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Wednesday, September 16, 2015

El catalanismo, del éxito al éxtasis. I. La génesis de un problema social

La propagación de la quimera
por Félix Ovejero Lucas

Martín Alonso
El catalanismo, del éxito al éxtasis. I. La génesis de un problema social
Barcelona, El viejo topo, 2015
286 pp.


No llevo las cuentas, ni tampoco sé por dónde buscarlas, pero, en mi condición de frecuentador de librerías, diría que la sección política en los últimos años ha estado casi monopolizada por libros dedicados al nacionalismo catalán. Preciso el sesgo de la muestra: mi observación se basa en las librerías de mi ciudad, Barcelona. En Gerona, seguro que aún más. Para sorpresa de los nacionalistas catalanes, convencidos de que no preocupa otra cosa que sus tribulaciones, en Madrid, por lo que tengo paseado, no sucede lo mismo. Más bien sucede al revés, que en España, sencillamente, «pasan», como si con ellos no fuera la cosa. Lo entiendo, aunque se equivocan y resulta grave.

Los libros que uno encuentra en las librerías barcelonesas, incluso en las más reputadas, son, por lo general, de calidad menesterosa y tonalidad monocromática, de bandería, para azuzar a los propios más que para desmontar los argumentos ajenos. Eso sí, el género es diverso. Como en botica, podemos encontrar de todo: historia, economía, política, filología, humor, infantiles, literatura. Y están escritos por los más dispares gremios: periodistas, humoristas, historiadores, políticos profesionales. Algunos hacen, incluso, de todo a la vez: periodistas, humoristas, historiadores, novelistas. Y, para lo que es común en estos quehaceres, aparecen por todas partes, en tertulias de radio por la mañana, programas de humor por la noche, en columnas de prensa local, en la dirección de memoriales interminables y, sobre todo, en televisión. Una pequeña industria que, en su mayor parte, se sostiene con dinero público. Salvo excepciones, contadísimas, son trabajos escritos a chorro abierto, ajenos a la literatura académica, al afán de precisión, sin notas al pie y despreocupados de documentar sus afirmaciones.

En ese panorama, el libro de Alonso resulta raro. Lo es porque su autor, aunque no vive en Cataluña, no «pasa» del problema ni opina a bulto; al contrario, dispone de un conocimiento –que ya quisieran para sí muchos cronistas barceloneses– de cada uno de los inquilinos de «el manicomio catalán», por decirlo con el título de un exitoso libro de Ramón de España. También es raro porque se trata de un libro musculado argumentalmente, incluso difícil a trechos, escrito con prosa elegante, atento a literatura académica, con documentación empírica, vocación teórica y un guión de largo aliento. Tan largo que, según nos anticipa el autor, necesitará de un par de volúmenes adicionales para completarse: uno dedicado a los procesos doctrinales (incluidos los académicos) y las cajas de resonancia mediáticas del quehacer nacionalista, y el otro al meollo de la doctrina, a ese victimismo esencialista del destino robado, de una fabulosa vida subjuntiva que el trato con España abortó y que se condensa en el lamento «con lo que nosotros podríamos haber sido si no se meten en nuestro camino». Como ven, el proyecto promete.

