirar-calles.html
El hispanista inglés Paul Preston.- EUROPA PRESS |
MADRID.- Paul Preston ha publicado Franco (Debate), una edición revisada y actualizada de la biografía del Caudillo con motivo del cuarenta aniversario de su muerte en la que el historiador retrata a un dictador del que considera que no debe "ser borrado de la Historia" a través de la eliminación de los restos de su Régimen.
Preston se ha mostrado contrario en una entrevista con Europa Press a retirar placas de calles franquistas o a derribar el Valle de los Caídos, entre otros ejemplos, asegurando que deberían ser utilizados "como instrumentos de educación". "Mi solución para las calles, en aquellas que tengan nombres de militares, no sería la de sustituir ese nombre por Nelson Mandela u otra personalidad, sino incluir debajo en la placa la explicación de qué fue lo que hizo esta persona", ha apuntado.
Respecto a los restos de Franco, considera necesario devolverlos a la familia para que le den sepultura, e insiste en la importancia de convertir el Valle de los Caídos en "un centro de educación". "Pero es complicado, porque aunque la torre y la basílica son arquitectónicamente una de las maravillas del mundo, fue hecha por obreros esclavos", ha matizado.
Considera necesario devolver los restos de Franco a la familia para que le den sepultura y convertir el Valle de los Caídos en "un centro de educación"
En esta nueva edición, Preston ha incluido dos capítulos nuevos: uno en el que analiza cómo se ha biografiado a Franco antes y después de su muerte; y otro en el que aborda su antisemitismo, que fue variando según avanzó la II Guerra Mundial.
Antisemitismo
"Él era bastante antisemita hasta el final de la II Guerra Mundial, que pasaron a mandar los americanos y se dio cuenta de que los judíos tenían mucha influencia", ha señalado el autor, tras recordar que durante el conflicto Franco pudo haber salvado la vida de varios judíos procedente de Alemania y el régimen demoró esta ayuda provocando la muerte de muchos de ellos.
En cualquier caso, el historiador ha afirmado que los nuevos datos sobre el Caudillo que han salido en los últimos 20 años desde la primera edición de su libro no le han hecho "cambiar de idea para nada" sobre lo ya escrito.
Una de ellas es el famoso encuentro en Hendaya entre Franco y Hitler, en el que Preston defiende que, si finalmente España no entró en la II Guerra Mundial, no fue por la negativa de Franco. "Hitler venía en viaje de reconocimiento y se dio cuenta de que no compensaba porque lo que ofrecía como aliado era muy poco. Se podría hasta decir que hubo un acuerdo tácito entre aliados y el eje para que España quedase neutral", ha aseverado.
Franco, "el cid del siglo XX"
A día de hoy, el autor continúa viendo al dictador como un hombre que "se creía El Cid del siglo XX" y esperaba que, como con aquella reconquista, "llegara un gran imperio". "Pero la realidad es que no tenía medios para construir ese imperio y, para hacerlo, habría necesitado la ayuda de Hitler", ha apuntado.
El autor continúa viendo al dictador como un hombre que "se creía El Cid del siglo XX"
Preguntado sobre alguna actuación positiva de Franco durante la dictadura, Preston ha asegurado que no hubo ninguna por su parte, "aunque sí pasaron cosas buenas". "Hubo sobre todo dos, la neutralidad de España en la II Guerra Mundial y el crecimiento económico de los años 60, pero no se debieron a Franco, sino a las remesas de dinero de emigrados y a la inversión de compañías extranjeras y turistas", ha destacado.
Por último, se ha mostrado a favor de obras como la de Pérez Reverte para "acercar la Guerra Civil" a los jóvenes, si bien alertando de que se trata de un "tema muy complicado que a veces requiere más de 20 años estudiarlo para luego contarlo". "Con las simplificaciones se pierde mucho de la Historia, porque no se trata de blancos y negros", ha concluido.