Otra rareza es el uso de las herramientas de la filosofía, incluidas las del análisis y hasta la de la gramática. En realidad, esta es una rareza rara, una metarareza, si me permiten. Porque lo inexplicable es la indiferencia de los filósofos serios hacia el nacionalismo. Para cualquier investigador con vocación de claridad y precisión, el nacionalismo es una bicoca y, en ese sentido, resulta un enigma el desinterés de nuestros filósofos políticos. El nacionalismo levanta su mitología en un lenguaje inflado, sostenido en entidades fantasmagóricas (identidades colectivas, lenguas propias) y atribuciones imposibles (voluntad de ser, dignidad, comodidad), y tramita sus argumentos en el negociado de las falacias y las circularidades. Es el ejemplo perfecto de performatividad: crea la realidad que expresa. Lo dejaron dicho los clásicos del asunto: el nacionalismo precede y se inventa la nación en nombre de la cual habla. Al servicio de ese proyecto construye una retórica saturada de trampantojos, en la que nada es lo que parece: sin avisar, las definiciones se mudan en afirmaciones empíricas, y las afirmaciones empíricas en juicios de valor. Sin ir más lejos, y con un ejemplo que, aunque no recoge como tal el libro, está en sintonía con su proceder, sucede con la idea imprescindible del nacionalismo y del secesionismo: la nación opera unas veces como una (mala) definición (la nación es un conjunto de individuos que creen que son una nación); otras, como una descripción (ese conjunto de individuos que están por ahí y que comparten ciertos rasgos culturales); y otras, como un concepto normativo, como unidad de soberanía: unos individuos dotados de un derecho –a decidir aparte– que exige negárselo a otros. El truco del trilero consiste en pasar la bolita de un significado o de un género a otro escamoteando las premisas intermedias, en particular, una fundamental: este conjunto de individuos, que creen que comparten algo, realmente comparten algo y, por ello, tienen derecho a decidir aparte.

Pero su mayor rareza, que también es una rareza rara, es que se trata de una crítica de izquierdas. Esta metarareza es genuinamente hispánica. Las simpatías hacia un nacionalismo secesionista rico –perfectamente equiparable al de la Liga Norte con la Padania– es una anomalía española necesitada de explicación: el nacionalismo es, constitutivamente, esencialista y reaccionario, con la mirada vuelta hacia atrás, hacia un momento original que habría que recrear. El ideal de ciudadanía, germen normativo de la izquierda, resulta incompatible con una mitología nacionalista que vincula la calidad moral de los ciudadanos –y sus derechos– con su grado de proximidad a una fabulada identidad colectiva. No es una broma, porque mientras la ciudadanía, como la igualdad, no admite grados, la identidad, sí. Así las cosas, habría ciudadanos más puros que otros: vamos, que no hay ciudadanos. Nos lo anticipa sin pudor Salvador Giner en una de las perlas recogidas por Alonso: «És molt possible que d’aquí dos o tres anys sigui un bon moment pels botiflers o pels que es volen acomodar i dir: sí, catalans, però no tant».

En todo caso, conviene advertir rápidamente que no estamos ante un ensayo de filosofía política al uso, anémico empíricamente, instalado en el mundo del espíritu y las definiciones, sin historia ni detalles. Las tesis que sostienen la argumentación se apuntalan con abundante información recogida, en muchos casos, de la prensa diaria. Hay control empírico en el documentado seguimiento del proceso soberanistas. Y también hay control empírico en la comparación, en el continuo uso de paisajes de contraste, como los Balcanes, el País Vasco y, en menor grado, Israel, un proceso de construcción nacional que siempre ha cautivado al nacionalismo catalán. Esas realidades operan como una suerte de grupos de control que ayudan a reconocer pautas y singularidades del proceso catalán, que son menos de las que podríamos pensar. Y es que, a diferencia de las familias, las historias tristes de las sociedades se parecen. Alonso, que conoce bien esos procesos, acude a ellos, entre otras cosas, para mostrarnos que tampoco en la locura andamos solos y que, aquí y allá, cuando la patología se extiende, acaba por infectar incluso a las mejores mentes.