Source: Público (España)
http://www.publico.es/politica/paul-preston-contrario-retirar-calles.html
Sunday, November 8, 2015
Erich von Manstein and the War of Annihilation
Operational Genius and Master Myth-Maker: Erich von Manstein and the War of Annihilation
On May 7, 1953, the Swabian village of Allmendingen prepared for a festival. The mayor had roused the village inhabitants early in the morning, school was cancelled, the town was festively decorated and, according to a member of the media who was present, nearly every child wore a bouquet of flowers. A brass band provided musical accompaniment. The few villagers initially unaware of the reason for the unusual events were quickly informed: Field Marshal Erich von Manstein, the most celebrated of Hitler's military commanders and most controversial of the postwar military internees, had been released from captivity and was coming to the village. When Manstein addressed the crowd, he thanked them for their support and exclaimed, "We no longer want to think about the difficulties of the past, but only of the future" (p. 260). Following his brief remarks, children approached Manstein and his wife, presented them with lilacs, and burst into song. The illustrated paper, Das Neue Blatt, described the scene to its readers in an issue adorned with two photos: one of Manstein as a decorated soldier and the other of him shaking the hands of children presenting him with flowers. The message was clear: Hitler's "most brilliant strategist" was ready to enter West German society.
In this timely, impressively researched study, Oliver von Wrochem describes this "idyllic Heimat" occasion as "simultaneously a historical/political signal and a memory/cultural event" (p. 260). Manstein's release symbolized the rehabilitation of the men who had served in Hitler's Wehrmacht, though this rehabilitation was primarily due to the efforts of high-ranking officers to produce their own version of the war, a process in which the former Field Marshal was intimately involved. Wrochem also details the complicity of western governments, particularly the British, in covering up the unsavory aspects of Nazi Germany's war against the Soviet Union to ensure West German support for remilitarization. The truism that the exigencies of the Cold War superseded the quest for postwar justice is starkly illustrated in his account. Finally, Wrochem examines the evolution of German public opinion (both East and West) regarding the fate of Manstein and other Wehrmacht commanders in Allied and West German trials and the influence of veteran organizations in guiding popular memories and understanding of the war.
The author divides his study into four sections. The first deals with Manstein's life through the end of the Second World War, with special emphasis on his participation in the Vernichtungskrieg against the Soviet Union. One of Wrochem's primary themes is Manstein's relationship with Hitler and the Nazi regime. In a manner similar to that of many of his peers reared during the Kaiserreich, Manstein welcomed the new regime and its commitment to mobilizing German society in support of restoring a greater German Reich. This dedication, however, did not lead to an unqualified support for the NSDAP; according to Wrochem, Manstein maintained a distance from the upper echelon of the political leadership, one that eventually provoked blatant hostility from powerful party figures such as Hermann Göring, Joseph Goebbels, and Heinrich Himmler. While Manstein's maintenance of a traditional Prussian military ethos kept him from completely identifying with Nazi ideological precepts and goals (unlike, as Wrochem notes, Ferdinand Schörner, the rabidly Nazi Field Marshal of the later stages of the war), his focus on military professionalism was paradoxically a major influence on his role as accomplice in the war of annihilation directed against both Soviet citizens and Jews.
Wrochem analyzes the occupation policies of Manstein's Eleventh Army, which operated in the Crimea from late 1941 through mid-1942. Those seeking for a comprehensive examination of Eleventh Army's occupation practices will want to look elsewhere; the author is more concerned with examining several wartime events in detail and then following them throughout the series of postwar trials. This approach allows for a much more precise reconstruction of these events and Wrochem makes good use of it. He examines the responsibility and actions of various levels of Eleventh Army, focusing on the lower levels of occupation: the Secret Field Police, the Field Gendarmerie sections, the Ortskommandanten, and the commandants of the rear Army areas. In agreement with the prevailing historical consensus, Wrochem concludes that the Army worked very closely with the SS Einsatzgruppen in liquidating "enemies" both real and perceived. Here, the division of labor initially identified by Dieter Pohl certainly functioned smoothly. And, as Wrochem notes, "no level of authority stood against the murder, but in contrast frequently drove it forward" (p. 70).
While the lower levels frequently carried out the shootings, the Eleventh Army leadership also acted as the driving force behind at least one episode of mass execution. The strained supply system that plagued the entire Eastern Army also affected troops in the Crimea. In order to avoid starvation-driven revolts, Eleventh Army began directing the machinery of murder towards population groups whose annihilation was already foreseen. The 13,000 Jews in Simferopol constituted the first pool of victims. Contacted by Eleventh Army's quartermaster to initiate the killing, Einsatzgruppe D had to decline due to lack of manpower and capacity. The quartermaster then offered troops to cordon off the area and guard the Jews during transport, trucks for the transport itself, and munitions to the SS unit. By the time the first phase of the action ended in late December, some 9,500 Jews had been murdered. Wrochem states that no order signed by Manstein authorizing the action exists; he also makes clear that it is nearly inconceivable that such an action could have been initiated by the army staff without his approval.