Es ahí, en la reconstrucción de cómo se ha impuesto una ficción sin anclaje cabal en la realidad, donde Alonso afina su mirada. La extensión entre las gentes del desajuste, entre lo que es y lo que se cree que es, no puede entenderse sin unos mecanismos psicológicos y sociales que el nacionalismo ha manejado con enorme inteligencia. No resulta asombroso. El nacionalismo, por definición, es ingeniería de almas, por lo dicho más arriba, porque se inventa la nación. Si eso es así en todos los casos, en el caso catalán la ingeniera social se ha desplegado con un talento excepcional. Ha forjado un mito en las condiciones más adversas, enfrentada a una realidad, demográfica y cultural, en las antípodas del mito. Quizá por eso mismo la determinación con la que se aborda la tarea ha sido tan resuelta y, desde luego, sin la menor sensibilidad liberal. Lo muestra, por ejemplo, un documento interno de 1990 que público el Periódico (28 de octubre de 1990), el que se detalla el programa. Allí, entre otras muchas tareas, se apuesta por «incidir en la formación de los periodistas para garantizar una preparación con conciencia nacional catalana; introducir gente nacionalista en todos los puestos clave de los medios de comunicación; conseguir que los medios de comunicación pública dependientes de la Generalidad sean transmisores eficaces del modelo nacional catalán; crear una agencia de noticias catalana de espíritu nacionalista; impulsar el sentimiento nacional catalán de profesores, padres y estudiantes; reorganizar el cuerpo de inspectores de forma y modo que vigilen el correcto cumplimiento de la normativa sobre la catalanización de la enseñanza; vigilar de cerca la elección de este personal; incidir en las asociaciones de padres, aportando gente y dirigentes que tengan criterios nacionalistas; y velar por la composición de los tribunales de oposición”.

Una calculada contabilidad de incentivos y penalizaciones sabiamente administrada, bien calibrada en sus modulaciones y aplicada con minuciosidad neurótica a cada rincón de la vida social, ha encauzado unas voluntades humanas que llevan mal la vida a la intemperie y que, al construir sus convicciones, operan según el principio de recalar allí donde encuentran menos resistencia. Un apartado especial de la operación, fundamental para su éxito, resultó el dedicado a conquistar, con halagos y regalías, la complicidad de unos intelectuales que, con escasas manías y en menos tiempo que el que se tarda en contarlo, transitaron desde la retórica de la emancipación social a la de la liberación nacional. Por supuesto, una operación de esa magnitud requería olvidarse de elementales principios liberales en el trato con unas instituciones que el nacionalismo patrimonializará sin rubor y de la mirada limpia de una realidad social y cultural en lo esencial idéntica a la del conjunto de España, esto es, del bien y de la verdad. Pero eso, a qué engañarse, no era un tributo excesivo para un gremio que nunca se ha tomado en serio y de cuya fragilidad moral hay sobradas pruebas, entre otras razones, por la que recuerda Upton Sinclair, en una cita recogida por Alonso: «Resulta sumamente difícil conseguir que una persona entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda».

Todo eso está en el libro, si bien inserto en un guión teórico que a veces se impone al relato de los acontecimientos y ralentiza el curso de la exposición. Se entiende. Porque Alonso, aunque se esfuerza por documentar cada una de sus afirmaciones, no es periodista ni historiador, sino un filósofo, y no hay filósofo serio –otra cosa son los que escriben «a la que salga», que decía Cervantes– que no incluya entre sus divisas la famosa recomendación de Kant: «Las intuiciones, sin conceptos, son ciegas; los conceptos, sin intuiciones, son vacíos». De modo que, para pertrecharse de herramientas conceptuales con las que vertebrar sus conjeturas, acude a una perspectiva teórica –que, con alguna precipitación, podría calificarse como constructivista–, según la cual importa menos lo que hay que la recreación de lo que hay. Su idea central la resume una cita del siempre eficaz El Roto con la que se abre el capítulo segundo: «Lo importante no es lo que pasa, sino quien define los acontecimientos».