The remaining three sections of the study focus on how Manstein and other high-ranking members of the Wehrmacht defended themselves against war crimes charges while simultaneously sanitizing their version of the war in the East and thereby generating an acceptable narrative of the war for West Germans. Three separate strands formed the basis of this re-writing of the war. First, many former high-ranking officers, including Manstein, formed an advisory committee to "coordinate witness statements" regarding the initial charges against the German General Staff (p. 111). Coordination included destroying the credibility of officers whose statements diverged from the accepted story. This initial grouping of officers expanded into much larger networks of former soldiers and their supporters who worked tirelessly to provide German defendants with resources for a proper defense. By the time Manstein himself was put on trial in August 1949, this network had also made large inroads into the media, providing him with a pool of public support.
This reservoir of public support, both in West Germany and Great Britain, was steadily increasing due to the growing tensions of the Cold War. Manstein and other former officers exploited fear of communism in two ways. First, Manstein struck up a correspondence with the British military commentator, B. H. Liddell Hart. Liddell Hart had long opposed proceedings against members of the Wehrmacht and became the most powerful advocate for Manstein and his peers in Great Britain. He portrayed Hitler's generals as cool professionals who fought as clean a war as possible against the Soviet Union and omitted the Wehrmacht's enormous crimes from his presentation of the Second World War.
The pro-German propaganda espoused by Liddell Hart and others of his political persuasion was complemented by the ways in which Manstein explained the war in the East. Here, the vocabulary utilized by the Nazis (though shorn of its overt racism) was employed to legitimate the German-Soviet war. Manstein spoke of the "European mission" behind the war, a reference to the rescue of western Christendom from "Asiatic" Bolsheviks (p. 131). Such notions carried special weight during the early days of the Cold War. The offensive launched by Manstein and his peers and their supporters effectively minimized the Army's crimes in the East, as it appeared self-evident that if any of the combatants had committed atrocities during the war, it was the "barbaric" East, not the "civilized" West. By referring to the war as essentially defensive, Manstein pointed to the absurdity of prosecuting him for a war that the West was preparing to fight all over again.
While these two strategies played well in the court of public opinion, within the actual court of law, Manstein and his peers developed a different strategy to absolve themselves of responsibility for their conduct. They tried to separate the war against the Soviet Union into two different campaigns: a military one, in which they exercised authority, and an ideological effort, which they had no power to influence. This dual strategy most concretely manifested itself in the Army's attempts to disassociate itself from the Einsatzgruppen. While preparing for the General Staff's defense during the initial Nuremberg Trial, Manstein wrote, "the thought that military leaders were connected with the measures of the S.D. in certain areas constitutes a completely unjustified burden on the military leadership" (p. 110). This question became one of the central issues of Manstein's own trial, and as Wrochem persuasively argues, the names Manstein and Otto Ohlendorf (the former commander of Einsatzgruppe D) assumed powerful symbolic weight both within and outside of the courtroom, with the former standing for the "clean" Wehrmacht and the latter for the criminal SS.
As Wrochem makes clear, the strategies employed by Manstein and his peers found a wide-ranging resonance in West German public opinion and during the 1940s and 1950s, support for the interned Wehrmacht elite remained strong. Adenauer himself recognized the groundswell of support reserved particularly for Manstein and was able to link his discharge to the inclusion of a re-militarized West Germany in the Western Alliance. Wrochem tirelessly reconstructs the negotiations between Bonn and London concerning Manstein's release as an aspect of the re-admittance of West Germany to western society. He also convincingly argues that Manstein's release in the Federal Republic carried hefty symbolic weight, as it signaled the welcome of all former Wehrmacht soldiers into the new state. The past was now forgotten or sanitized and re-worked to such an extent that it bore little relation to the reality of the war of annihilation.