Entre las diversas teorías disponibles, acude el autor a la tesis central del llamado Enfoque de los problemas sociales, que afirma que, en los procesos sociales en común, se produce la existencia de un «divorcio referencial», una falta de correspondencia entre los datos objetivos y las percepciones y respuestas sociales: «lo determinante para la conversión de un asunto en problema no son las supuestas condiciones objetivas (los hechos o fenómenos en sí), sino los procesos sociales de definición colectiva de esas condiciones. De manera que la objetividad no hay que buscarla en el contenido o la estructura (en la ontología, el credo), sino en el proceso, en la actividad (en la sociología, en la cocina). De otra manera: lo objetivo no está en el mundo material, sino en el mundo social».

Seguramente, en el bazar de las teorías sociales hay otras perspectivas disponibles que también podrían resultar de provecho. En todo caso, la elegida ilumina bastante bien una estrategia política sostenida en inventarios de agravios y en la que los hechos, si existen, se estiran e interpretan más allá de lo razonable: la Guerra de Sucesión de 1714 como invasión; la Guerra Civil como guerra contra Cataluña; la emigración como ejercito de ocupación; el uso de la lengua común como un acto de «minorización» del catalán; las balanzas fiscales como expolio; las sentencias judiciales como imposiciones. Y, al final, un proyecto político, el de ahora mismo, que se entiende como el arqueo final de las injurias y humillaciones acumuladas, la factura a saldar. Una anécdota incluida en el libro resume la actitud: «Cuando un periodista preguntó a un paramilitar serbio en las colinas de Sarajevo por qué disparaba sobre sus vecinos de ayer, su respuesta fue: para vengar Kosovo. “Pero eso ocurrió hace ochocientos años”, le replicó el periodista. “Ya, pero yo me he enterado ahora”».

El lema kantiano, en sus peores versiones, avecina a hegelianismos acartonados, dispuestos a forzar el relato y cuadrar a martillazos la lógica con la historia, a sazonar con noticias oportunas guiones trazados a priori. Aunque el sentido común de Alonso lo aleja de esa tentación y la cobertura empírica cumple, sobre todo, la debida función de ejemplificar y dar contenido a las tesis, en algunos pasos conviven con problemas la reflexión de vuelo y la documentación detallista, y no quede claro si se está «verificando» la teoría o, por el contrario, ahormando la historia en un soporte teórico prescindible, compatible con lo que se cuenta, pero prescindible. Quizá lo mismo, y con más eficacia y claridad, podría contarse de modo más sencillo sin perder el sentido general, analítico y crítico. Sea por la necesidad de arropar en cada momento el andamio teórico, sea por otras razones, entre las que no cabe descartar las facilidades –y riesgos– de los procesadores de textos, que permiten reaparecer una y otra vez en el texto con –e insertar las– nuevas informaciones, el caso es que, en ocasiones, hay alguna sobrecarga de informaciones y digresiones –e incluso hasta alguna repetición literal, como en las páginas 24 y 202– que no allanan la lectura del un trabajo que, por lo general, y como decía, está escrito con gracia y buen pulso. Afortunadamente, el peligro, aunque pueda complicar la lectura de algunas páginas, no afecta al cuerpo general de la exploración de un complejo proceso que, como todos los procesos reales, históricos, no se deja capturar en una única teoría científica.

Sea como fuere, ordenados los acontecimientos uno detrás de otro, cuando se observa el cambio radical de opinión en el plazo de pocos años, y hasta en meses, no sólo de políticos y comentaristas, sino también de académicos que no deben tributos a la turbulencia de los días, incluso los simples testigos –como este reseñista– del proceso no podemos por menos de experimentar perplejidad y preguntarnos cómo ha sido posible que hayamos llegado a donde estamos. Sobre todo cuando se comprueba que no había agravio ninguno, que el modelo de financiación que el nacionalismo presentó un día como una conquista, al poco tiempo lo describía como un expolio. O que, según los estudios serios de estos asuntos, España es uno de los países más descentralizados de mundo, y, seguramente, el único donde la lengua minoritaria mantiene el monopolio en el sistema educativo y los calificados –por políticos profesionales con mando en plaza, no por trastornados en las redes sociales– como opresores y hasta invasores permanecen excluidos de la riqueza y del poder político. Y esos, «los colonos», son los más pobres, y son mayoría. Intelectualmente, la sensación es de aturdimiento, incluso de una fascinación atónita, hasta hipnótica, ante el vértigo de las vicisitudes.