Wrochem has provided an extremely important and detailed study of how the German Vernichtungskrieg in the East was waged and then how a neutered version of this conflict was transmitted to West German society. He has effectively tied together several very important issues into one generally readable work. At times, his detail becomes a bit overpowering and Manstein himself periodically disappears from the book, but these minor caveats fail to detract seriously from a major contribution to field.
Reviewed by Jeff Rutherford (Department of History, Wheeling Jesuit University)
Published on H-German (April, 2008)
Oliver von Wrochem. Erich von Manstein: Vernichtungskrieg und Geschichtspolitik. Paderborn: Ferdinand Schöningh Verlag, 2006. 431 S. EUR 39.90 (cloth), ISBN 978-3-506-72977-4.
Source: H-Net
http://www.h-net.org/reviews/showrev.php?id=14445
On May 7, 1953, the Swabian village of Allmendingen prepared for a festival. The mayor had roused the village inhabitants early in the morning, school was cancelled, the town was festively decorated and, according to a member of the media who was present, nearly every child wore a bouquet of flowers. A brass band provided musical accompaniment. The few villagers initially unaware of the reason for the unusual events were quickly informed: Field Marshal Erich von Manstein, the most celebrated of Hitler's military commanders and most controversial of the postwar military internees, had been released from captivity and was coming to the village. When Manstein addressed the crowd, he thanked them for their support and exclaimed, "We no longer want to think about the difficulties of the past, but only of the future" (p. 260). Following his brief remarks, children approached Manstein and his wife, presented them with lilacs, and burst into song. The illustrated paper, Das Neue Blatt, described the scene to its readers in an issue adorned with two photos: one of Manstein as a decorated soldier and the other of him shaking the hands of children presenting him with flowers. The message was clear: Hitler's "most brilliant strategist" was ready to enter West German society.
In this timely, impressively researched study, Oliver von Wrochem describes this "idyllic Heimat" occasion as "simultaneously a historical/political signal and a memory/cultural event" (p. 260). Manstein's release symbolized the rehabilitation of the men who had served in Hitler's Wehrmacht, though this rehabilitation was primarily due to the efforts of high-ranking officers to produce their own version of the war, a process in which the former Field Marshal was intimately involved. Wrochem also details the complicity of western governments, particularly the British, in covering up the unsavory aspects of Nazi Germany's war against the Soviet Union to ensure West German support for remilitarization. The truism that the exigencies of the Cold War superseded the quest for postwar justice is starkly illustrated in his account. Finally, Wrochem examines the evolution of German public opinion (both East and West) regarding the fate of Manstein and other Wehrmacht commanders in Allied and West German trials and the influence of veteran organizations in guiding popular memories and understanding of the war.
The author divides his study into four sections. The first deals with Manstein's life through the end of the Second World War, with special emphasis on his participation in the Vernichtungskrieg against the Soviet Union. One of Wrochem's primary themes is Manstein's relationship with Hitler and the Nazi regime. In a manner similar to that of many of his peers reared during the Kaiserreich, Manstein welcomed the new regime and its commitment to mobilizing German society in support of restoring a greater German Reich. This dedication, however, did not lead to an unqualified support for the NSDAP; according to Wrochem, Manstein maintained a distance from the upper echelon of the political leadership, one that eventually provoked blatant hostility from powerful party figures such as Hermann Göring, Joseph Goebbels, and Heinrich Himmler. While Manstein's maintenance of a traditional Prussian military ethos kept him from completely identifying with Nazi ideological precepts and goals (unlike, as Wrochem notes, Ferdinand Schörner, the rabidly Nazi Field Marshal of the later stages of the war), his focus on military professionalism was paradoxically a major influence on his role as accomplice in the war of annihilation directed against both Soviet citizens and Jews.
Wrochem analyzes the occupation policies of Manstein's Eleventh Army, which operated in the Crimea from late 1941 through mid-1942. Those seeking for a comprehensive examination of Eleventh Army's occupation practices will want to look elsewhere; the author is more concerned with examining several wartime events in detail and then following them throughout the series of postwar trials. This approach allows for a much more precise reconstruction of these events and Wrochem makes good use of it. He examines the responsibility and actions of various levels of Eleventh Army, focusing on the lower levels of occupation: the Secret Field Police, the Field Gendarmerie sections, the Ortskommandanten, and the commandants of the rear Army areas. In agreement with the prevailing historical consensus, Wrochem concludes that the Army worked very closely with the SS Einsatzgruppen in liquidating "enemies" both real and perceived. Here, the division of labor initially identified by Dieter Pohl certainly functioned smoothly. And, as Wrochem notes, "no level of authority stood against the murder, but in contrast frequently drove it forward" (p. 70).