Pero, si se trata de decantar emociones, al final se imponen la inquietud y la desazón al ver cómo la sinrazón, esa que contaban los libros de historia en sus peores páginas, puede llegar a prender tan cerca y tan rápido, y en las condiciones menos propicias: una sociedad rica, hasta opulenta, con una presencia pública sobredimensionada de la identidad cultural supuestamente ignorada, hasta llegar a distorsionar cómo son las cosas, quiénes son los verdaderamente excluidos de la vida institucional. Y el desánimo se ahonda ante lo más grave, lo que más inquieta a Alonso, que la patraña del trato injusto, el relato alienado, lo han dado como bueno, como si fuera la vida verdadera, quienes estaban naturalmente destinados a combatir el nacionalismo: la izquierda.

Ese es el reto que afronta Alonso en su libro: dar cuenta de las condiciones de posibilidad de ese proceso de enajenación. Porque, aunque no hay nacionalismo sin ficciones, en el caso del nacionalismo catalán resultaba superlativa la distancia entre lo que es y lo que se ha contado. Si se piensa bien, lo asombroso, lo necesitado de explicación es que esté costando tanto reconocer algo tan evidente, la naturaleza fantástica del relato. Abordar esa rara rareza, la dificultad de tantos para mirar al nacionalismo de frente, empírica y normativamente, queda para los siguientes volúmenes.

Félix Ovejero es profesor de Ética y Economía en la Universidad de Barcelona. Sus últimos libros son Proceso abierto. El socialismo después del socialismo (Barcelona, Tusquets, 2005), Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia (Mataró, Montesinos, 2006), Incluso un pueblo de demonios. Democracia, liberalismo, republicanismo (Buenos Aires/Madrid, Katz, 2008), La trama estéril. Izquierda y nacionalismo (Mataró, Montesinos, 2011), ¿Idiotas o ciudadanos? El 15-M y la teoría de la democracia (Barcelona, Montesinos, 2013) y El compromiso del creador. Ética de la estética (Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2014).

Source: Revista de Libros/Blog de Gaiska
http://www.revistadelibros.com/resenas/la-propagacion-de-la-quimera
https://gaizkafernandez.wordpress.com/2015/04/08/felix-ovejero-resena-el-ultimo-libro-de-martin-alonso-el-catalanismo-del-exito-al-extasis-i-la-genesis-de-un-problema-social/

Tuesday, September 15, 2015

El catalanismo, del éxito al éxtasis. II La intelectualidad del “proceso”

Novedad editorial: “El catalanismo, del éxito al éxtasis. II La intelectualidad del “proceso””

imagen_libro.phpEl Viejo Topo acaba de editar el segundo libro de Martín Alonso dedicado a la historia reciente del nacionalismo catalán: El catalanismo, del éxito al éxtasis. II La intelectualidad del “proceso”

No se lo pierdan y tampoco esta interesante entrevista al autor.

Source: Blog de Gaiska
https://gaizkafernandez.wordpress.com/2015/09/15/novedad-editorial-el-catalanismo-del-exito-al-extasis-ii-la-intelectualidad-del-proceso/

Wednesday, September 9, 2015

"A historia di que o nacionalismo consegue ser hexemónico cando está unido"

“A historia di que o nacionalismo consegue ser hexemónico cando está unido”

Profesor da Universidade da Coruña, director da revista Murguía e coordinador do Arquivo do Nacionalismo Galego, Uxío-Breogán Diéguez publica agora Nacionalismo galego aquén e alén mar. Desarticulación, resistencia e rearticulación (1936-1975) en Laiovento.