While the lower levels frequently carried out the shootings, the Eleventh Army leadership also acted as the driving force behind at least one episode of mass execution. The strained supply system that plagued the entire Eastern Army also affected troops in the Crimea. In order to avoid starvation-driven revolts, Eleventh Army began directing the machinery of murder towards population groups whose annihilation was already foreseen. The 13,000 Jews in Simferopol constituted the first pool of victims. Contacted by Eleventh Army's quartermaster to initiate the killing, Einsatzgruppe D had to decline due to lack of manpower and capacity. The quartermaster then offered troops to cordon off the area and guard the Jews during transport, trucks for the transport itself, and munitions to the SS unit. By the time the first phase of the action ended in late December, some 9,500 Jews had been murdered. Wrochem states that no order signed by Manstein authorizing the action exists; he also makes clear that it is nearly inconceivable that such an action could have been initiated by the army staff without his approval.
The remaining three sections of the study focus on how Manstein and other high-ranking members of the Wehrmacht defended themselves against war crimes charges while simultaneously sanitizing their version of the war in the East and thereby generating an acceptable narrative of the war for West Germans. Three separate strands formed the basis of this re-writing of the war. First, many former high-ranking officers, including Manstein, formed an advisory committee to "coordinate witness statements" regarding the initial charges against the German General Staff (p. 111). Coordination included destroying the credibility of officers whose statements diverged from the accepted story. This initial grouping of officers expanded into much larger networks of former soldiers and their supporters who worked tirelessly to provide German defendants with resources for a proper defense. By the time Manstein himself was put on trial in August 1949, this network had also made large inroads into the media, providing him with a pool of public support.
This reservoir of public support, both in West Germany and Great Britain, was steadily increasing due to the growing tensions of the Cold War. Manstein and other former officers exploited fear of communism in two ways. First, Manstein struck up a correspondence with the British military commentator, B. H. Liddell Hart. Liddell Hart had long opposed proceedings against members of the Wehrmacht and became the most powerful advocate for Manstein and his peers in Great Britain. He portrayed Hitler's generals as cool professionals who fought as clean a war as possible against the Soviet Union and omitted the Wehrmacht's enormous crimes from his presentation of the Second World War.
The pro-German propaganda espoused by Liddell Hart and others of his political persuasion was complemented by the ways in which Manstein explained the war in the East. Here, the vocabulary utilized by the Nazis (though shorn of its overt racism) was employed to legitimate the German-Soviet war. Manstein spoke of the "European mission" behind the war, a reference to the rescue of western Christendom from "Asiatic" Bolsheviks (p. 131). Such notions carried special weight during the early days of the Cold War. The offensive launched by Manstein and his peers and their supporters effectively minimized the Army's crimes in the East, as it appeared self-evident that if any of the combatants had committed atrocities during the war, it was the "barbaric" East, not the "civilized" West. By referring to the war as essentially defensive, Manstein pointed to the absurdity of prosecuting him for a war that the West was preparing to fight all over again.
While these two strategies played well in the court of public opinion, within the actual court of law, Manstein and his peers developed a different strategy to absolve themselves of responsibility for their conduct. They tried to separate the war against the Soviet Union into two different campaigns: a military one, in which they exercised authority, and an ideological effort, which they had no power to influence. This dual strategy most concretely manifested itself in the Army's attempts to disassociate itself from the Einsatzgruppen. While preparing for the General Staff's defense during the initial Nuremberg Trial, Manstein wrote, "the thought that military leaders were connected with the measures of the S.D. in certain areas constitutes a completely unjustified burden on the military leadership" (p. 110). This question became one of the central issues of Manstein's own trial, and as Wrochem persuasively argues, the names Manstein and Otto Ohlendorf (the former commander of Einsatzgruppe D) assumed powerful symbolic weight both within and outside of the courtroom, with the former standing for the "clean" Wehrmacht and the latter for the criminal SS.