Rede Belvís

Carme Vidal Seguir a @CarmeVidaLaxe
09-06-2015
Foto: Xan Muras

En Nacionalismo galego aquén e alén mar. Desarticulación, resistencia e rearticulación (1936-1975), Uxío Breogán Diéguez elabora unha completa historia de case corenta anos do movemento nacionalista en case cincocentas páxinas, resultado de moitos anos de investigación. Entre as teses que defende destaca a continuidade do nacionalismo organizado na Terra a partir dos anos cincuenta co do exilio.

-Estuda o período de 1936 a 1975. Por que parte do ano do golpe militar?

A cronoloxía non é casual. Relacionamos o 36 co golpe militar, mais quixen que simbolizara outra realidade, en clave patriótica, que semella eclipsada: a conclusión exitosa dunha intensa campaña en favor das liberdades galegas. No plebiscito do Estatuto do 28 de xuño o pobo galego decidiu, por máis do 90% dos votos emitidos, que Galiza contara cunha carta que pautara a relación do país, recoñecido como tal, con España.

"En febreiro do 36 tres deputados do PG electos recollen máis de 400.000 votos"

-A ollos de hoxe, pensar nun 90% dos votos para o nacionalismo...

Vou dar outro dato que acompaña esa realidade. En febreiro do 36 tres deputados do PG electos recollen máis de 400.000 votos. Castelao era o primeiro por Pontevedra, con máis de 100.000, acompañado por Antón Vilar Ponte e Ramón Suárez Picallo pola Coruña, que superaron eses votos, representando en suma os 300.000 (aos que sumar os dos nacionalistas Antón Alonso Ríos ou Elpidio Villaverde e Alfredo Somoza, candidatos doutras formacións...). E podíamos sumar os miles de votos colleitados por Bóveda en Ourense, que non saíu eleito, segundo se denunciaba, por un 'pucheirazo' a favor de Calvo Sotelo. Iso mostra o atractivo e introdución social do nacionalismo e axúdanos a dimensionar a súa presenza naquel tempo, así como a significación e consecuencias do golpe militar do propio 36. Golpe que garda unha proporción directa con esta presenza do nacionalismo, mais, desde logo, coa da esquerda na que se situaba o PG naquela altura.

-Está a dicir que a forza do nacionalismo explica o carácter represivo do golpe na Galiza?

É un dos vectores, ademais da capacidade de organización do movemento obreiro. Ao meu ver, explica a virulencia do golpe no noso país, mesmo que se producira aquel movimento armado reaccionario semanas despois do propio plebiscito (sumándose as reivindicaións patrióticas galegas ás catalás e vascas...). As localidades nas que a represión foi máis dura foron aquelas nas que o movemento obreiro e a esquerda no seu conxunto, e particularmente o nacionalismo galego, era máis forte, caso da Coruña, Pontevedra, Compostela, Ferrol ou Vigo.

-O golpe militar consegue eliminar o nacionalismo?

Consegue, en días, descabezar o nacionalismo galego como pouco. A dirección do PG estaba na Galiza -quitados aqueles que, como Castelao, estaba en Madrid para axendar o Estatuto no debate parlamentar de ámbito español-. O golpe consegue decapitar o vizoso movemento patriótico nacionalista, representado por aquel PG. Cadros como Bóveda, Ánxel Casal ou Vítor Casas son dos primeiros asasinados e non por casualidade. É unha represión selectiva, 'cirúrxica'...

-O nacionalismo articularíase logo no exilio, con Castelao como gran figura.

É a figura aglutinte da maior parte daquel exilio galeguista. Lonxe de pretender réditos persoais, Castelao exerceu xenerosa e responsabelmente a representatividade e liderazgo que se lle concedeu. Cubrindo, aliás, o baleiro de Bóveda, en canto organizador, e co que conformara un excelente tándem no tempo republicano.

-Defende que esa unidade pola que traballa Castelao foi unha das trabes nos principais momentos do movemento nacionalista?

Abofé. Se a historia nos demostra algo, e son dos convencidos de que a historia é unha ferramenta válida (central, incluso, pola perspectiva e vagaxe que dá) para actuar responsabelmente e con criterio no presente e futuro inmediato, é que o nacionalismo ten maior forza, e mesmo chega a ser hexemónico, na acepción de Gramsci, cando está unido. Reparemos nas “Irmandades da Fala” no final dos anos 20, no PG durante a República ou na “Asemblea Nacional-Popular Galega” nos 70, ou no “Bloque Nacionalista Galego” até, en grande medida, os anos noveta do pasado século. Todas realidades aglutinantes de diversas tendencias (e efectivos) do nacionalismo galego, traballando nunha mesma liña e cunha mesma axenda; realidade da que é mostra tamén a “Irmandade Galega” no marco daquel exilio. Realidade que se fraguará desde unha resistencia imposíbel antes do exilio, entre Madrid, Valencia e Barcelona, onde o PG se reconfigura con urxencia, sendo Ramón de Valenzuela nomeado secretario xeral desta formación.

"As localidades nas que a represión foi máis dura foron aquelas nas que o movemento obreiro e a esquerda no seu conxunto, e particularmente o nacionalismo galego, era máis forte"

-E na Terra como é a presenza do nacionalismo despois do 36? Participan na guerrilla? Tentan a reorganización?

No xerme da guerrilla organizada e articulada había concelleiros e militantes de base do nacionalismo, que non ven (non tiñan) outra vía para defender a democracia. Non foron a cerna daquela resistencia, a diferenza de comunistas e socialistas, mais deron o mellor de si a través da mesma. Atopamos tamén figuras como Pepe Velo que participa nesa primeira liña armada en distintos momentos até os anos sesenta, promovendo logo o DRIL. Doutra banda, outros galeguistas pasan á fronte bélica, mobilizados á forza en favor do bando golpista, e ao regresar (ou saír do cárcere aqueles que foran presos) procurarían reencontrase, caso de Xaime Illa Couto ou Francisco Fernández del Riego e Ramón Piñeiro, tentando unha certa reorganización galeguista. Piñeiro sería partidario de agardar a saber como se iría desenvolvendo a ditadura e se acaso unha intervención internacional acabaría coa mesma, diante da II Guerra Mundial.

-Establécense xa os dous polos entre o interior e o exilio?

Comezan nese momento. Valenzuela, que tenta reorganizar o PG na Terra nos inicios dos 40, non tarda en marchar alén mar ao ver que non existía suficiente receptividade, malia a colaboración con el de figuras como Valentín Bóveda, irmán de Alexandre Bóveda. Cando non hai espazo peninsular que escape ao fascismo, só toca o exilio. Castelao xa chegara no verán do 1940 a Bos Aires, co compromiso de reorganizar o nacionalismo, fundamentalmente, alén mar.

-Por que non refundan o PG en Bos Aires?

Cumpría reunir todas as tendencias do nacionalismo. Era aquela unha extrema e de recrear o PG, as diverxencias que anteriormente había con organizacións existentes en América, caso da Sociedade Nazonalista Pondal, podían recrearse. Bótase man da fórmula das Irmandades da Fala e créase a Irmandade Galega (IG) no 1941, dando lugar a unha ampla unidade. A diversidade de tendencias é clara. Na primeira directiva da IG vemos como hai tres vogais que viñan da Pondal, netamente independentista, e que azoutara desde alén mar ao PG durante a República. A Pondal será central, organizativamente, na reorganización do nacionalismo alén mar neste tempo; reeditando, mesmo, o periódico A Fouce.

"Bótase man da fórmula das Irmandades da Fala e créase a Irmandade Galega (IG) no 1941, dando lugar a unha ampla unidade. A diversidade de tendencias é clara".