As Wrochem makes clear, the strategies employed by Manstein and his peers found a wide-ranging resonance in West German public opinion and during the 1940s and 1950s, support for the interned Wehrmacht elite remained strong. Adenauer himself recognized the groundswell of support reserved particularly for Manstein and was able to link his discharge to the inclusion of a re-militarized West Germany in the Western Alliance. Wrochem tirelessly reconstructs the negotiations between Bonn and London concerning Manstein's release as an aspect of the re-admittance of West Germany to western society. He also convincingly argues that Manstein's release in the Federal Republic carried hefty symbolic weight, as it signaled the welcome of all former Wehrmacht soldiers into the new state. The past was now forgotten or sanitized and re-worked to such an extent that it bore little relation to the reality of the war of annihilation.
Wrochem has provided an extremely important and detailed study of how the German Vernichtungskrieg in the East was waged and then how a neutered version of this conflict was transmitted to West German society. He has effectively tied together several very important issues into one generally readable work. At times, his detail becomes a bit overpowering and Manstein himself periodically disappears from the book, but these minor caveats fail to detract seriously from a major contribution to field.
Reviewed by Jeff Rutherford (Department of History, Wheeling Jesuit University)
Published on H-German (April, 2008)
Oliver von Wrochem. Erich von Manstein: Vernichtungskrieg und Geschichtspolitik. Paderborn: Ferdinand Schöningh Verlag, 2006. 431 S. EUR 39.90 (cloth), ISBN 978-3-506-72977-4.
Source: H-Net
http://www.h-net.org/reviews/showrev.php?id=14445
Saturday, November 7, 2015
Willis Carto, influential figure of the far right, dies at 89
Willis Carto, influential figure of the far right, dies at 89
By Staff Reports October 31
Willis Carto, who spent decades leading an influential network of far-right organizations, including the Washington-based Liberty Lobby and a California institute dedicated to denying the Holocaust, and whose extremist views resonated with generations of neo-Nazis, conspiracy theorists and other fringe elements, died Oct. 26. He was 89.
His death was announced by the American Free Press, a publication he founded. No further details were available. After spending much of his adult life in California, Mr. Carto apparently lived near Jacksonville, Fla., in recent years, according to public records.
Mr. Carto founded the Liberty Lobby in the 1950s, and the organization maintained a presence on Capitol Hill for decades. He had a publishing company, Noontide Press, that distributed extremist literature and launched several publications, including the Washington Observer newsletter and a weekly newspaper, the Spotlight, which had a national circulation of 300,000 in the early 1980s.
In letters and other statements, Mr. Carto voiced admiration for Nazi Germany and recommended that black Americans be deported to Africa. In 1981, the Anti-Defamation League, an organization that monitors anti-Jewish slurs and threats, called Mr. Carto “a professional anti-Semite and Nazi sympathizer and the mastermind” of a “propaganda empire.”
The reclusive Mr. Carto “does not speak in public,” a 1971 Washington Post investigation found. “He refuses to be interviewed. He shies away from cameras. He keeps an unlisted telephone number. He shields his residence address in suburban Los Angeles from public scrutiny.”
Yet he controlled or maintained connections with a variety of far-right groups that opposed taxes, gun control, foreign aid and school busing to achieve racial integration. One of his groups supported the minority white rule of defiant segregationist Ian Smith in the African country of Rhodesia (now Zimbabwe).
The Liberty Lobby’s political committee was led by former Texas congressman Bruce Alger, a right-wing zealot who once incited a riot in Dallas against then-Sen. Lyndon B. Johnson.
In 1978, Mr. Carto founded the Institute for Historical Review, which promulgated anti-Jewish conspiracy theories and denounced the Holocaust as a hoax. Mr. Carto reportedly kept busts of Adolf Hitler in his office at the California-based institute.
Through his publications and interconnected organizations, Mr. Carto exerted outsize influence on a variety of political issues and campaigns. He organized Youth for Wallace to support the 1968 presidential bid of Alabama segregationist Gov. George C. Wallace. The group was later renamed the National Youth Alliance, which, under its next leader, William L. Pierce, became the National Alliance, one of the country’s most prominent white separatist groups.
In the 1980s, Mr. Carto helped found the Populist Party, whose 1988 presidential candidate was David Duke, a onetime leader of the Ku Klux Klan.