-Na súa investigación defende que o nacionalismo que se artella no país a partir dos anos cincuenta toma o relevo do exilio?

Ao meu ver, a continuidade é clara. Lexitimado polo plebiscito estatutario, no 44 creárase o Consello de Galiza, sorte de 'goberno galego' no exilio -un goberno galego tería que se ter creado na Terra, a partir dunha aprobación do Estatuto que non se deu-. Os fundadores foron aqueles deputados nacionalistas eleitos. É contemporánea a reorganización na Terra do PG, con Piñeiro, Del Riego e Illa Couto, entre outros; quen actuarán centralmente en clave antifranquista. O PG acabaría diluíndose no final dos 40 no selo editorial “Galaxia”, creado no 1950, apostando aqueles por un decidido resistencialismo cultural. É tempo no que unha e outra póla procuran un relevo.

Entre tanto, mocidade galega con consciencia nacional creara Brais Pinto en Madrid, tendo antecedentes como Xente Nova (Ourense). A táctica do exilio pasaría por crear na Terra, logo de desaparecer o PG, un organismo xuvenil explicitamente nacionalista, naturalmente clandestino. Será o “Consello da Mocidade”, no que participarán mozos de ambas realidades. A tal efecto desde o exilio sería enviado Antón Moreda, que recreara con outros mozos e mozas as Mocedades Galeguistas (1954). Tan só tería unha duración de tres meses, mais contribuiría a evidenciar contradicións diversas e madurar aquel nacionalismo que aniñaba. A Unión do Pobo Galego sería produto do desenlace do Consello, tendo como antesala o manifesto homónimo do 63. Como organización nace no 1964, ensaiando unha 'fronte patriótica'; primeira organización explicitamente nacionalista galega após o 36. Tamén viña de se crear no verán do 63 o Partido Socialista Galego, formación que aínda naquela altura non se declararía nacionalista (declarábase 'socialista galega e europeísta'), malia que no seu seo o nacionalismo estaba presente en non poucos militantes. Ambas organizacións han ter militancia aquén e elén mar, editando os voceiros 'Terra e Tempo' e 'Adiante', respectivamente.

-Vostede continúa até o 75, como se desenvolven eses últimos anos até o fin da ditadura?

O “Consello de Galiza” desde finais dos 60 confíalle a súa representatividade á UPG, ben obvio coa visita de Méndez Ferrín no 68 a Bos Aires e reflectido nas actas do propio Consello. Mais aínda as forzas desta organización eran cativas. Os inicios dos 70 destacarán polo entendemento daquela UPG e un PSG, xa abertamente nacionalista, que serán favorábeis cara mediados da década á 'creba democrática', fronte unha transición que normalizaría, tras a morte de Franco, a reposición borbónica... O resistencialismo cultural, con “Galaxia” como buque insignia, e de meritoria acción e produción, eclosionará no final do franquismo en termos institucionais, oficializándose esa posición. Crearíase, por exemplo, a Real Academia Galega da Ciencia (1977), entre outros impulsada por García-Sabell que sería senador no 77 (e ao pouco delegado do Goberno español na Galiza), Antonio Rosón, íntimo de Piñeiro, asumiría a Xunta Preautonómica (e non un exiliado, a diferenza de Euskadi e Catalunya..., como Alonso Ríos, por exemplo, co que se podería ter recoñecido toda a resistencia galeguista e republicana exiliada). Un tempo no que se estaba a deseñar o marco autonómico actual, evidenciándose a derrota final dunha vizosa realidade republicana, que aínda latexaba no exilio.

Esta entrevista foi publicada no número 143 do semanario Sermos Galiza canda un adianto editorial do libro, a dispor na nosa loxa.

Source: Sermos Galiza (España)
http://www.sermosgaliza.gal/articulo/cultura/historia-di-nacionalismo-consegue-ser-hexemonico-cando-unido/20150609124649038108.html

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