Mr. Carto was treasurer of the Liberty Lobby, which took in about $1 million a year by 1970, and also controlled the purse strings of other allied organizations. Over the years, employees accused him of financial improprieties and having an imperious style of leadership.
“Several former Liberty Lobby executives say Carto makes all major decisions, delegates little authority and trusts hardly anyone,” The Post noted in 1971. Behind his back, his employees called him “Little Hitler.”
Source: Washington Post
https://www.washingtonpost.com/local/obituaries/willis-carto-influential-figure-of-the-far-right-dies-at-89/2015/10/31/80eb8aee-7f36-11e5-afce-2afd1d3eb896_story.html
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Willis Carto, Far-Right Figure and Holocaust Denier, Dies at 89 (NY Times)
Willis Carto has been a major figure on the American radical right since the 1950s, when he set up his anti-Semitic Liberty Lobby with offices not far from the White House (SPLC)
By Staff Reports October 31
Willis Carto, who spent decades leading an influential network of far-right organizations, including the Washington-based Liberty Lobby and a California institute dedicated to denying the Holocaust, and whose extremist views resonated with generations of neo-Nazis, conspiracy theorists and other fringe elements, died Oct. 26. He was 89.
His death was announced by the American Free Press, a publication he founded. No further details were available. After spending much of his adult life in California, Mr. Carto apparently lived near Jacksonville, Fla., in recent years, according to public records.
Mr. Carto founded the Liberty Lobby in the 1950s, and the organization maintained a presence on Capitol Hill for decades. He had a publishing company, Noontide Press, that distributed extremist literature and launched several publications, including the Washington Observer newsletter and a weekly newspaper, the Spotlight, which had a national circulation of 300,000 in the early 1980s.
In letters and other statements, Mr. Carto voiced admiration for Nazi Germany and recommended that black Americans be deported to Africa. In 1981, the Anti-Defamation League, an organization that monitors anti-Jewish slurs and threats, called Mr. Carto “a professional anti-Semite and Nazi sympathizer and the mastermind” of a “propaganda empire.”
The reclusive Mr. Carto “does not speak in public,” a 1971 Washington Post investigation found. “He refuses to be interviewed. He shies away from cameras. He keeps an unlisted telephone number. He shields his residence address in suburban Los Angeles from public scrutiny.”
Yet he controlled or maintained connections with a variety of far-right groups that opposed taxes, gun control, foreign aid and school busing to achieve racial integration. One of his groups supported the minority white rule of defiant segregationist Ian Smith in the African country of Rhodesia (now Zimbabwe).
The Liberty Lobby’s political committee was led by former Texas congressman Bruce Alger, a right-wing zealot who once incited a riot in Dallas against then-Sen. Lyndon B. Johnson.
In 1978, Mr. Carto founded the Institute for Historical Review, which promulgated anti-Jewish conspiracy theories and denounced the Holocaust as a hoax. Mr. Carto reportedly kept busts of Adolf Hitler in his office at the California-based institute.
Through his publications and interconnected organizations, Mr. Carto exerted outsize influence on a variety of political issues and campaigns. He organized Youth for Wallace to support the 1968 presidential bid of Alabama segregationist Gov. George C. Wallace. The group was later renamed the National Youth Alliance, which, under its next leader, William L. Pierce, became the National Alliance, one of the country’s most prominent white separatist groups.
In the 1980s, Mr. Carto helped found the Populist Party, whose 1988 presidential candidate was David Duke, a onetime leader of the Ku Klux Klan.
Mr. Carto was treasurer of the Liberty Lobby, which took in about $1 million a year by 1970, and also controlled the purse strings of other allied organizations. Over the years, employees accused him of financial improprieties and having an imperious style of leadership.
“Several former Liberty Lobby executives say Carto makes all major decisions, delegates little authority and trusts hardly anyone,” The Post noted in 1971. Behind his back, his employees called him “Little Hitler.”
Source: Washington Post
https://www.washingtonpost.com/local/obituaries/willis-carto-influential-figure-of-the-far-right-dies-at-89/2015/10/31/80eb8aee-7f36-11e5-afce-2afd1d3eb896_story.html
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Willis Carto, Far-Right Figure and Holocaust Denier, Dies at 89 (NY Times)
Willis Carto has been a major figure on the American radical right since the 1950s, when he set up his anti-Semitic Liberty Lobby with offices not far from the White House (SPLC)
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